miércoles, 2 de septiembre de 2020

BDZZZ BDZZZ

 

  Tomaba sol en una reposera, cerca de la pileta. Había árboles y flores, las abejas libaban alrededor de donde estaba él, no lo picaban nunca. Le tenían la confianza de un amigo.

   Sobrevolaban el agua y si alguna estaba a punto de ahogarse, él salía de inmediato, con un colador, la retiraba al sol, hasta que secaba. Todas lo querían, era veterinario de abejas. Agradecían la resucitación y le besaban la cabeza.

   Aparecía otra en igual situación, él usaba el mismo método. Cuando se tiraba a la pileta, le ofrecían el regalo de una danza circular. Si una compañera tocaba el agua, otra le hacía señas con las alitas, para avisarle lo que sucedía. Si no tenía a mano el colador, la sacaba apoyada en su mano. La que daba el aviso, se retiraba dando las gracias. Él conocía el lenguaje de las abejas y ellas le contestaban en idioma de abeja.

   Les dedicaba el día, hasta que el sol se retiraba. Había algunas que las llevaba adentro, las moribundas de noche fría las refugiaba en su casa, cerca del calor de una lámpara. Cuando se retiraba a dormir, se apagaban las luces. Para que no tuviera frío, la más problemática la apoyaba en la almohada, con cuidado de no aplastarla. Si no, la trasladaba al pelo lacio de su mujer. Tenía la garantía que iba a estar en un lugar mullido. Su mujer no se movía en toda la noche.

   —No me gusta despertar con una de tus amigas, enredada en mi pelo.

   Parecía tener celos de las abejas, al final las aceptaba. Ellas se sentían tan seguras en la casa, que dormían adentro.

   Se llenó de abejas grandes y pequeñas, que ocuparon los pasillos, el comedor, el baño y la cocina. Ellas daban la vida por aquel matrimonio. Construyeron un panal en la bohardilla y hacían caer miel dentro de un frasco. Ellos quedaron encantados, desayunaban tostadas con miel.

   Los amigos dejaron de visitarlos, tenían miedo de las picaduras. Pensaban que se habían vuelto locos. Se dieron cuenta.

   —No son tan amigos, después de todo, mejor.

   Les brindaban tantas satisfacciones, nadie se atrevía a dejarles las facturas de servicios, ni ensuciaban la vereda. Eran tan generosas que algunas dieron su vida, para sumergirse en una paella que le dio un gusto rico y sutil.

   Un día, entraron unos ladrones policías, fueron atacados con miles de picaduras, hasta matarlos.

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