Todos tenemos nuestros números junto a las
recetas de cada uno, igual que para cualquier trámite.
La gente entra hasta formar una ola humana
acaracolada. Una mujer habla a gritos con el farmacéutico, está embarazada y
debe dejar de fumar, las Reuniones de Autoayuda no la ayudan, siempre prende un
pucho a la salida. El Farma le ofrece unas pastillas –No quiero, esas se las
compré y no me sirven-. Le pide que se tranquilice.
-Hay
unas pastillas de EEUU, son infalibles, pero aquí no llegan, serían de un costo
impensable-.
-No quiero nada yanqui, desconfío aunque las
consiga, son capaces de agregarle químicos para exterminarnos-. Todos la
miramos ¿qué otra cosa podemos hacer? Una señora protesta, dice que ponen el
aire acondicionado helado para enfermarnos y no tener más remedio que comprar
remedios.
Cuando se escuchó que la mujer esperaba ese
hijo después de doce años de intentos, todos callamos. A medida que el tiempo
transcurre, las personas van dejando deslizar sus recetas.
En un momento los compradores exigen más
personal para las ventas. El Farma dice que la única persona que atiende es él,
el resto del personal fue despedido.
La mujer embarazada compra una batería de
pastillas, olvidó su tarjeta de la mutual. Mete todas en la cartera
–Mañana
le pago-. El hombre queda con la boca abierta, cuando la mujer se va con un
pucho en la mano, lo prende afuera.
Se escucha la voz del Farma –Veintidós-. El Veintidós
busca su receta en cuatro patas, la encuentra, no es la de él, sigue buscando
–Veintitrés-. Se escucha al Veintidós pidiendo que espere. –Mientras usted la encuentra, atiendo a la señora-. La receta que levantó la señora del piso no era suya. La compra igual, por lo bajo se le escucha –Al fin y al cabo todas las pastillas, son iguales, me congelo, cobre rápido así me voy.
–Veintitrés-. Se escucha al Veintidós pidiendo que espere. –Mientras usted la encuentra, atiendo a la señora-. La receta que levantó la señora del piso no era suya. La compra igual, por lo bajo se le escucha –Al fin y al cabo todas las pastillas, son iguales, me congelo, cobre rápido así me voy.
El Veintidós encontró su receta, pero no su
número. Me di cuenta que la gente es mala, el Farma también, todos lo mandaron
a sacar otro numerito. Tenía cara de “me mato”, yo le di mi número, el
veinticuatro.
Hacía peor la soledad de aquel hombre, que
el medicamento para mis ataques de agresión. Cuando salgo arranco el auto, lo
pongo frente a la Farmacia
“Todo lo cura” y choco contra la vidriera. Saltan los vidrios, uno le dio en la
cabeza al Farma, otros recibieron cortes menores. Soy generosa, pero cuando me
dan los ataques de agresión, sino tomo la pastilla, mi furia se equivoca y le
paso por encima al hombre que le regalé mi número. Bueno, mejor desaparezco,
nadie me ve, todos están malheridos.
Si no, vienen los interrogatorios, las
acusaciones y los miles de dólares que tenés que poner para que te larguen.