miércoles, 31 de agosto de 2016

SIN JUSTICIA

                                                             
   Es nuestra mejor amiga, la lesión sufrida en una fiesta drogona, perversa, con invitados, hijos de fueros privilegiados.
   Casa de alquiler, por un fin de semana, entre árboles sin luna. Lo llamaron “evento”. Los ricos suelen ser grasas, los nuevos, los del dinero afanado, los drogones sin educación ni moral. Era su primera fiesta, tenía miedo y vergüenza, la llevamos de la mano, decía que su ropa parecía de monja, decía que el rimel ardía y los zapatos tacotudos le hacían perder el equilibrio.
   Había gente que bailaba, gritaba y tomaba, sin detención. Nosotras bailábamos, encantadas con los elegidos.
   En el baño nos preguntamos por ella, no supimos, no la vimos y pensamos que la casa era grande… Nos sumergimos en birra y música. Nadie escuchaba a nadie. Cuando se hicieron las cinco, recuperamos la vertical y salimos a buscarla. Era una soñadora, tal vez dormía bajo un árbol.
   La mamá llamó a mi celu, quiso saber porqué no regresaba su hija, si nosotros sabíamos algo. La tranquilicé diciendo que todavía los invitados. Dije así y corté como si no tuviera carga. Cada una buscó por su lado. Ningún chico acompañó. Raro.
   Tomé la ruta hacia su casa, encontré un zapato tacotudo y luego otro y más allá el vestido flotando, desgarrado sobre ella en el asfalto, había sangre, tenía los ojos abiertos como muertos. Llamé al 101, su corazón latía y respiraba poco. Tardó una eternidad en llegar un patrullero. Llamé una ambulancia que en minutos estuvo, la apoyaron en una camilla oxidada y al Hospital. Los padres creían que debió ser un auto. El médico, o los, no se atrevieron a uno sólo. Describieron la situación de la casi niña y dijeron que se hallaba en terapia intensiva. No dejaron pasar ni a la madre, la puerta tenía a cada lado dos policías armados.
   Di gracias a mi aspecto de nadie y esperé sentada, necesitaba verla, acariciar sus manos, su frente.
   Un manto de silencio cubrió el pueblo. El Diario y los Medios fueron breves, ante semejante barbarie. Hubo viejas murmurando que si una mujer fue violada, es porque ella quería.
   Ni se les cruzaba que una casi niña, sin antecedentes de vida sexual, hubiera sido violada por más de veinte hijos de puta.
   Mientras reconstruían a mi amiga, nadie dijo nada, es lo mejor que les sale: “shshsh”, no decir. A los dos días olvidaron y nadie recordó, para eso están las alfombras.
   El Intredente era el líder de no decir nada. Los involucrados, eran parientes del inútil.
   Cuando me dejaron verla tenía los ojos abiertos, como muertos. Pude mirar mis ojos en los suyos. Era mi hermana del corazón.
   Espero que de las improntas se ocupe Freud. Es sabia, buena y humilde.
   Hasta que cure, de aquí no me muevo.    
                                                                  

LOS DIGNOS


   Hacía una vida recoleta y vivía en Recoleta. Sacaba por las mañanas a sus dos perritos “hueso de pollo”.
   Llevaba una aspiradora del tamaño de un celular con batidora, apretaba una tecla y las pequeñas deposiciones evanescían en la atmósfera de la plaza. Contribuía con el medio ambiente alimentando el aire con mierda, parecía cuidadosa.
   El césped y las baldosas quedaban impecables.
   La vieja tenía un piso inmenso para ella sola. Desde mi lugar, un cuarto despojado, donde tenía un colchón en el piso, un televisor que no funcionaba, unos prismáticos antiguos, podía observar el piso de la vieja, tenía muebles franceses, oropeles inútiles, tan inútiles como ella. Algo en común conmigo.
   Crucé a su edificio y no quité mi dedo del timbre, hasta que abrió la puerta. Le gustó mi insistencia, nadie llamaba a su casa. No me presenté, ella tampoco. Sirvió el “Five o’clock tea” con dados de pan viejo. Las palabras entre solitarios se deslizan solas. Me dirigí al lunar con pelo y le propuse intercambiar viviendas. Bien aburrida debía estar la vieja, aceptó de inmediato.
   Dejó los perritos. En mi edificio estaban prohibidos. Era un placer vivir en ese piso, cuando espiaba a la vieja no pude entender cómo parecía tan feliz con mi covacha. Yo dormía en cama doble, colchón relleno de duvet, una pena que el ebanista no hubiera firmado sus trabajos. Eran Miguel Angel, segunda parte. Los sanitarios estampados daban gusto hasta a los perritos, tan educados que tiraban la cadena y se limpiaban con papel higiénico. Me enteré de la muerte de la vieja, por el portero chusma, como son todos los porteros. La santa me dejó como único heredero del piso y dineros ahorrados en cajas de seguridad bancaria. Fui hasta la Villa 31 e invité a tíos, primos, sobrinos y a mi madre, que había imaginado mi muerte sin aviso. Gente marginal ocupó los cuartos, con bonhomía y respeto al mobiliario y sus oropeles.
   Los pisos fueron abandonados poco a poco. Llevé a casi toda la Villa a ocuparlos, se vestían con trajes finos que pertenecían a los que abandonaron el barco. Hacíamos cruceros mientras los exconchetos, de dineros malhabidos, trabajaban en las salas de máquinas.
   Algún día se dio vuelta la tortilla, nosotros comemos pan y ellos mierda mierda.
                                                        

martes, 30 de agosto de 2016

LA EXPLICACIÓN


   —A ver usted, Medina ¿Porqué en vez de atender al frente, pasa el tiempo mirando el techo de la Catedral?
   El segundo piso del colegio tenía ventanas que daban al imponente edificio, donde las nubes jugaban con las torres cubriendo o desnudando arbotantes, acroteras inconclusas y gárgolas dispuestas a eliminar el agua llovida por sus bocas. No me interesaba el colegio, iba por obligación parental. Era católica practicante. Asistía, con mi padre, sólo a las misas cantadas, las que envolvían las paredes, las columnas y el sol atravesando los vitrales. Me hacían olvidar, que mi padre se sonaba la nariz más fuerte que los cánticos.
   Durante mi infancia invadíamos la Catedral vacía con mis amigos y jugábamos a dar vueltas sobre nosotros mismos mirando hacia arriba en esos conos de luz y caíamos mareados representando cruces en el piso de mármol espejado. Recorríamos los vidrios de colores que parecían bendecir nuestros ojos nuevos. La hora de la siesta era ideal, subíamos por los laterales y llegábamos al órgano. El padre Colavella aparecía como un fantasma: —Uuuh!!
   Nos asustaba y luego ejecutaba canciones de Los Beatles, sólo para nosotros.
   Cuando el profesor me pidió, con aquella media cara móvil, ya que la otra la tenía paralizada por una hemiplejia satánica, para la siguiente  clase, una explicación completa de la Catedral
   —De lo contrario…
   Lo interrumpí como solíamos hacer los rebeldes y mirando al único ojo abierto del profe, le dije que la Catedral no se explicaba, se vivía.
                                                       

