lunes, 29 de febrero de 2016

FARMACIA "TODO LO CURA"

   
 Todos tenemos nuestros números junto a las recetas de cada uno, igual que para cualquier trámite.
   La gente entra hasta formar una ola humana acaracolada. Una mujer habla a gritos con el farmacéutico, está embarazada y debe dejar de fumar, las Reuniones de Autoayuda no la ayudan, siempre prende un pucho a la salida. El Farma le ofrece unas pastillas –No quiero, esas se las compré y no me sirven-. Le pide que se tranquilice.
-Hay unas pastillas de EEUU, son infalibles, pero aquí no llegan, serían de un costo impensable-.
   -No quiero nada yanqui, desconfío aunque las consiga, son capaces de agregarle químicos para exterminarnos-. Todos la miramos ¿qué otra cosa podemos hacer? Una señora protesta, dice que ponen el aire acondicionado helado para enfermarnos y no tener más remedio que comprar remedios.
   Cuando se escuchó que la mujer esperaba ese hijo después de doce años de intentos, todos callamos. A medida que el tiempo transcurre, las personas van dejando deslizar sus recetas.
   En un momento los compradores exigen más personal para las ventas. El Farma dice que la única persona que atiende es él, el resto del personal fue despedido.
   La mujer embarazada compra una batería de pastillas, olvidó su tarjeta de la mutual. Mete todas en la cartera
–Mañana le pago-. El hombre queda con la boca abierta, cuando la mujer se va con un pucho en la mano, lo prende afuera.
   Se escucha la voz del Farma –Veintidós-. El Veintidós busca su receta en cuatro patas, la encuentra, no es la de él, sigue buscando 
–Veintitrés-. Se escucha al Veintidós pidiendo que espere. –Mientras usted la encuentra, atiendo a la señora-. La receta que levantó la señora del piso no era suya. La compra igual, por lo bajo se le escucha –Al fin y al cabo todas las pastillas, son iguales, me congelo, cobre rápido así me voy.
   El Veintidós encontró su receta, pero no su número. Me di cuenta que la gente es mala, el Farma también, todos lo mandaron a sacar otro numerito. Tenía cara de “me mato”, yo le di mi número, el veinticuatro.
   Hacía peor la soledad de aquel hombre, que el medicamento para mis ataques de agresión. Cuando salgo arranco el auto, lo pongo frente a la Farmacia “Todo lo cura” y choco contra la vidriera. Saltan los vidrios, uno le dio en la cabeza al Farma, otros recibieron cortes menores. Soy generosa, pero cuando me dan los ataques de agresión, sino tomo la pastilla, mi furia se equivoca y le paso por encima al hombre que le regalé mi número. Bueno, mejor desaparezco, nadie me ve, todos están malheridos.
   Si no, vienen los interrogatorios, las acusaciones y los miles de dólares que tenés que poner para que te larguen.                      

    

