El fenómeno de ruborizarse, o que se te
pongan los cachetes colorados, para los bizarros, se debe a que la sangre
recorre todo el cuerpo y aterriza en las mejillas.
Las razones son variables, puede que alguien
elogie tu tarea y te ponés colorado o que se burlen por tu ignorancia, una
propuesta amorosa, tu padre te descubre haciendo algo indebido. Cientos de
razones válidas o inválidas. Te podés poner colorado en una silla de ruedas.
Las personas malas, jamás se ruborizan o lo
reemplazan por maquillaje que hace que lleguen a destino ya ruborizados.
Por ejemplo, obispos, conductores beodos,
asesinos seriales, políticos, pederastas, carniceros, ñoquis. Son seres grises
y por más rojo que le agreguen, siguen siendo grises.
-Habría que meterlos presos a todos-. Dice
mi padre.
El tío Alberto piensa que hay que matarlos a
todos y eso que es pacifista. Berta, su mujer, grita -¡Chorros, devuelvan la
guita!-
Para llegar al deseo de Berta, deberían
pasar los dos estadíos anteriores. El resultado sería atroz, los malos se
escaparían en aviones, con toda la guita que nos robaron.
De los chanchullos de estos sátrapas no sé
nada, es una era confusional. Sí sé lo que es llegar al quince sin ropas, para los
finos y en pelotas para los ordinarios.
Tengo una parcela de buena tierra, siembro
papas de toda la vida, hice mis negocios con honra.
Llegó la hora de compartir y yo reparto.
Se sabe que el que reparte se queda con la
peor parte. Así fue, estoy tirado boca arriba, mirando el cielo, la luna y las
estrellas, mi mujer prepara papas fritas, yo descanso sobre el pasto mullido. Me
quedé con la mejor parte, mi orgullo es que todavía se me pongan los cachetes
colorados. A los grises no les tengo piedad, me dan náuseas. Más hijos de puta
no pudieron ser.

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