domingo, 28 de agosto de 2016

VALIOSO


      Cuando una pareja grita, pega y rompe, llegó la hora de separarse. Ambos se sentaron en el banco de Tribunales por última vez, esperando el juicio de divorcio. No existió el común acuerdo. Ella recordó el banco de la plaza y los besos del amor; cómo escuchaba los latidos de su corazón cuando apoyaba la cabeza en su pecho. Tenían un gato que los había elegido. Él ponía platos con leche a la entrada de la casa, al gato le pareció una oferta interesante, buen lugar, almohadones y alfombras. Le llamaban Flor. Hubo que hacer un cambio cuando advirtieron las bolitas y se llamó Tonio. En las discusiones por arañazos en las cortinas y el costo de renovarlas, él trataba de convencerla del instinto felino. Dormía con ella, parecía querer abrazar a Tonio antes que a su marido.
      Hacía frío en la espera, no se explicaban cómo a aquel juicio común, llevara tanto tiempo. Para hablar se sentaron más juntos. Era más que una charla, tomaron calor. Tonio sintió alivio cuando se fueron. Por fin podía deslizarse por las cortinas, dormir en cualquier lado, atacar la mesada con carne y yogurt. Le habían dejado música de Satie. Durmió la siesta sobre un cordero del living.
      En la primera audiencia, expusieron ambos el reparto de bienes: - Yo quiero el gato-. Ella lo miró con desprecio.
–Yo me quedo con el gato-, dijo él. -Te dejo la casa, el auto, la moto y todo el mobiliario, lo único que quiero es mi gato-. La audiencia fue más extensa que lo que pensaban. Llegaron juntos a la casa y las injurias iban y venían.
      Extraño, pero durmieron juntos. Ella puso a Tonio de su lado. Cuando él se tiró en la cama, le quitó a Tonio y lo puso de su lado. Se hacía la dormida, tomó el gato y lo volvió a su lugar, con ella. Cuando el marido pensó que ella dormía, le quitó el gato. Toda la noche, Tonio pasó de uno a otro lado, parecía de peluche. Llegaron al colmo de tironear a Tonio de las patas traseras y ella de las delanteras. El gato sacó todas sus uñas y les enrejó la cara con arañones. Propio del instinto felino.

SEIS MILLONES


   Mi nombre es Nitán, no me gusta trabajar, ni tanto, ni tan mal pago.
   Encontré a mis amigos de la cola del Banco Nación, mientras esperamos que abran, tomamos mate, hablamos, nos reímos. La cola se hace contra la pared, una o dos veces al mes. Llega a tener seis cuadras de víctimas, esperando que las puertas abran. Se parece a un campo de concentración. Hoy fue distinto, hicimos silencio, había una tristeza atmosférica que provenía de nosotros. La entrada era a las diez de la mañana, había un apretado grupo de seguridad que nos obligó a pasar de uno en uno.                                
   A todos nos pusieron un sello en la frente.
   Cuando tocaban nuestros turnos, dimos vuelta a las mamparas. Detrás no había nada, las cajas no existían, el espacio era toda la superficie del banco. Nos apiñaron y en el techo había duchas con un fuerte olor a Mortimer.
   Esto es Auschwitz, pensé, apagaron las duchas y fuimos trasladados a los vagones de piedra Fortabat. Vimos las casas largas y angostas, hechas con madera de cajón de manzanas.
   Un personal extraño nos hizo pasar, a reductos invivibles, había bebederos de vacas, allí irían todas nuestras deposiciones.

  Dormí en la silla del Banco, una señora me despertó, venía mi número. Entré, cobré y me odié ¿Cómo voy a soñar con Auschwitz? ¿Por los relatos inconclusos de mi abuelo, que registró mi cabeza? Crucé al café y desde allí comprobé, la cola daba vueltas a seis manzanas. No es, pero se parece, giré mi cabeza hacia otro lado.
                                                                                                                                                                                         

sábado, 27 de agosto de 2016

UN GARRÓN


   Ambicionaba el labio inferior gordito. Un médico conocido le cargó el labio con botox y ella pedía más, más, un poquito más. Había que esperar hasta bajar la inflación, perdón, la inflamación, para seguir con el labio superior. A la semana comenzó a sentir y ver que el labio inferior tenía dos durezas circulares. Le dijeron que en el interior del labio se desarrolló el botox  y tuvieron cría, su labio caería sobre sí mismo, hasta llegarle al ombligo. Con suerte se detendría el fenómeno.
   Un estilista le hizo un peinado, que arrastraba el labio inferior con un espeso mechón de pelo. Lo sostuvo con hebillas invisibles.
   Del botox a la cita a ciegas hay medio paso.
   Apareció un hombre de anteojos gruesos que dejaban ver un punto negro en lo profundo. Un cuerpo interesante, un traje sin mácula, corbata Made in Italy, con la etiquetita para que se vea. La saludó con economía de gestos y no encontraba su mano para estrecharla, tenía una miopía XXL.
   Ella salvó la situación uniendo ambas manos con la izquierda suya. Pidieron una parrillada de riñones, chinchulines, chorizo y mollejas.
   A ella se le derrumbó el peinado y quedó expuesto su labio inferior. Mientras comía, él tomó un cuchillo diciendo —Yo quiero el chinchulín doblado, parece crudito, rico. Hendió la cuchilla, logró un chinchulín doblado y crudo. Ella gritó fuerte, le había cortado el labio de punta a punta. La sangre salía a borbotones, mientras él decía 
—¿Ves? el asado vuelta y vuelta trae mucho jugo ¿Querés un poco?
   Se quemó, pero le suturó el labio, quedó finito como un hilo. El mozo la advirtió —Señora, usted disculpe, pero tiene unas ampollas que parecen quemaduras de primer grado.
   Le pidió a su cita que pinchara las ampollas. El hombre tomó un cuchillo con punta y acertó con tres ampollas, lo demás fueron puntazos erráticos. La gente abandonó el restorán. No se podía comer con salpicaduras de sangre humana.
                                                                                  