domingo, 28 de febrero de 2016

NI LOCO


  Controlaba los alambrados día por medio, el estado de las tranqueras, contaba sus veinte vacas con los dedos, dos peones golondrina le ayudaban, con el tractor de su abuelo.
   Eran gauchitos y comedidos, inventaban tareas que mejoraban el rendimiento del viejo tractor.
   Eulogio, el patrón, sentado al borde de un arado oxidado, despedía al sol. Pensaba en sus treinta, era hora de buscar mujer. Ni allí, ni en los alrededores, había mujeres y él, ni loco iba al pueblo a buscar alguien. Por el camino vislumbró una chica, caminando no muy segura hacia dónde. Pasó tan cerca que Eulogio le preguntó la hora. Ella inventó una, no tenía reloj. Los zapatos le sonreían con todos los dedos afuera y su ropa, pura hilacha, fueron blancas hacía mucho.
   Eulogio dijo -¿Cuál es su gracia?-. Ella lo miró y balbuceó –Lulú, la revista que más le gustaba a mi vieja, era La Pequeña Lulú, por eso me lo puso y en esta valijita llevo toda la colección-.
   Eulogio quiso saber su edad y hacia dónde se dirigía. Ella  venía de una historia triste, padres que murieron hacía unos tres meses y rancho tapera.
   Lulú tenía trece años y no sabía adonde iría a parar.
   El Patrón le propuso trabajo de hacer comida, limpiar algo y una pieza para ella sola. Lulú subió con destreza, cerca del arado y dijo sí, con ojos de luz. Parecía de diez años, Eulogio sintió que estaba mal nutrida. Las novias de los peones, ni bien supieron, mandaron ropa, zapatos y dos ejemplares nuevos de La Pequeña Lulú.
   Antes de amanecer se escuchaban los golpes a la puerta del dormitorio de Eulogio, sentada en una silla matera, le acercaba un cimarrón. Esos pequeños gestos fueron creciendo.
   En un cumpleaños el Patrón se excedió en vino, parecía irlandés, nadie notó su estado. Lo que sí notaron todos fue la panza de Lulú que creció hasta parir un hijo. Eulogio, sorprendido le preguntó quién era el padre. Ella contestó que él era el padre –Tal vez usted no recuerde, pero la noche, con perdón, que se emborrachó me agarró una vez y otra vez y otra-. Eulogio se puso de rodillas y le pidió que se casaran. Lulú dijo sí y confesó 
-¿Sabe que usted me gusta de la primera vez allá en el camino?-. Tuvieron cuatro hijos.
   Las bebés se llamaron Guita y Plata, a los varones les pusieron Dinero y Morlaco. En el registro se les negó el nombre Dinero, decían que Dinero no estaba permitido.
-¿Ah, no?-. Dijo el Patrón. Sacó un fajo de Euros y se los extendió al empleado, quien temblando contestó –Tiene razón Patrón Eulogio, Señor, tiene razón, el nombre Dinero existe-.  

sábado, 27 de febrero de 2016

MÁS NO PUDIERON


   El fenómeno de ruborizarse, o que se te pongan los cachetes colorados, para los bizarros, se debe a que la sangre recorre todo el cuerpo y aterriza en las mejillas.
   Las razones son variables, puede que alguien elogie tu tarea y te ponés colorado o que se burlen por tu ignorancia, una propuesta amorosa, tu padre te descubre haciendo algo indebido. Cientos de razones válidas o inválidas. Te podés poner colorado en una silla de ruedas.
   Las personas malas, jamás se ruborizan o lo reemplazan por maquillaje que hace que lleguen a destino ya ruborizados.
   Por ejemplo, obispos, conductores beodos, asesinos seriales, políticos, pederastas, carniceros, ñoquis. Son seres grises y por más rojo que le agreguen, siguen siendo grises.
   -Habría que meterlos presos a todos-. Dice mi padre.
   El tío Alberto piensa que hay que matarlos a todos y eso que es pacifista. Berta, su mujer, grita -¡Chorros, devuelvan la guita!-
   Para llegar al deseo de Berta, deberían pasar los dos estadíos anteriores. El resultado sería atroz, los malos se escaparían en aviones, con toda la guita que nos robaron.
   De los chanchullos de estos sátrapas no sé nada, es una era confusional. Sí sé lo que es llegar al quince sin ropas, para los finos y en pelotas para los ordinarios.
   Tengo una parcela de buena tierra, siembro papas de toda la vida, hice mis negocios con honra.
   Llegó la hora de compartir y yo reparto.

