—Son las tres de
la mañana, ¿cómo se te ocurre?, debo madrugar.
—Con esta
llamada tengo que probar nuestra amistad. Una vez interrogó un Profesor, si
alguien tenía algún amigo a quien pudiera despertar de noche y la única que
dijo sí, fui yo. Por vos que sos la mejor.
—Bueno, dale,
contame.
—Me largó por
celular, fue lo más lejano que encontró el muy cobarde. No entiendo nada, si
hace dos meses que estamos juntos, nos queremos, o nos queríamos. Es un
delincuente, me dijo que encontró una mina y se enamoró.
—Vos sabés que
son cosas que le suceden a otros. ¿Por qué no puede ser a uno? No llores, no lo
merece.
—Éramos tan
compañeros y buenos amantes, no lo puedo creer, me dan ganas de tirarme por el
balcón.
—Eso sí que es
gracioso. ¿Si vivís en planta baja? Sólo vas a lograr aplastar los geranios, no
me vengas con disparates, hay hombres que buscan mujeres lindas como vos.
—No me interesa
conocer a nadie más.
—A mí nunca me lo
presentaste, ni sé cómo es su cara, pero siempre hay una esperanza. Te voy a
contar, qué me pasó ayer. Un tipo desgarbado, alto, morocho, de ojos verdes,
vino a sentarse frente a mi escritorio. Me recitó poemas de Vallejos. ¿Viste
mis anteojos culo de botella? Me los quité y él dijo: “Por favor, dejalos
puestos, hay que creer en los anteojos, no en los ojos”. Yo no entendía nada.
Siguió: “Esto es amor a primera vista”. Y me mordió la boca a través del
escritorio. Vamos a presentarnos, yo me llamo Juana Pereyra, ¿y vos? “César Vallejos Masondo”. ¿Escuchás lo que
te digo?
Al otro lado, se
sintió un silencio prolongado, cuando la amiga pronunció lo terrible: —César
Vallejos Masondo, era mi novio. ¿Qué me contás?, zorra.
—No tenemos por
qué romper nuestra amistad, por una pavada.

No hay comentarios:
Publicar un comentario