viernes, 26 de agosto de 2016

ANARQUISTA


   Un auto nuevo, era el sueño de Nico, había ahorrado toda su vida. Desconfiaba de los bancos y guardaba todo en su casa, bajo medio metro de tierra. A las doce de la noche se quedó sin puchos, como todo fumador salió a buscar un kiosco.
   Recién a las tres de la mañana encontró uno abierto.
   Camino a su casa divisó movimientos extraños, eran ladrones. Se llevaron todo, la casa quedó hasta sin postigones. Una camioneta en la puerta, esperaba cargar. Hasta su dinero llevaron. La prueba era el agujero que dejaron en el fondo. Nico pensó en llamar a la policía, lo pensó como acto reflejo —Yo lo soluciono, creo ser más eficiente que ellos.
   Siguió la ruta de su dinero, la ruta de los muebles y hasta los postigones en la autopista quinientos cuarenta y cinco.
   En un momento daba vueltas sobre sí mismo y casi lo atropella un enorme camión. El tipo, que resulto un tipazo, lo subió al camión. Nico, atontado por su búsqueda de hormiga, hacía el relato tan minucioso, que el camionero encontró todas y cada una de sus piezas robadas, hasta una bolsa de residuos repleta de dinero. —¿Cómo pudo realizar este milagro?-Preguntó Nico. —¿Sabe qué pasa Señor Nico? Por mi profesión, conozco los desarmaderos de la zona, si usted quiere, Señor Nico, les podemos dar su merecido.
   Así fue cómo el camionero, dejó a los tipos violeta, Nico desmayó a tres o cuatro. Cuando se despidieron Nico desató la bolsa y le regaló un puñado de dinero. —No don, no se equivoque ¿Cómo me va a regalar algo que pensé que era una bolsa de basura?
   Compró el auto ese mismo día. Dio la sorpresa a su mujer que preguntó cómo lo hizo. —Autogestión, vieja, autogestión. 
                                                          

jueves, 25 de agosto de 2016

PRIORIDADES

                                                          
    Las películas se le mezclaban con los libros leídos, llegó a pensar que una película era la adaptación de un libro o una obra de teatro, o algo escrito por él mismo.
   Tenía un amigo que podía escuchar sus desgracias con llamados a las tres de la mañana. Un privilegio de pocos. Como el psicoanálisis que se ha convertido en la costumbre de muchos.
   Su Psi, dijo que debía tener un orden de prioridades, lo llamó “artista” y él pensó que, por suerte, lo ubicó en un cajoncito, era un buen lugar. Ordenó el cajoncito donde había pañuelos de papel usados, lápices mochos, biromes vacías, chicles masticados, broches partidos.
   Siguió con la biblioteca, ubicó los libros por abecedario. Limpió uno por uno. El escritorio parecía decir “Ahora vengo yo”. Los cajones plenos de papeles usados y sin usar, en una bolsa de residuos tiró todo lo inservible, entre ellos guiones pretenciosos que se filmaron porque las personas, en general, son idiotas. Sacó la aspiradora neumática y le dio con todo a las alfombras del escritorio. Levantó la cabeza y las telas de araña parecían saludarlo. Él no tuvo piedad, las chupó la aspiradora. La lámpara Tiffany que iluminaba el escritorio, después de tantas esponjas, brillaba como si fuera nueva.
   El resto de la casa fue un martirio, con un final de “He cumplido”.
   Convocó al Psi y a su amigo, tres de la mañana.
   El Psi, vino por temor a perder un paciente, el amigo por afecto vitalicio. Ninguno pudo creer que el mensaje para ambos era contarles que era feliz.
   Tanto el Psi, como su amigo, se pusieron de pie y sin saludar, se fueron.
                                                                      

miércoles, 24 de agosto de 2016

QUÉ GRASA, MAMITA


   Jamás pisé una peluquería. A la vuelta de casa había una, salía una mezcla de olor a flujo de mariposa, con químicos que no pude definir. En la esquina la Pescadería del Mar Muerto. No sabía cuál era el peor olor entre ambos negocios.
   Abrí la puerta de la peluquería y la dueña, entrada en años, con labios rojo fuego y la cabeza platinada. —¿Qué te querés hacer, mamita?
   Me pareció un infierno de mujeres chusmetas. 
   —Lavado de cabeza y un baño de crema.
   Apareció una señorita cuarentona, que con suavidad de geisha, me dio un baño de cabeza inolvidable.
   Luego, la crema derramada, tibia y con masajes, en el cuero cabelludo. Gorrito y al plato volador.
   La dueña metió de prepo mi cabeza en el monstruo que largaba calor. —Yo controlo el tiempo, mamita.
   Cuando se me hizo insoportable, salí por mis propios medios del cepolatón. —Con todo este calor, se me deben haber muerto los piojos.
   Ese comentario espantó a todas las clientes, huyeron con ruleros puestos, las tinturas se mezclaban en el piso.
   Apareció la señorita cuarentona y con su paciencia oriental me quitó piojo por piojo y aplicó un piojicida, con un enjuague importante.
   —Pasá por acá, mamita.
   Me metió la cabeza en el latón, —Vas a tener unos cuarenta y cinco minutos.
   La vieja carecía de compasión, quise quitarme el latón. Pero lo tenía incrustado en la frente. Pedí socorro y vino la ayudante geisha, me sacó de la dificultad, era tan piadosa, como perversa la vieja. Me condujo hasta una butaca con espejo, no pude creer lo que veía.
   Fue un cambio radical, o peronista, depende del punto de vista. El pelo caía lacio, espeso, como cataratas brillantes. Le pagué a la vieja, que dijo 
—Gracias, mamita.
    Y dejé a la geisha, en su bolsillo, una cifra equivalente a lo que me cobró la vieja. Me fui con la billetera vacía. Durante la comida con mi nueva pareja, movía el pelo tipo femme fatal. Manojos de ellos quedaban en mis manos, los dejaba en la servilleta faldera.
   Durante la ingesta del segundo plato, llevé mi cabellera hacia atrás y fue tanto lo que se desprendió, caía sobre mi espalda, tan notable fue que el mozo, con toda amabilidad, me hizo entrega de una cantidad considerable de pelo, que agregué a la servilleta. Mi nueva pareja no paraba de comer. Jamás me miraba a la cara. Sus ojos estaban en la comida. Aproveché la felonía para subir la capucha de mi campera y tomar un taxi derecho a casa. Corrí a mirar el espejo, cada mechón que agarraba, quedaba en mis manos, los uní a los de la servilleta. Esperé que la peluquería estuviera en su apogeo de botox y peinados gallináceos puticolores. Apareció la vieja labios rojo fuego.
   —¿Sabés porqué vuelvo, mamita? Me quemaste el pelo, vieja bruja, acá traigo tu obra, abrí la boca, mamita.
   Le puse el pelo que ella asesinó, creo que le llegó al estómago. Las clientas huyeron, es lo que mejor les sale, huir. Las del turno tarde sólo pudieron ver a la vieja, tirada en el piso, con muchos pelos largos que salían de su boca abierta. Llamé a mi nueva pareja, estaba comiendo chorizo con salsa de pelo. —¡Qué tipo chancho!   
                                     