   Se sabe que el que reparte se queda con la peor parte. Así fue, estoy tirado boca arriba, mirando el cielo, la luna y las estrellas, mi mujer prepara papas fritas, yo descanso sobre el pasto mullido. Me quedé con la mejor parte, mi orgullo es que todavía se me pongan los cachetes colorados. A los grises no les tengo piedad, me dan náuseas. Más hijos de puta no pudieron ser. 

jueves, 25 de febrero de 2016

SORROSTRADA


   Me conozco, sé cómo soy por dentro. Mentira.
   Fabriqué un personaje que responde a los cánones sociales vigentes. Quiero pasar desapercibida. Hablo en voz baja, no digo malas palabras y camino con una semisonrisa que sirve para mirar niños y saludar cuando no tengo ganas. Hoy es miércoles veinticuatro.
   No pude ir. La llamé al celu para avisarle.
   Es como faltar a misa para un católico obsesivo. Hace mal no ir. Necesito escuchar cómo miento y ella cruza mi señal revirtiendo todo, dice que me castigo.
   Sabe más de mí que yo.
   La tierra está seca, el calor parte la cabeza.
   Se larga! Se larga! Llueve el mundo, caen piedras, relámpagos y truenos. Luego de tres horas, cesa. Sale vapor. Hay niebla, entra en la casa. No logro cubrir los cuentos sin antes acomodar la silla.
   Excusas para no escribir. Hago cierres rápidos, un vicio adquirido.
   Mientras escribía se corrió el cierre de la depresión y mil fantasmas se reunieron para engrosarla, oprimen el alma con su insolencia y descaro.

   Cuando se rompa el cierre vas a huir, maldita cortamambo. Voy a escribir un cuento sobre tu costumbre de meterte en mis pensamientos con una frecuencia de las cuatro estaciones del año. Serás declarada persona no grata. Tendrás vedado invadir a nadie. Sorrostrada.

SOCIEDAD DE HECHO

   Globopobre tenía moscas en las pestañas. En su familia todo era precario y nómade.
   Concurrió a la escuela gracias a una autoridad que se hizo presente para becar al “niño de las moscas”.
   Sabía tantas cosas de la calle y de la vida, que para sus compañeros era un profesor. El que más lo quería era Perirrico, el padre se asombró de cómo Globopobre resolvía cualquier cosa inventando reemplazos o desinventando, otra forma de inventar. El señor Perirrico le pagó hasta los estudios universitarios, consideraba que era excelente influencia para su hijo.
   Fueron amigos entrañables, pusieron un estudio juntos. Globopobre no lograba quitar las moscas de sus ojos, pensó que nunca olvidaría su lugar de proveniencia. Ganaba todos los juicios y los de su amigo también. Quería ser rico, muy rico, para socorrer a su familia. Un día, Perirrico le echó raid en las moscas, casi lo deja ciego. Ellas se quedaron a vivir en sus pestañas, a pasar de aquella agresión. Eran tan arqueadas, que podían dormir como en coy, sin molestar a nadie.
   Perirrico tuvo que soportar a los clientes que preferían al Doctor Mosca. Discutieron los objetivos de cada uno. Resultaron disímiles.

   Se despidieron con afecto y la sociedad quedó sin efecto. Pasaron unos años y el estudio de Globopobre quintuplicó sus ganancias. Mientras, Perirrico empobrecía. Oyó que su ex socio amigo construyó viviendas para sus parientes pobres de toda pobreza, mientras él vivía en la más absoluta austeridad. Perirrico le pidió ayuda, su amigo le ofreció volver a formar una sociedad, con la condición de no molestar a sus moscas.

