Los domingos no
se puede salir. El lunes cerraron todos los negocios. El martes no pasan los
recolectores. El miércoles tampoco. Los basurines rebalsan y no se puede hacer
nada. El jueves no se puede salir en auto.
Todos debemos
encerrarnos en nuestras casas. El viernes permanecerán los bancos cerrados al
igual que los cajeros automáticos. El sábado abren las Farmacias. No se puede
salir sin barbijo de neoprene y debemos cubrirnos de la frente a la nuca. No
podemos hablar, está prohibido. Hay que hacer los gestos imprescindibles, con
las manos cubiertas de guantes descartables. Si encontramos un amigo por la
vereda, crucemos de inmediato y no lo saludemos. Las antiparras para tapar los
ojos, son regias, las transparentes dejaron de estar en existencia.
Ana escuchaba
esas cosas y cantaba: “¡Me vuelvo cada día más loca”, y lo repetía como si
fuera un mantra. Se compró un traje de buceo, dos tubos de oxígeno y guantes
sopaperos, que usaba para los productos que tocaba en las góndolas del Super y
patas de rana con plataforma. En vez de hablar hacía glu glu. Descubrió en la
casa de su Abuelo, una escafandra que completaba su hermetismo.
Sintió la
necesidad de hacer el amor, con el chico más lindo que encontrara. Ella tenía
un tajo en sus partes bajas y el chico ni bien la miraba, cantaba a toda voz:
“…Me gusta ese tajo, dejáme quedar un rato más”. Al chico le colocaba
profilácticos de neoprene. Cuando su satisfacción terminaba, echaba al chico de
inmediato. Para dormir se quitaba todo y se forraba en papel film.
La gente
caminaba a diez metros de ella. Como vivía sola construyó un bunker antinuclear,
que quedaba a cien metros de profundidad. Por fin se sintió feliz y segura. Se
comunicaba por celular y sus amigos le cortaban enseguida. Comía pescados
exóticos y un día de mal humor, rompió el televisor y empezó a escribir sobre
su vida, se reía a carcajadas, con la lectura de sus papeles.
Siempre fue una
alumna de diez y comprendió finalmente, que era una chica diez, en lo que se le
ocurriera. Se sintió contenta de ser loca y siguió con sus locuras. Y colorín
sopapeado, este cuento ha terminado.

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