martes, 23 de agosto de 2016

ANKARA


   Un rayo de sol destacaba la alfombra de dibujos exóticos, su casi amiga describió el significado de las formas. —Usan entretejidos que no pierden el color, debido a fijadores que mantienen en secreto hace siglos.
   Nora le escribió las indicaciones para llegar a la casa de las alfombras.
   Tenía un pasaje a Turquía, partía al día siguiente. El comercio quedaba en Ankara. Llegó cuando la guerra estaba en su apogeo, no puso su corazón en eso, le quitaría el objetivo de la alfombra.
   Recorrió las calles de Ankara, hasta dar con el negocio. Prácticamente no existía, semiderruído, envuelto en humos y tierra. Ella se cubrió la mitad de la cara y entró. No había alfombras, sólo pedazos desgarrados. Buscó empedernida, entre retazos, logró el equivalente a la superficie de la alfombra de su casi amiga.
   Después de cruzar por el infierno y ya en casa distribuyó en el piso la alfombra multifacética, unió cada pedazo con hilo chanchero y aguja de colchonero. Le llevó una noche finalizar.
   El resultado fue una mélange inquietante.
   Llamó a su casi amiga para invitarla a fumar una pipa turca. Cuando vio la alfombra, Nora no entendió aquella arbitraria distribución de estampados.
   Ella dijo que existía una nueva moda, se le llamaba “retazos de guerra”. Se usaban en embajadas y en algunos lugares de Estanbul, lleno de corporaciones millonarias.
   Nora, su casi amiga, tuvo un insólito ataque de envidia.
   Viajó a Turquía en la plenitud de contiendas. Fue deportada. Llevó de recuerdo dos granadas desactivadas.
   Se pusieron en actividad, en mitad del vuelo.
                                                                   

lunes, 22 de agosto de 2016

TEJER PALABRAS


   Perdí mis amigos, mis hermanos, mis primos.
   No por fallecidos, peor, el alma les dejó de existir, justo lo que no tiene fecha de vencimiento.
   Corté las visitas que no eran.
   Ellos consideraban que yo, no era.
   Los hice desaparecer de mi cabeza. Proyecté una vida futura.
   Edité un libro, no vendí ninguno. Perdón, vendí uno a mi mamá. Quisiera escribir como algún grande de la Literatura Universal. Mi próximo libro será de episodios novelados, con superhéroes, ciencia ficción y dos o tres polvos explícitos. Si el mercado joven se entusiasma con mundos paralelos, donde la intimidad se expone con descaro, ellos pegados a las computadoras y el pegamento iuhu, es para siempre. Deseo que apaguen las pantallas, la vida pasa por ahí, sin que ellos lo adviertan.
   El mercado adulto suele comprar libros para regalar, sin leer previamente. El regalado tampoco los lee y mueren de lomo en bibliotecas que sólo el plumero acaricia.
   Trabajé mucho y seguiré, hasta que mis dedos artríticos no puedan sostener la birome y escriba disparates, siempre buceando, siempre volando.
                                                                                  

domingo, 21 de agosto de 2016

LATROCINIO


   En esta época tener joroba, es jorobado. Lo cargan, le preguntan qué lleva en la joroba.  
   Él, con sentido del humor, decía que llevaba parte del latrocinio gubernamental. Carcajadas estilo taberna, por su presencia, nada más.
   Pasaba muchos días en su depto., no soportaba tanta cargada, encima de su joroba. Eran malas personas, despreciables y crueles. El apogeo del invierno y la grasa, acumulada en la joroba, reemplazaba el sobretodo, la campera y la cantidad de superposiciones que se hacen en invierno.
   Le sacaron la giba en Ezeiza, existía una clínica soterrada, con elementos de última generación y médicos, de primera generación. Los de última eran descartables por exceso de ignorancia.
   Quedó sólo la marca de una línea casi evanescente. Apareció un alguien raro, con anteojos oscuros y mentón grande. —Ché, pibe, quedaste hecho un tipazo, ¿te dijo el manochanta la cantidad que te sacó?
   Lo miró, con los efectos de la anestesia —¿De grasa?
   El tipo habló con fastidio —¿No sabías que te corrieron las vísceras y tenías una bolsa, con no sé cuántos millones de euros?
   El otro, con poco aire y mareado, le dijo que no sabía nada de esas cosas, con tener la espalda derecha, estaba todo bien. Se vistió rápidamente y huyó en un taxi. Resopló, estaba a salvo. Miró la cara del conductor, tenía lentes oscuros, igual a la calle donde entraron.
                                                                  

sábado, 20 de agosto de 2016

SIN FORRO


   Estoy cansado de estar cansado, salgo de éste y traslado mi cansadez a otro trabajo. Los días continúan de tal forma, que no advierto si es lunes o martes o miércoles. El domingo me presenté a trabajar, olvidé que es mi día libre y el de casi todos. Casi.
   Salía de copas con una puta encantadora, la prefería a una novia que dijera pelotudeces. Esta chica, la puta, decía y hacía cosas sorprendentes.
   —Ché Gladys (así se llamaba la puta) ¿y si nos vamos unos días a Colonia?
   Contestó —Ni en pedo! Ahora llegan mis mejores clientes, los que pagan demás y les interesa ser escuchados. Como vos, que no hablás, pero decís más cosas que cualquiera.
   Sentí que me cortaba el rostro, estaba en su derecho. Un domingo confesó que me amaba.
   —Aunque no lo creas necesito ser tu esposa, sin cepo, odio ser acaparada en mi totalidad.
   Quedó embarazada, la encerré con cuatro llaves, hasta que parió un hijo, igual a mí.
   —¿Sabés pichón? Sos el único cliente con quien no usé forro.
   Me llenó de felicidad el advenimiento y le propuse anotarlo: Fidel Cansatti. Le brillaron los ojos y a mí me latía el corazón.
   Cuando se mandó la primera putada, tomé un avión a Canadá y llevé a mi niño Fidel. Gladys nunca supo nuestro destino.
   Cuando Fidel creció, preguntó quién era su madre.
   Le contesté directo —Tu madre es una puta, no le cuentes a nadie o te van a llamar hijo de puta.
   Él contestó —Papá, sos un antiguo, es un trabajo como cualquiera.
                                                                    

