Globopobre tenía moscas en las pestañas. En
su familia todo era precario y nómade.
Concurrió a la escuela gracias a una
autoridad que se hizo presente para becar al “niño de las moscas”.
Sabía tantas cosas de la calle y de la vida,
que para sus compañeros era un profesor. El que más lo quería era Perirrico, el
padre se asombró de cómo Globopobre resolvía cualquier cosa inventando
reemplazos o desinventando, otra forma de inventar. El señor Perirrico le pagó
hasta los estudios universitarios, consideraba que era excelente influencia
para su hijo.
Fueron amigos entrañables, pusieron un
estudio juntos. Globopobre no lograba quitar las moscas de sus ojos, pensó que
nunca olvidaría su lugar de proveniencia. Ganaba todos los juicios y los de su
amigo también. Quería ser rico, muy rico, para socorrer a su familia. Un día,
Perirrico le echó raid en las moscas, casi lo deja ciego. Ellas se quedaron a
vivir en sus pestañas, a pasar de aquella agresión. Eran tan arqueadas, que
podían dormir como en coy, sin molestar a nadie.
Perirrico tuvo que soportar a los clientes
que preferían al Doctor Mosca. Discutieron los objetivos de cada uno.
Resultaron disímiles.
Se despidieron con afecto y la sociedad
quedó sin efecto. Pasaron unos años y el estudio de Globopobre quintuplicó sus
ganancias. Mientras, Perirrico empobrecía. Oyó que su ex socio amigo construyó
viviendas para sus parientes pobres de toda pobreza, mientras él vivía en la
más absoluta austeridad. Perirrico le pidió ayuda, su amigo le ofreció volver a
formar una sociedad, con la condición de no molestar a sus moscas.

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