Encontré la casa ideal, la gente del pueblo
decía que estaba engualichada. La entrada tenía su impronta “El Gualicho”, con
letras góticas.
Algún frentista importado. Me gustó el
silencio para escribir el cuento, yo decía que estaba terminado, no podía
entregarlo, faltaban detalles. Mentí. Faltaban ideas, me sentía en blanco. La
city llenaba el depto de bocinas, sirenas y protestas.
La casa fue una panacea, sucia como si desde
1930 nadie se hubiera ocupado. Busqué alguien que me ayudara en la limpieza,
nadie quiso.
Cuando sucedió la negativa del jardinero,
del electricista, pedí que me contaran la historia de la casa. Hubo un incendio
donde la casa se convirtió en cenizas. A medida que transcurría el tiempo la
casa iba creciendo, sin la intervención de nadie. Parecía tener un
comportamiento vegetal. Un día se terminó a sí misma.
Pasé
un trapetón haciendo un camino hasta el escritorio, otros caminos para
sanitario y cocina. Era todo más grande que mis posibilidades. Preparé el
escritorio, papeles, lapiceras, silla cómoda. Difícil tomar asiento, la hoja
blanca, sin letras para cubrirla de palabras y una historia. Sabía que había un
sótano, quise conocerlo. En el último escalón me caí, la estearina de la vela
caía en las manos y se apagó. Algo invisible me puso de pie. En lo alto una
candela iluminó el camino de vuelta. Corrí al dormitorio y me acosté entre unas
sábanas blancas prístinas, con olor a espliego. Inexplicable. ¿Habrá un alguien
visible además del algo invisible? Puede ser una pareja que vive en el sótano y
ella es tan sutil que parece invisible. Hasta ahora fueron tan amables y
serviles, estaba protegida. En todo caso la intrusa era yo. Dormí hasta el
mediodía, pasé por el escritorio y una taza de café con tostadas me esperaba,
la sorpresa derramó el café sobre la hoja blanca y las tostadas corrían en fila
india a la cocina. Empecé a gritar
-¿Quién
vive aquí?¡¿Cuántos son?!¿Qué quieren? Me van a matar a sustos, tengo que
escribir una historia, dejen que la termine y luego parto-.
Me senté esperando la fotofobia que me da el
blanco, pero no sucedió, alguien escribió un cuento mágico, redondo perfecto.
El cuento estaba terminado. Bajé al sótano para despedirme y agradecer, así
conviene tratar a los raros. Estaba tan lleno de telarañas que me fui para no
quedar enredada. Sentí mis propios pasos saliendo de la casa, antes de cerrar
escuché una voz ronca y baja.
–Vení cuando quieras y lo que tengas que
escribir dejalo por nuestra cuenta, cerrá bien la puerta, por favor-.
En la Editorial me felicitaron por el cuento, mentí,
dije que era mío. Recordé la casa y sus habitantes, los extraño, voy a dar una
pasadita para saludarlos, agradecerles y pedirles otro cuento que sea como
ellos, que son el misterio más misterioso que haya conocido.

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