viernes, 19 de agosto de 2016

SIN CUENTA

                                                    
   Preparó una mesa para veinticuatro personas. Nunca festejó su cumpleaños, hacía tiempo que estaba ausente de todo. Los cincuenta, como buena numérica, eran medio siglo.
   Invitó a sus hermanos y cuñadas, no conocía sus sobrinos, por eso no fueron. Lo decidió ella, gente desconocida no quería. Al tío Alberto, que murió, pero ella no sabía. Las tías del olvido, vivían en la misma casa de siempre y recibieron la invitación. Tres amigas de la infancia, que nunca volvió a ver. A los respectivos maridos de sus amigas, no los invitó porque no los conocía y no le gustaba festejar con desconocidos.
   Ella misma hizo la comida, una ensalada waldorf, costillas de cerdo con puré de ananá y papas con mayonesa casera, si se le cortaba trasladaba una cucharadita a otro plato, le daba al aceite e incorporaba el resto. Quedaba perfecta, junto a los camarones rojos, teñidos con remolacha y con ojitos de mostacillas rojas.
   Velas no puso, le recordaban la muerte.
   La iluminación fue dos focos espiralados de bajo consumo, que ella decoró con pintura celeste y blanca, remedando la bandera de su patria. Se dio un baño de espuma blanca, con un touch de rojo. Le revivió la cara, no le gustaba usar maquillaje.
   Las invitaciones fueron programadas para las diez.
   Un vestido negro, elastizado, hasta los tobillos, se miró al espejo y se vio sirena.
   Eran las once y no arribó ningún invitado.
   Pensó que le darían una sorpresa a medianoche, pero nada. Abrió un champagne cosecha el abuelo, tomó varias copas y vio la mesa multiplicada por dos, luego por tres, cuando llegó a cuatro se derrumbó sobre los cubiertos.
   Lamentó el rayo de sol que la despertó, lo pasó tan bien con sus seres queridos, tan afectuosos, esos abrazos fraternales, se divirtieron y bailaron, se rieron a comida batiente. Ella apagó las velitas y le cantaron la odiosa canción de costumbre. Fue una pena, se durmió antes de despedirlos.
   El rayo de sol abarcó el recinto, la vajilla estaba dispuesta a ser guardada. Los cubiertos limpios y las copas sin mácula.
   Ella se puso de pie y los anteojos se pusieron solos. Tomó un plato y los estrelló en el piso, junto con los otros veintitrés.
   Encerró en sus manos la punta del mantel, con sólo un esfuerzo, se liberó del trabajo de la bronca.
   Se cubrió con su jogging mañanero y sacó a pasear la perra, con una pinza y el bolsito de los regalos de la perra. Desde la plaza miró las ventanas de su casa, —Sííí…
   Parecía haber mucha gente detrás de los vidrios.
   Corrió ilusionada y fue feliz mientras cruzaba.
                                                                                   

jueves, 18 de agosto de 2016

NO SABER QUIÉN

                                                         
   Al final me di cuenta que mi madre fue es y será una persona desconocida. Nunca supe cuáles eran sus deseos, los profundos, los que no se dicen, ni ella sabía quién era. Yo tampoco sé quién soy, pero me voy dando cuenta.
   —Tenés que estudiar para ser alguien. —Tenés que saber inglés, es útil. —Tenés que vestirte bien para conseguir trabajo. —Tenés que tender tu cama. —No fumes, lo dijo el médico.
   Todos mandatos relativos, como el médico que le dijo que yo no debía fumar, el Doc se mandaba tres atados por día. Mi marido no me besaba la boca, confesó que el olor a pucho le daba náuseas.
   Cuando tiraba perfumina, lo hacía también sobre mi ropa. La comezón del séptimo, se adelantó dos años. El día que vi en sus ojos los ojos de mi madre, le pedí el divorcio. Se fue. No me interesa dónde. La casa cobró el doble de su tamaño. No tendía la cama ¿para qué? Si a la noche me acostaba de nuevo. Estudié dos carreras, hablo inglés, me visto con lo primero que encuentro y conseguí trabajo en un call center.
   A la vieja le cumplí sus deseos, suprimiendo algunos.
   Tenía un compañero médico y cineasta que laburaba en el call center. Nos cansaron, hablar de alguna oferta y recibir a cambio una puteada. Decidimos vender la casa de mi madre, a él le pareció excesivo, en un principio, luego de contar que mi vieja era un cocodrilo, aceptó. La vendimos con cocodrilo y todo. Entendió quién era ella y marchó al zoológico.
   Vivimos de nuestras profesiones en Chateaubrisa, un conjunto de islas. El primer domingo libre que tuvimos, fuimos a la playa, nos sentamos en arena húmeda mirando el horizonte, en las aguas tranquilas. Vimos algo con movimiento que se dirigía a nosotros, era el cocodrilo, saludaba abriendo sus fauces. 
                                                                       

