miércoles, 16 de septiembre de 2020

CHICA DEDIEZ

 

   Los domingos no se puede salir. El lunes cerraron todos los negocios. El martes no pasan los recolectores. El miércoles tampoco. Los basurines rebalsan y no se puede hacer nada. El jueves no se puede salir en auto.

   Todos debemos encerrarnos en nuestras casas. El viernes permanecerán los bancos cerrados al igual que los cajeros automáticos. El sábado abren las Farmacias. No se puede salir sin barbijo de neoprene y debemos cubrirnos de la frente a la nuca. No podemos hablar, está prohibido. Hay que hacer los gestos imprescindibles, con las manos cubiertas de guantes descartables. Si encontramos un amigo por la vereda, crucemos de inmediato y no lo saludemos. Las antiparras para tapar los ojos, son regias, las transparentes dejaron de estar en existencia.

   Ana escuchaba esas cosas y cantaba: “¡Me vuelvo cada día más loca”, y lo repetía como si fuera un mantra. Se compró un traje de buceo, dos tubos de oxígeno y guantes sopaperos, que usaba para los productos que tocaba en las góndolas del Super y patas de rana con plataforma. En vez de hablar hacía glu glu. Descubrió en la casa de su Abuelo, una escafandra que completaba su hermetismo.

   Sintió la necesidad de hacer el amor, con el chico más lindo que encontrara. Ella tenía un tajo en sus partes bajas y el chico ni bien la miraba, cantaba a toda voz: “…Me gusta ese tajo, dejáme quedar un rato más”. Al chico le colocaba profilácticos de neoprene. Cuando su satisfacción terminaba, echaba al chico de inmediato. Para dormir se quitaba todo y se forraba en papel film.

   La gente caminaba a diez metros de ella. Como vivía sola construyó un bunker antinuclear, que quedaba a cien metros de profundidad. Por fin se sintió feliz y segura. Se comunicaba por celular y sus amigos le cortaban enseguida. Comía pescados exóticos y un día de mal humor, rompió el televisor y empezó a escribir sobre su vida, se reía a carcajadas, con la lectura de sus papeles.

   Siempre fue una alumna de diez y comprendió finalmente, que era una chica diez, en lo que se le ocurriera. Se sintió contenta de ser loca y siguió con sus locuras. Y colorín sopapeado, este cuento ha terminado.

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