Fueron los Garrinton a una cabaña palafita,
al borde del mar de “Las Sequoias”, llevaron los hijos Garrinton y las hijas
Everest, dos divorcios, cuatro hijos propios y ajenos.
Habían
decidido no hablar para que los bichos raros del lugar pudieran ser vistos,
dentro de la cabaña tenían lagartijas, hisopondrios y vertilugios.
-¡Emily, vení a mirar!!-. Eduard era
fabricante de malas noticias. Ella igual salió a la galería. Un atardecer calma
chicha, magenta, naranja, el mar quieto. El horizonte era grisáceo, podía ser
una tormenta en cierne.
Los primeros en desaparecer fueron las
lagartijas, los hisopondrios y vertilugios.
Por temor a un tsunami, Eduard ató con
alambres la cabaña a los árboles.
Emily y los chicos corrieron los muebles contra
todas las aberturas. Cuando empezó el viento se amucharon. Nadie se dio cuenta
que Eduard quedó afuera. Llovía con furia y el mar pareció taparlos.
Cuando vinieron los primeros rayos del sol,
corrieron los muebles con desesperación.
Los chicos salieron a la galería, no fue
tsunami, fueron olas grandes que apenas llegaron al primer escalón de la
cabaña.
-¿Y Eduard?-. Preguntó Emily. Estaba atado
con ciento veinte metros de alambre a uno de los sostenes de la cabaña. Difícil
desatarlo, mucho nudo, pero lo liberaron.
Desayunaron con Eduard, ofendido.

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