miércoles, 17 de agosto de 2016

FATIGA

                                                             
    Se fue de la casa paterna, nadie soportaba su comportamiento. Lento como una tortuga,  hacía cosas que después olvidaba, ir al baño y no apretar el botón, dejar la puerta de calle con las llaves del lado de afuera. Tomaba micros que iban en sentido contrario a su laburo. Olivo era sereno de un edificio mamotétrico. Permanecía despierto, hacía una errática caminata por el lugar, a las dos horas dormía como un bendito. Cuando llegaban los obreros, Olivo desaparecía. Desayunaba siempre en el mismo lugar.
   El dueño conocía su torpeza mayor, mientras tomaba café, la mitad iba para la corbata, pantalones, o mesa. Mojaba las medialunas en la mesa, o en su corbata, donde hubiera quedado más líquido. Pagaba, olvidaba el vuelto y cuando iba a reclamar, el mozo corrió a abrazarlo y darle las gracias por la cuantiosa propina. Olivo pensó que alegró a alguien y olvidó que era su vuelto.
   Se compró dos cuadernos y cuatro biromes. Le metieron su compra en esas bolsas de nylon perversas, que se abren de abajo y adiós cuadernos y pseudo biromes. Mientras comía un pancho de plaza, se le fue medio frasco de mostaza en el centro del pecho.
   Cada vez que tomaba un micro, le robaban la billetera.
   Hacía los trámites, pero llegaba tarde. Lo llamaban “Fatiga”, por su andar bamboleante y perezoso. Olivo no hizo más trámites, se agotó. Renunció a su laburo. Lo echaron de la pensión por falta de pago y volvió vencido a la casa de sus viejos. Lo recibieron como hijo pródigo, a los postres, el padre le preguntó.
   —¿Olivo, a qué hora te vas? El reloj dio las doce campanadas, hijo tomate el olivo. Te pedí un taxi.    
                                                       

martes, 16 de agosto de 2016

¡¡ME DUELEN LAS MUELAS!!

                                                      
   Llegué a las ocho, tenía dolores intensos.
   Antes del horario convenido hacía tres meses.
   El Dr. Cariehondo se fue a Egipto y volvía justo para mi turno. La mejilla se veía como si tuviera una palta entera en mi boca. En la sala había cuatro pendejos de caras iluminadas por el dios celular. Dos viejas con sus ojos puestos en revistas, con hojas como billetes viejos, trasladaron su mirada a mi cara, no sin antes, avisarse con dos codazos. Me encantó que les diera risa mi dolor, un momento de esparcimiento para las viejas chotas. Comencé a gritar  —¡¡Me duelen las muelas!! Por favor ¡¡Me duelen las muelas!!
   Se acercó un enano de cuatro años —¿Te duelen mucho?
  —Sííí.
  Él, con la piedad limpia de su añitos, me hizo un mimo en la mano y dijo —Quedate tranquila, llega el Doctor y te cura, vas a ver.
   Esta vez no lloré por la muelas, sí por el enano tan mágico, que me dejó de doler por un rato.
   Una anciana, pegada a la puerta del consultorio, con sonrisa permanente, llevaba un frasco con agua y su dentadura postiza nadando. Me dijo que el dentista era su hijo, a ella también le daba turno. —Me salió más desgraciado que el padre, en cuanto venga te cedo mi lugar. Quedate tranquila, lo hago por mí, tiene que sacar los dientes que me quedan y como es una bestia, le tengo miedo. Vos estás asegurada, por tu juventud y belleza, te va a tratar con delicadeza de orfebre.
   Entro el Dr. Cariehonda, me indicó el sillón de la tortura. Obró con delicadeza y le agradecí con gentileza.
  Me invitó a salir con él esa noche. El Doc estaba buenísimo, acepté y si la noche pedía extensiones serían otorgadas.
  Salí del consultorio y noté que el Dr. Cariehonda, me miraba el culo con el torno en la mano.
  Le di un beso al enano y otro a la anciana, que tiritaba por ser la próxima paciente.
   El Doc llevó la invitación a su departamento, hizo de mí lo que quiso y lo que no quise también.
   Un día tuve un encuentro casual con su anciana madre, que preguntó —¿Cómo quedaste después del…después de…bueno después?, sabés a qué me refiero.
   La abracé y le conté de las tres episiotomías que me estaba curando su hijo. —Bueno, usted sabrá mejor que yo, es muy apasionado, lo que ignoraba eran las dimensiones, tenía usted razón, su hijo será una bestia, pero yo lo dejé sin prepucio.
                                                               

domingo, 14 de agosto de 2016

ALGO MÀS


      El trabajo consistía en viajar a Buenos Aires. Había una exposición de orfebrería en el Sheraton y debía decir algunas palabras referidas a cada pieza. Me dieron la orden a último momento. Tomé una ducha, me produje y ya sentada en el micro, comprendí el olvido de algo que no hice antes de salir. Estaba tan nerviosa que miré los folletos y traté de ensayar un lenguaje coloquial sencillo. Durante el trayecto sentía que algo andaba mal y estaba relacionado con mi olvido.

      Entré al Hotel lo más erguida que pude. Cuando empezó la muestra describí, a los invitados, cada una de las piezas. Todos tomaban Champagne y hablaban, se reían se alejaban a una mesa con bocadillos. Me dieron ganas de llorar ante tamaña indiferencia. Tenía que esperar el cierre. Durante la angustia de la espera, recordé que había olvidado algo importante y de eso dependía mi vida. Tomé el micro y la paranoia me apretaba el alma. Llegué corriendo a mi casa y me acordé. Me senté en el inodoro. Había salido de casa sin hacer pis y estuve así durante siete horas. Hace media hora que estoy aquí. Haciendo pis.
                                                                              

sábado, 13 de agosto de 2016

VUELOS


      Lo hicieron viajar en avión para estar a tiempo en la reunión, donde debía defender la postura de fusionar tres empresas. Como un niño grande disfrutaba del vuelo, las nubes y el sol entreverado. Lo recibió la Secretaria típica de rodete fijo, alta y rubia. Le advirtió que debía esperar que concluyera la reunión anterior a la suya. Transcurrió una hora y un dejo nervioso lo invadía. Le preguntó a la secretaria su nombre, ella dejó de mirar la computadora —Carolina.
   Se hizo una larga pausa, ella lo miró como esperando. —Me llamo Sebastián.
   Hubo una conexión humana, pensó él. Carolina dijo con piedad que la reunión continuaría unas dos horas y media más o menos. Él le preguntó si no sería más llevadero cruzar a un banco de la plaza y comer pochoclos. Carolina aceptó de inmediato.
       Hablaron de sus respectivas familias, los chicos, los cónyuges, el trabajo, donde todo debía hacerse con un cuidado mayor al que se dedica a la familia. Sebastián volvió a  sentir una conexión, más eléctrica que la anterior. Le regaló un ramo de fresias y Carolina lo invitó a comer papas fritas, total faltaba como una hora. Él aceptó con gusto, cuando ella soltó su rodete una catarata de trigo cayó sobre su espalda y la conversación se hizo entrañable. Ambos debieron correr para llegar a tiempo.
      Hacía media hora que los estaban esperando. Fueron correctos pero distantes. Como nadie decía nada, él comenzó el desarrollo de la idea de su empresa. Se explayó tanto que su voz pesaba más que los números que describía. De pronto sus oyentes se pusieron de pie y le dieron la mala nueva, habían concertado con otras empresas. Salió como un play-móvil roto. En la mesa de la Secretaria había una caja, estaban todas sus pertenencias laborales. Fue despedida por ausentarse durante las horas de trabajo. Tomaron el ascensor y el olor de las fresias revirtió las amarguras. Le contó a Carolina que él también sería despedido. Era así: mala gestión, ¡fuera!
      Ella ofreció llevarlo al Aeropuerto. Cuando se despidieron, Sebastián la besó profundo y largo. Ahora que se fue le flota en el paladar un regusto a flores fritas, está de pie, delante de la ventana, en el Aeropuerto.
                                                                 

