Controlaba los alambrados día por medio, el estado de las tranqueras, contaba sus veinte vacas con los dedos, dos peones golondrina le ayudaban, con el tractor de su abuelo.
Eran gauchitos y comedidos, inventaban
tareas que mejoraban el rendimiento del viejo tractor.
Eulogio, el patrón, sentado al borde de un
arado oxidado, despedía al sol. Pensaba en sus treinta, era hora de buscar
mujer. Ni allí, ni en los alrededores, había mujeres y él, ni loco iba al
pueblo a buscar alguien. Por el camino vislumbró una chica, caminando no muy
segura hacia dónde. Pasó tan cerca que Eulogio le preguntó la hora. Ella
inventó una, no tenía reloj. Los zapatos le sonreían con todos los dedos afuera
y su ropa, pura hilacha, fueron blancas hacía mucho.
Eulogio dijo -¿Cuál es su gracia?-. Ella lo
miró y balbuceó –Lulú, la revista que más le gustaba a mi vieja, era La Pequeña Lulú , por eso
me lo puso y en esta valijita llevo toda la colección-.
Eulogio quiso saber su edad y hacia dónde se
dirigía. Ella venía de una historia
triste, padres que murieron hacía unos tres meses y rancho tapera.
Lulú tenía trece años y no sabía adonde iría
a parar.
El Patrón le propuso trabajo de hacer
comida, limpiar algo y una pieza para ella sola. Lulú subió con destreza, cerca
del arado y dijo sí, con ojos de luz. Parecía de diez años, Eulogio sintió que
estaba mal nutrida. Las novias de los peones, ni bien supieron, mandaron ropa,
zapatos y dos ejemplares nuevos de La Pequeña
Lulú.
Antes de amanecer se escuchaban los golpes a
la puerta del dormitorio de Eulogio, sentada en una silla matera, le acercaba
un cimarrón. Esos pequeños gestos fueron creciendo.
En un cumpleaños el Patrón se excedió en
vino, parecía irlandés, nadie notó su estado. Lo que sí notaron todos fue la
panza de Lulú que creció hasta parir un hijo. Eulogio, sorprendido le preguntó
quién era el padre. Ella contestó que él era el padre –Tal vez usted no
recuerde, pero la noche, con perdón, que se emborrachó me agarró una vez y otra
vez y otra-. Eulogio se puso de rodillas y le pidió que se casaran. Lulú dijo
sí y confesó
-¿Sabe que usted me gusta de la primera vez allá en el camino?-. Tuvieron cuatro hijos.
-¿Sabe que usted me gusta de la primera vez allá en el camino?-. Tuvieron cuatro hijos.
Las bebés se llamaron Guita y Plata, a los
varones les pusieron Dinero y Morlaco. En el registro se les negó el nombre
Dinero, decían que Dinero no estaba permitido.
-¿Ah,
no?-. Dijo el Patrón. Sacó un fajo de Euros y se los extendió al empleado,
quien temblando contestó –Tiene razón Patrón Eulogio, Señor, tiene razón, el
nombre Dinero existe-.

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