miércoles, 24 de febrero de 2016

TODAVÍA NO ES EL FIN


   Fui a comprar alimentos para ese día. No me alcanzó, dejé varios productos.
   No digan que no es para putear, o protestar, o tirarse de los pelos. Nadie dice nada, como ovejas obedientes. Llego a casa y escucho -¿Qué hay de comer?-. Él recostado con los ojos rojos de mirar televisión, el Buey sólo, bien se cocina.
   Otra noche en el piringundín, trabajando de puta con viejos desagradables. Un agotamiento que tapaba con anfetaminas y así iba a dar clase a la escuela, por la mañana.
   El Buey no sabe, piensa que soy inspectora de la Biblioteca Nacional, lugar donde se trabaja por las noches. Hace mucho que dejé de importarle. A mí me parece que él no me importa desde antes de conocerlo. Lo dejaron cesante y fue traumático, los chichones se curan, el Buey parecía cesante del mundo. Es extraña la mutación de las personas, la falta de dinero para cosas elementales, hace que uno tenga la cabeza ocupada con números. No quiero caer en ese pozo, sin futuro ni presente, ni marido. Hay personas resistentes, admirable.
   Me queda cero pila, o me voy o me mato.
   Elijo lo primero, conocer lugares nuevos, personas diferentes, que todavía sueñen con saltar lejos. Cuatro baldosas flojas me mojaron zapatillas y medias. Entro en casa y huelo cazuela, la mesa tendida con los platos de salir y un candelabro al medio. El Buey me quitó el abrigo, secó mis pies y dio la gran noticia, consiguió trabajo.    
   Abandoné mi proyecto de  partir.
   El Buey es bueno, aunque lo del laburo sea mentira.                                                                                       

domingo, 21 de febrero de 2016

CUENTO MINIFALDA Y CORONA


   La reina Madre le cortó la cabeza a su hija con un hacha. No quería velatorio, ni asistir al entierro. Florinda, ama de llaves del castillo, cocinera, lavandera, cumplía todos los servicios.
   Cuando entró al dormitorio encontró a la niña moribunda y la cabeza de lado. La cosió como pudo y la cuidó durante su convalecencia.
   La reina pasaba sus noches de fiesta en fiesta, de día dormía. Ignoraba si su hija estaba viva o muerta. Florinda hizo la parodia del entierro, que dejó tranquilos a los allegados. La Reina conoció al Príncipe más buen mozo de la comarca, quedo prendada o prendida. El día que lo tomó del brazo, no lo soltó más. Él se dejó, como todos los príncipes, era tonto e ingenuo. Durante una ceremonia simulada, se casaron. La niña criada por Florinda cumplió catorce años, hacía de ayudante de Florinda todo servicio.
   En la habitación de su madre sólo estaba el Príncipe dormido. Lo miró de pies a cabeza, parecía una escultura de guerrero viviente.
   Se recostó a su lado, no sin antes apoyar su boca en la del Príncipe, que despertó y la miró para siempre.

   Cuando la Reina encontró a su Príncipe en adquisición, con la joven todo servicio, lo acusó de infidelidad, mientras el Príncipe semi-dormido pedía, rogaba que le cortaran la cabeza a la vieja bruja. Florinda procedió, haciendo que el Príncipe y la niña se casaran, antes que la Reina, por capricho, despertara. 
-¿Qué te parece?-. Preguntó al editor. –No es para niños, tal vez le gustaría a cualquier grande, pero no sé-.  

sábado, 20 de febrero de 2016

PENÉLOPE


   La piel de la cara tenía un tajo que iba de la frente al mentón. Trabajaron tres médicos y cinco enfermeras, juntar las pieles tenía algo de orfebrería. Debieron estirar tanto la media cara, que se produjo una estética instantánea, ese lado quedó suave y joven, con un ojo verde amplio. El otro perfil, el verdadero, era un nido de arrugas y patas gallináceas.
   Ese lado no se lo hicieron, la piel no alcanzaba, la mutual tampoco.
   Penélope sentía más y más rencor por el tipo que la tajeó. Cuando curó y pudo salir, recorrió calles desconocidas, a pesar de haberlas caminado hacía seis meses, con litros de ginebra encima.
   Un hombre alto la llevó en brazos hasta la casa de ella, a pesar de ignorar dónde quedaba.
   Ella recordó niebla, llovizna y después todo negro.
   Cuando despertó le parecía extraño el lugar, no era su casa, sin duda, se puso de pie.
   Antes de llegar a la puerta, sintió una mano pesada en el hombro. Penélope, tomada del picaporte, pudo ver en la sombra de la pared una mano que se levantaba con una navaja y le producía el corte. Ella salió a llamar un taxi, cuando veían tanta sangre, todos pensaban en el tapizado, nadie quiso llevarla. La portera del edificio pidió una ambulancia, era chusma, fue una suerte porque vio al hombre y la sangre. Cuando ingresó a Emergencias, tardaron tanto en atenderla, puso en su bolso un bisturí que asomaba de un estante.

