sábado, 13 de febrero de 2016

UN CUENTO


   Encontré la casa ideal, la gente del pueblo decía que estaba engualichada. La entrada tenía su impronta “El Gualicho”, con letras góticas.
   Algún frentista importado. Me gustó el silencio para escribir el cuento, yo decía que estaba terminado, no podía entregarlo, faltaban detalles. Mentí. Faltaban ideas, me sentía en blanco. La city llenaba el depto de bocinas, sirenas y protestas.
   La casa fue una panacea, sucia como si desde 1930 nadie se hubiera ocupado. Busqué alguien que me ayudara en la limpieza, nadie quiso.
   Cuando sucedió la negativa del jardinero, del electricista, pedí que me contaran la historia de la casa. Hubo un incendio donde la casa se convirtió en cenizas. A medida que transcurría el tiempo la casa iba creciendo, sin la intervención de nadie. Parecía tener un comportamiento vegetal. Un día se terminó a sí misma.
    Pasé un trapetón haciendo un camino hasta el escritorio, otros caminos para sanitario y cocina. Era todo más grande que mis posibilidades. Preparé el escritorio, papeles, lapiceras, silla cómoda. Difícil tomar asiento, la hoja blanca, sin letras para cubrirla de palabras y una historia. Sabía que había un sótano, quise conocerlo. En el último escalón me caí, la estearina de la vela caía en las manos y se apagó. Algo invisible me puso de pie. En lo alto una candela iluminó el camino de vuelta. Corrí al dormitorio y me acosté entre unas sábanas blancas prístinas, con olor a espliego. Inexplicable. ¿Habrá un alguien visible además del algo invisible? Puede ser una pareja que vive en el sótano y ella es tan sutil que parece invisible. Hasta ahora fueron tan amables y serviles, estaba protegida. En todo caso la intrusa era yo. Dormí hasta el mediodía, pasé por el escritorio y una taza de café con tostadas me esperaba, la sorpresa derramó el café sobre la hoja blanca y las tostadas corrían en fila india a la cocina. Empecé a gritar
-¿Quién vive aquí?¡¿Cuántos son?!¿Qué quieren? Me van a matar a sustos, tengo que escribir una historia, dejen que la termine y luego parto-.
   Me senté esperando la fotofobia que me da el blanco, pero no sucedió, alguien escribió un cuento mágico, redondo perfecto. El cuento estaba terminado. Bajé al sótano para despedirme y agradecer, así conviene tratar a los raros. Estaba tan lleno de telarañas que me fui para no quedar enredada. Sentí mis propios pasos saliendo de la casa, antes de cerrar escuché una voz ronca y baja.
 –Vení cuando quieras y lo que tengas que escribir dejalo por nuestra cuenta, cerrá bien la puerta, por favor-.

   En la Editorial me felicitaron por el cuento, mentí, dije que era mío. Recordé la casa y sus habitantes, los extraño, voy a dar una pasadita para saludarlos, agradecerles y pedirles otro cuento que sea como ellos, que son el misterio más misterioso que haya conocido.

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