viernes, 12 de agosto de 2016

EN LA PELUQUERÍA


      Además de ir a peinarse contaban intimidades a toda voz. Todas hacían viajes premium, con hombres que no eran sus maridos. Berta y Coca, dos clientes, se reconocieron y se saludaron con un falso beso, debido a chismes de infidelidad. Ambas generaron una batalla, donde se arrancaron pelos, rompieron un mostrador, tiraron al piso a una viejita, la que siempre quiso un rodete para parecer más alta. La viejita se salvó, pero usó improperios devastadores para Berta y Coca. Se fueron en taxis separados, nunca pagaron los desastres de la pelea.
      Me llamó la dueña, pensé que me esperaba la calle. No fue así. Muy en secreto preguntó si su marido andaba con alguna tilinga. Le dije que yo sólo lavaba y cortaba. Aclaré que las clientas, hablaban toda clase de chismes, que ella no escuchaba. —Estoy segura que a Domingo Parodi, nadie lo nombró.
     Me miró con cara de dueña, —O me decís la verdad o te vas.
   No quise lastimar a ninguna cliente y le dije que Domingo Parodi nunca fue nombrado por nadie. Me dio un abrazo y las gracias por mis palabras.  Ella dijo que era viuda de Domingo Parodi, pero  alguna vez encontraría la cliente que fue su amante.
      El olor a shampoo, cremas y tinturas llego a resultarme insoportable. Fui a buscar a la dueña y le confesé que su marido fallecido fue mi amante y muy bueno por cierto. Renuncié, nada era cierto, pero la dueña se lo creyó. ¡Ja!
                                                                                                                                                          

jueves, 11 de agosto de 2016

BLINDADO


    Abrí la puerta y un hombre mal entrazado, flaco, alto, de ojos hundidos, preguntó si  no lo reconocía, le dije que no. —Tal vez en la casa de enfrente.
   Él miró el interior de nuestra casa y casi al oído dijo llamarse Chicho, claro que treinta años desfiguran a cualquiera. Le dí un abrazo, con temor a quebrarlo y llamé a Maggie. También lo abrazó y le dio un beso. Me dio náuseas, por la mugre de él y el gesto de ella.
      Chicho pidió bañarse. Le alcancé mi rasuradora. Envuelto en la toalla me pidió ropa limpia, no importaba si era vieja. Llevó tiempo encontrar ropa para su cuerpo de astilla. Le llevé un traje de secundario y unas zapatillas recién compradas. Maggie lo esperaba en la cocina para tomar una sopa caliente. Me molestó, como una picadura de abeja, cuando escuché a Maggie llamarlo Chichito. Chicho pidió una cama por una noche. Pensé que se iba a quedar una semana y también pensé alguna estrategia para que se fuera.
      Cuando llegaron nuestros hijos les presentamos a Chicho, con un: —Éste es Chicho.  
   Y los chicos mirando sin curiosidad. Los comprendí, hablar con un viejo triste y ausente no era una alegría. Chicho los miró con detenimiento uno por uno y sus ojos quedaron pegados en el más grande. Luego de dos días de estancia, al más grande, futuro psicólogo, le dio por la piedad y le preguntaba cosas todo el tiempo. Chicho se sometía a los interrogatorios como un rehén, que lo que no recuerda, lo inventa. Maggie y yo tardamos en cerrar aquellos recuerdos con puertas y blindajes. Ni nosotros sabíamos por qué lo recibimos. Le paramos el carro con las invenciones, lo que no se recuerda no es. Una noche, en el jardín, todos dormían, menos Maggie, Chicho y yo. En medio del silencio contó que bajo tortura uno puede llegar a decir que su madre es una puta. Fueron sus razones para justificar la delación y nuestro silencio, la respuesta.
      Maggie le pidió que se fuera y el preguntó y Maggie le dijo que nada era cierto, que se olvidara. Lo vio partir, encorvado y arrastrando los pies. Como cuando lo conoció, le nacieron ganas de protegerlo y fue a vivir a su casa, un mes, donde sucedieron muchas veces cosas de dos solos, adolescentes. Cuando conocí a Maggie me contó todo, los dos elegimos un muro. Tuvimos tres hijos, el primero era de Chicho.
      Chicho dejó su esperanza de vida y en la mañana ya no estaba. Mientras caminaba al costado de la ruta pensó que nos lo debía. Metió las manos en los bolsillos. En uno sintió el tacto tibio del osito que le robó al más grande de los hijos.
                                                                        

