viernes, 11 de septiembre de 2020

CAÍDAS INMERECIDAS

 

   Suan y yo, caminamos dos vueltas a la plaza, cumpliendo el protocolo del barbijo y la careta. Necesitamos tomar aire que nos regalan los árboles. Desde que empezó mi tercera edad, me caigo seguido. La suerte me acompaña, me ayudo con las manos y levanto los pies.

   Hoy me caí de cara al pedregullo. Me salió sangre de la nariz, me partí el labio y rodaron los anteojos. Suan me ayudó, no había nadie, ningún imbécil que pregunte: —¿Quiere que la ayude, Abuela?

   Para mí es una humillación aterrizar en las veredas. Uso barbijo blanco y se tiñó de rojo. Los anteojos se salvaron, es lo primero que no olvido. Sonaban esos parlantes que gozan tirando pálidas. Y las sirenas de las dieciocho horas, que nos mandan a encerrarnos en nuestras casas. Con Suan tenemos el privilegio de un jardín con estanque, rodeado de palmeras y aguaribays. Cuando camino, recuerdo que hace siete meses que no veo a mi hijo, nos separan 400 kilómetros. Eso duele mucho más que mis caídas.

    Suan arregló el auto y en el mes de octubre, lo iremos a visitar. No es igual mirar las fotos y los videos de su casa, con rincones tan amables, que me producen la intensa necesidad de abrazar mi hijo Rocamadur. Usando las palabras que me presta Cortázar: “Rocamadur, bebé, dientecito de ajo, corazoncito de juguete”.

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