   Buscó la calle del boliche, era más factible que estuviera ahí. Tenía la espalda contra la pared y el resto dormido. Penélope, ya que estaba a unos centímetros del corazón, insertó el bisturí, hasta tener el corazón en sus manos. Salió del boliche y se lo tiró a unos perros hambrientos.

jueves, 18 de febrero de 2016

VERANO


   Fueron los Garrinton a una cabaña palafita, al borde del mar de “Las Sequoias”, llevaron los hijos Garrinton y las hijas Everest, dos divorcios, cuatro hijos propios y ajenos.
Habían decidido no hablar para que los bichos raros del lugar pudieran ser vistos, dentro de la cabaña tenían lagartijas, hisopondrios y vertilugios.
   -¡Emily, vení a mirar!!-. Eduard era fabricante de malas noticias. Ella igual salió a la galería. Un atardecer calma chicha, magenta, naranja, el mar quieto. El horizonte era grisáceo, podía ser una tormenta en cierne.
   Los primeros en desaparecer fueron las lagartijas, los hisopondrios y vertilugios.
   Por temor a un tsunami, Eduard ató con alambres la cabaña a los árboles.
   Emily  y los chicos corrieron los muebles contra todas las aberturas. Cuando empezó el viento se amucharon. Nadie se dio cuenta que Eduard quedó afuera. Llovía con furia y el mar pareció taparlos.
   Cuando vinieron los primeros rayos del sol, corrieron los muebles con desesperación.
   Los chicos salieron a la galería, no fue tsunami, fueron olas grandes que apenas llegaron al primer escalón de la cabaña.
   -¿Y Eduard?-. Preguntó Emily. Estaba atado con ciento veinte metros de alambre a uno de los sostenes de la cabaña. Difícil desatarlo, mucho nudo, pero lo liberaron.
   Desayunaron con Eduard, ofendido.

martes, 16 de febrero de 2016

¡CUIDADO!

   -Me pusieron una pierna ortopédica, no había mi número, quedaba sólo talle S. Camino renga, ni uso bastón-. Su amiga no dudó un segundo. –Yo por suerte conseguí talle L y me entró a la misma altura que la sana-.
   -Tantos años que nos conocemos y nunca te pregunté cómo fue-. La amiga acarició su pierna y le contó el episodio, una camioneta de la policía pasó por encima de su pierna y se dieron a la fuga, no sin antes gritarle –Te queda la otra, nosotros siempre dejamos propina-. Ella se asombró, porque le sucedió igual, un patrullero le destrozó la pierna y se dio a la fuga. –A esta gente hay que matarla, subirlos a una máquina recolectora y que los compacten. Total no sirven para nada y encima te van quitando pedazos-. La talle S pensaba que matar era feo, talvez lo mejor sería darles el traslado a Medio Oriente, munidos de armas plásticas. ¿Sabés lo que hago cuando veo un cana? Le pregunto cualquier verdura, hago que me mareo y le vomito encima, cerca de la cara-.

   La talle L, con la talle S, iban a pagar el plus que dispuso la Municipalidad para la policía local. Se brotaron las dos cuando vieron la cifra, la cuarta parte de sus jubilaciones. Fueron a ver al Intendente y el nabo les dijo que no estaba enterado. Tenía cicatrices en las muñecas de tanto meter la mano en la lata. Talle L y talle S quitaron sus piernas ortopédicas y le pegaron en todo el cuerpo, sobre todo en la cabeza. Siguieron, no  sin antes descansar los brazos, le pegaron, le pegaron, le pegaron, lo mataron.

