jueves, 18 de febrero de 2016

VERANO


   Fueron los Garrinton a una cabaña palafita, al borde del mar de “Las Sequoias”, llevaron los hijos Garrinton y las hijas Everest, dos divorcios, cuatro hijos propios y ajenos.
Habían decidido no hablar para que los bichos raros del lugar pudieran ser vistos, dentro de la cabaña tenían lagartijas, hisopondrios y vertilugios.
   -¡Emily, vení a mirar!!-. Eduard era fabricante de malas noticias. Ella igual salió a la galería. Un atardecer calma chicha, magenta, naranja, el mar quieto. El horizonte era grisáceo, podía ser una tormenta en cierne.
   Los primeros en desaparecer fueron las lagartijas, los hisopondrios y vertilugios.
   Por temor a un tsunami, Eduard ató con alambres la cabaña a los árboles.
   Emily  y los chicos corrieron los muebles contra todas las aberturas. Cuando empezó el viento se amucharon. Nadie se dio cuenta que Eduard quedó afuera. Llovía con furia y el mar pareció taparlos.
   Cuando vinieron los primeros rayos del sol, corrieron los muebles con desesperación.
   Los chicos salieron a la galería, no fue tsunami, fueron olas grandes que apenas llegaron al primer escalón de la cabaña.
   -¿Y Eduard?-. Preguntó Emily. Estaba atado con ciento veinte metros de alambre a uno de los sostenes de la cabaña. Difícil desatarlo, mucho nudo, pero lo liberaron.
   Desayunaron con Eduard, ofendido.

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