Los primeros
latidos de la noche, se escurren intensos. El mundo es sólo para dos.
Las risas del
desayuno con tostadas quemadas.
Adiós, me voy a
trabajar, se dan besos y un abrazo apretado. “Te voy a extrañar”.
Ella lo espera
en la cama, antes de almorzar. Se le ofrece su plato preferido, sólo para dos.
Se bañan juntos,
enjabonan sus cuerpos, juegos de dos. Van a dormir sin decir, duermen.
Mañana es
domingo, pueden seguir haciendo el amor, con ojos cerrados. Ella le prepara el
desayuno, para el peor día de la semana.
Lunes, jugo de
naranjas y un beso en la frente, como despedida. Terminan las vacaciones de
ella, regresa cansada, tiene el doble de trabajo. Quedan dos en la oficina, dos
echan. Es tan eficiente, que cuando llega él, lo saluda con la mano en alto. Él
tiene hambre, ella le señala el freezer.
Él duerme la
siesta solo, ella desploma abajo y allí se queda. Dejan el dos y se transforman
en uno. En ocasiones, dos por uno dos.
Cuando pasa al
lado del sillón, no la quiere despertar, pero le quita toda la ropa y se dispone
a lo de siempre. “Me duele la cabeza, hoy no.” Pasan los días y siempre igual.
A veces hacen el
amor, ella mira al techo y él trata de repetir el primer día.
Lo cotidiano
produce distancias. Él se va sin saludar, para no molestar.
Se encuentran
una noche, con un latido nuevo. “Estoy embarazada”. Él se preocupa y no dice
nada.
Ve cómo crece la
panza de ella. Le apoya las manos y la oreja, para escuchar.
Se suman tres
latidos. Un nuevo entusiasmo, mata la indiferencia de ayer y vuelven a hacer el
amor todos los días. Asiste al parto de ella y se desmaya. Luego vienen los
llantos y los pañales. Nunca más duermen de corrido.
Nace varón y se
llama Jesús.

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