sábado, 13 de febrero de 2016

UN CUENTO


   Encontré la casa ideal, la gente del pueblo decía que estaba engualichada. La entrada tenía su impronta “El Gualicho”, con letras góticas.
   Algún frentista importado. Me gustó el silencio para escribir el cuento, yo decía que estaba terminado, no podía entregarlo, faltaban detalles. Mentí. Faltaban ideas, me sentía en blanco. La city llenaba el depto de bocinas, sirenas y protestas.
   La casa fue una panacea, sucia como si desde 1930 nadie se hubiera ocupado. Busqué alguien que me ayudara en la limpieza, nadie quiso.
   Cuando sucedió la negativa del jardinero, del electricista, pedí que me contaran la historia de la casa. Hubo un incendio donde la casa se convirtió en cenizas. A medida que transcurría el tiempo la casa iba creciendo, sin la intervención de nadie. Parecía tener un comportamiento vegetal. Un día se terminó a sí misma.
    Pasé un trapetón haciendo un camino hasta el escritorio, otros caminos para sanitario y cocina. Era todo más grande que mis posibilidades. Preparé el escritorio, papeles, lapiceras, silla cómoda. Difícil tomar asiento, la hoja blanca, sin letras para cubrirla de palabras y una historia. Sabía que había un sótano, quise conocerlo. En el último escalón me caí, la estearina de la vela caía en las manos y se apagó. Algo invisible me puso de pie. En lo alto una candela iluminó el camino de vuelta. Corrí al dormitorio y me acosté entre unas sábanas blancas prístinas, con olor a espliego. Inexplicable. ¿Habrá un alguien visible además del algo invisible? Puede ser una pareja que vive en el sótano y ella es tan sutil que parece invisible. Hasta ahora fueron tan amables y serviles, estaba protegida. En todo caso la intrusa era yo. Dormí hasta el mediodía, pasé por el escritorio y una taza de café con tostadas me esperaba, la sorpresa derramó el café sobre la hoja blanca y las tostadas corrían en fila india a la cocina. Empecé a gritar
-¿Quién vive aquí?¡¿Cuántos son?!¿Qué quieren? Me van a matar a sustos, tengo que escribir una historia, dejen que la termine y luego parto-.
   Me senté esperando la fotofobia que me da el blanco, pero no sucedió, alguien escribió un cuento mágico, redondo perfecto. El cuento estaba terminado. Bajé al sótano para despedirme y agradecer, así conviene tratar a los raros. Estaba tan lleno de telarañas que me fui para no quedar enredada. Sentí mis propios pasos saliendo de la casa, antes de cerrar escuché una voz ronca y baja.
 –Vení cuando quieras y lo que tengas que escribir dejalo por nuestra cuenta, cerrá bien la puerta, por favor-.

   En la Editorial me felicitaron por el cuento, mentí, dije que era mío. Recordé la casa y sus habitantes, los extraño, voy a dar una pasadita para saludarlos, agradecerles y pedirles otro cuento que sea como ellos, que son el misterio más misterioso que haya conocido.

ANOMIA


   Pidió dos limas exprimidas. Al barman le dio alegría que no pidiera vodka, whisky u otros alcoholes. Lo conocía del tiempo donde su espíritu etílico divertido atraía clientes.
 -Desde que usted abandonó el alcohol parece un bar sin vida, no se ofenda señor Dolby, fue un comentario con buenas intenciones-. El señor Dolby encontró al señor Petersin, el festejo del reencuentro fue servido en dos medidas de whisky, para ambos. Después hubo otras, hasta que se fueron.
   Dolby se sentó en un banco de plaza, Petersin encontró el hombro de su amigo y dormitaba, mientras Dolby decía que de la vida no le interesaba nada, ni las plantas, ni su sillón más cómodo, ni leer, hasta aquel encuentro le produjo desgano.
   -¿Entonces porqué no te matás? ¿A que seguir con vida si no te gusta nada?-. Lo había escuchado, aún dormido. A Dolby le aburría pensar en suicidarse, no quería dejar ese recuerdo para sus hijos. Igual lo tentó la sugerencia de su amigo. Tuvo miedo de llevarlo a cabo. Le dolía el hombro, la cabeza de su amigo pesaba una tonelada. Lo acomodó a lo largo del banco y cruzó al bar. Pidió dos limas exprimidas, mientras le lloraba al barman todas sus desgracias. -¿Qué tendría que lamentar yo entonces? Mi mujer me espera y le pego con el odio que tengo acumulado. Después salgo a la calle y noto que mis vecinos me miran mal, temo que tomen represalias-. Cuando Dolby notó que lo había tomado de oreja, bostezó ostensiblemente.

   Al día siguiente aparecieron en los diarios, el suicidio de Petersin con una foto sonriente, el suicidio del barman y su foto media sonrisa, el suicidio de Dolby, en el retrato tenía cara de aburrido.  

martes, 9 de febrero de 2016

PERIPETUA


   Sin importar que fuera invierno o verano, el hombre de baja estatura usaba un sobretodo negro, largo hasta sus supuestos gemelos.
   Tenía un andar de bull-dog enojado mal, con la impotencia del petiso.
   Perdió a su mujer y el disgusto le produjo atermia. Vivían en un edificio alto en un piso alto. Se los veía como si tuvieran una relación marital secular, cuando abrían la puerta del depto, para salir o llegar, provenía de adentro la sensación que hacía años que allí no se hablaba, remedaba un pasillo de viento atrapado. Salieron de compras domésticas como hacían todos los viernes de su vida.
   -¿Vos llevás el carrito?-. Preguntó ella agitada. –No. Estoy acá en el ascensor con la puerta abierta esperándote, traé el carrito por lo menos-.
   Ella salió como un remolino, primero el carrito, luego las llaves, olvidaba la cartera, le faltaron los anteojos, pero esta vez no regresó, cerró la puerta y corrió  hacia donde sonaban las moneditas cada vez más impacientes. Él bajó el belfo de su mentón y le cedió el paso. Ella abrió el labio superior mitad encía, mitad dientes y subió.
   En realidad bajó, el ascensor no estaba. Él no lo advirtió y quedó fijo.
   Un policía le pidió que lo acompañara. Su mujer estaba veinticinco pisos abajo. Él no quiso mirar.
   Hubo juicio, el veredicto final fue “Accidente seguido de muerte.”
   A partir de ahí fue que el enano se abrigó para siempre. El abogado defensor era su mejor amigo y eficiente profesional, pero no transparente.
   Lo del ascensor que no estaba, sonó desafinado, que él estaba al lado, él apretó el botón pero no se dio cuenta que no tenía piso, por lo tanto no había ascensor. Tal vez el Juez se mareó, tanto subir y bajar.
   El enano fue el autor intelectual del hecho.
   Habla por la calle con un celular que no tiene a nadie del otro lado. 

domingo, 7 de febrero de 2016

BURN-OUT


   Había llegado a estudiar materias disímiles.
   Asistía como oyente a todas las humanísticas, incursionó en medicina y ciencias sociales.
   Ante el asombro de los profesores, se recibió en todas las carreras que comenzó. Daba las materias juntas en los fines de año.
   Él fue el primer pope que se pronunció acerca de la tecnología informática, aseveraba que contribuía a la degradación del género humano y su inminente extinción.
   Sus teorías fueron apoyadas por su hermano y un primo segundo.
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Espacio del Escritor: Comí una salchicha y media de Granja del Desencuentro y Cerveza Imperio Rojo, ahora voy a fumar un pucho con Bruno y mañana sigo.
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   Lo contrataron en EEUU, Alemania y Francia, para exponer ante un público calificado.
   Las compañías internetianas dejaron sin señal al mundo entero. Las personas se hicieron adeptas a la nueva ideología Noternet.
   Gracias a esta gestión, la gente dejó de matar personas. Los Isis fueron los más perjudicados, se trasladaron al Vaticano para rogar al papa Pancho Villa que los dejara seguir matando personas. Iban primeros en el rating expansionista. El Papa les contestó -¡Fuera del Vaticano!-. Los Isis le preguntaban -¿Porqué?¿Porqué?¿Porqué?-. No dijo nada pero eran órdenes de dios, que siempre prefirió a las personas muertas de muertes naturales y no deshechas a balazos.
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Espacio del Escritor: Me llaman a comer, no escuché y comí frío. Lo mismo de anoche, pero sin cerveza. Después hice mutis por el foro y Bruno lavó la cocina. Sentía su respiración sobre mi hombro, espiaba lo que escribía. Tiene condiciones de espía, podría pertenecer a la Cía o al FBI. Ganaría mejor, seguro.
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   El inventor de Noternet fue amenazado de muerte.
   Su mujer también. Esto último no le importó mucho. Lo que le preocupó fue su hermano y su primo segundo. Ya habían sufrido un atentado pero salieron ilesos.
   Pidió custodia para todos, les mandaron unos chicos de trajes grandes, revólveres menudos y sin balas, estaban en falta. Los patrulleros estacionados donde se guardan los patrulleros. No había combustible de ninguna índole, seguiría en falta hasta el 2.020.
   El inventor, su hermano y su primo segundo se fueron a vivir a un país ignoto. Interhueva los resarció con billones de dólares para que desaparecieran de la historia. Dejó su mujer a cuidar la casa.
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Espacio del Escritor: Bruno me escondió el cuaderno. Todas las hojas blancas y las biromes. Encontré una lapicera vieja, en un rincón de la biblioteca. Traté de escribir en papel higiénico, pero se rompe todo.

martes, 2 de febrero de 2016

BUBA ARESTINGA Y VOS


   Nos dimos cuenta que ninguno sabía su nombre.
   Le decíamos vos esto, vos lo otro. Llegamos a despedirlo con un chau vos. Era el ordenanza de la sección – Ché ¿Qué le pasa al triste Vos?-. El tipo era un senegalés alto puro hueso. Esperaba a su familia desde hacía un año. No le conocíamos la sonrisa, pero sí el café que nos servía, con gesto educado y triste. Invité a Vos  a comer a casa, junto con el recepcionista, también senegalés. Mi mujer los atendía mientras los llenaba de preguntas. Ellos por cortesía le contestaban con la boca llena, corrían lo ingerido al cachete derecho, formando una bola, se les entendía perfecto. En la tercera copa hablaban en francés, mezclado con su dulce idioma original.
   Mi mujer, que es prosaica genética dijo –Estos negros son divinos, invitalos cuando quieras-.
   Obviamente los senegaleses la ponían cachonda.
   Por fin llegó la familia de Vos. La mujer tenía una figura alta y distinguida, sonreía a todos, hablaba un castellano impecable y Vos sonreía con un montón de dientes, es cuestión de raza, los blanquitos somos de pocos dientes.
   Les hicimos un agasajo de bienvenida. Allí nos pusieron al tanto, comenzó la mujer –Mi nombre es Buba Arestinga y a partir del lunes seré su nueva jefa, soy especialista en economía empresarial. Necesito tres ayudantes, elegí a Emanuelle, al que ustedes bautizaron Vos, tiene títulos de pos grado imprescindibles para la gestión. Luego viene Zazá, el recepcionista, amigo y compañero de estudios y usted-. Me señaló a mí –Por ser la persona que hizo sentir a mis compatriotas como hermanos-. Me caí de la silla y ella me levantó con una sola mano, sin perder su elegancia.
   Un día me encontraba compenetrado con un trabajo, pasó Vos y con sonrisa de sandía me dijo al oído –Es la primera vez que te veo trabajar desde que te conozco-.
No le contesté, para no perder la compenetración.
   Se produjo un efecto multiplicador, junto con la nuestra crecieron todas las secciones.

   Uno de los secretos de Buba era el afecto que tenía por todos. No nos conoció por computadora. Hablaba cara a cara con cada uno. Mi hija llegó a casarse con un hijo de Vos y Buba. Somos parientes y mi próximo nieto de buena cepa. Seguro. Que viene de Senegal.