miércoles, 10 de agosto de 2016

DIFERENCIAS ADHERENTES

                                                             
   Pedí a la agencia un ayudante con características precisas, que fuera silencioso, sordo mejor aún y eficiente.— Usté, jefe, me pide un sordo que le ayude, con ganas de laburar, joven y fuerte. A lo primero, le digo, con gana de laburá no existe, me lo pide sordo, ¿no sabe que si lo quiere joven, é sordo seguro? por lo de la música fuerte, vió.
   Me pareció que era preferible menos detalles. 
   —Mire Señor Ayuto, quiero una entrevista personal con quién me mande.
   Suena el timbre, debe ser la agencia. 
   —Mi nombre es Juan Pérez, a sus órdenes, me mandan de la Agencia Ayuto.
   —No lo esperaba tan pronto, me viene de perlas. Lo acompaño al sector limpieza. Hoy lo va a dedicar a baldear los techos, pasarles secador y cera antiacústica. Aquí encontrará el material necesario.
   En mitad de su tarea, aparece en el escritorio. 
   —¿Usté Don es de eso que hacen libro’? me dijo Ayuto que é recontrafamoso.
   —Sí, Juan, continúe sus tareas. O prefiere ir al Banco Nación, después al contador…
   —No!! Yo no sé andar por toda esa’ parte’. Sigo con el techo, é jodido baldear al revé.
   Le dije que era igual, para alentarlo le compré un alfajor de chocolate. —Acá le traigo un regalo, Juan, en las guerras consumen mucho chocolate para tener valor en las contiendas. 
   —Patrón, a mí me hace mal al pendi y eso de la’ guerra’ é rejodido, usté que es tan léido lo debe cazar enseguida.
   Verborrágico salió Juan Pérez y yo que pretendía silencio, mañana tienen que estar los dos primeros capítulos —Juan, quiero silencio para trabajar, cuando termine los techos, se queda adormir acá, así no suena el timbre cuando usted llegue.
   Escuché la voz de Juan —El agua ya está ¿no’ tomamo’ unos mate, Patrón?
   Acepté, hace tiempo que no hablo con nadie y tal vez Juan tenga la sabiduría ramplona que despierte ideas para terminar el libro.
   Nos hicimos amigos, los dos tuvimos vidas con altos índices de terribilidad y aburrimiento.
   Finalmente nos tutéabamos, él me decía ché “Librito”  y yo lo
llamaba  ché “Juanchón”.            
   Cabalgábamos por la mañana, después de la mateada. Juanchón decía —Esto que hacemo’ mueve las tripa’ y saca la mierda que sobra.
   Jugábamos al truco, al pinche, andábamos en bicicleta sueltos de manos. Desde mi infancia no me divertía tanto. Para descansar nos tirábamos boca arriba en pastos suaves, justo me llamaron de la Editorial, rechazaron el libro por incumplimiento de la fecha estipulada. Me dio pena por tres minutos, hasta escuchar la voz de Juanchón.
   —¡Ché Librito, ya están lo’ chorizo’!
   Me contó que volvía a su casa por si su mujer le hacía juicio por abandono de hogar. Nos despedimos de “usted” y nos abrazamos de “vos”.
   Me dispuse a escribir, llamé a mi amigo para conocer su opinión. Leyó como un culto  —Falta pornografía, Librito, metéle escenas obscenas, a la gente le gusta, aunque vo’ no querás! ¿Obsceno, é culo, teta, puto, esas cosa’? 
                                                             

martes, 9 de agosto de 2016

ESTRATEGIAS


      Una noche lo siguió hasta la biblioteca. Las mariposas le invadieron el estómago hasta que tantos aleteos la sentaron frente a Pipo. Eligió un libro cualquiera a unos metros de él, tan concentrado que su nariz casi tocaba las hojas. En medio del silencio, Felipa hacía que leía, mientras, para Pipo nadie existía. Ella inventó palabras que su lectura no decía. En voz alta: —Tus manos sabias acarician las hojas de tu libro quieto. Estás ausente de mí, que quiero estar a tu…
   Pipo, sin levantar la cabeza dijo: —shsh, por favor…
   Felipa, haciendo caso omiso, siguió el invento: 
—…Miro tu espalda encorvada y muero de ganas de abra…
  Él exasperado se levantó y apoyando ambos puños en la mesa dijo: —¿No podés leer para adentro?, éste es un lugar de estudio, además lo que leés es tan cursi que me desvía la atención.
   Felipa lloró estilo cocodrilo mientras, Pipo le procuraba una buena novela de lenguaje accesible. La depositó en el lugar de ella, Felipa seguía llorando, —Yo sé porqué llorás, tu novio te largó o algo así, ya te van a aparecer otros novios, ahora llevate éste a tu casa y lo leés tranquila, disculpá si te ofendí, pero mañana rindo, ¿entendés?
                                                                          

lunes, 8 de agosto de 2016

DOS AMIGOS


   Estaban alrededor de la pileta, charlaban en grupos, de a dos, de a tres. Lucía tomaba sol con dos amigos incondicionales, que estaban cuando ella los necesitaba.
   Se abstraía de tal modo Lucía, que Evaristo y Riky debían avisarle que ya era de noche. Ella hablaba sola, que todo le salía mal, la aplazaron en las cursadas, el novio la largó, si no fuera por sus dos amigos, casi hermanos, se hubiera tirado del noveno piso al centro de la pileta, como hizo Charly, a él le fue mal, tal vez a ella le fuera mejor y se partiera la cabeza. Tenía acumulación de pensamientos tanáticos, como si la vida fuera la muerte. Que su cráneo estallara y dejara libre todas las basuras que contenía.
   Evaristo y Riky, la acompañaron a la cama, uno le alcanzó el camisón, Evaristo ubicó las pantuflas junto a su cama. Él la amaba, pero nunca le dijo nada, habrían sido una pareja exótica, la gente los miraría raro, por eso, con ella, este tema no podía abordarlo. Riky también la quería, pero más como amiga. Ella los acarició con afecto.
   Evaristo durmió sobre su corazón y Riky le rodeó el cuello, los dos le amasaban el cuerpo. Pasaron toda la noche ronroneando. Lucía odiaba que la despertaran, pero los brrr, brrr, brrr, brrr, no cesaban.
                                                                          

sábado, 6 de agosto de 2016

ALIAS


    Mis dos hijos van a venir, soy el padre, me ocupé de ellos. Les pasaba para que no les falte, la atorrante de mi mujer sabía, pero nunca dijo nada. El trabajo me lo consiguió un taura, que era su amante. Fui un gil con suerte. Hacía los traslados de los centros de La Plata.
      Me tuvieron confianza y me ascendieron, llegué a comandar grupos de tareas de primera línea. Decían que cualquier complicación había que consultar al Ruso. Ese era mi nombre en el trabajo, el Ruso. Nunca le hice asco a nada. Nadie dejó de cantar conmigo. Yo me la creí y aceptaba el miedo ajeno como condecoraciones. No sé cuántos fueron, pero me dejaban de cama. Prefería jóvenes, los viejos no resistían nada. Después de siete años me jubilé. Había buchones y tuve miedo.
      Vivía en La Pampa, andaba hecho un maricón, lloraba en los atardeceres. Allí también era el Ruso, pero distinto. Vinieron dos tipos atildados en un auto moderno, que manejaba un chofer con cara de guarda el hilo. Uno bajó y preguntó si yo era Pedro Rudenko. Me quedé frío, parecía que preguntaban por otro tipo y como un boludo dije que sí. Era un nombre viejo, me pareció ajeno. Bueno, fui con ellos, me hicieron un juicio con acusaciones que yo ni recordaba. Y a cada rato decían —Pedro Rudenko, alias el Ruso.
   En un momento miré, a ver si estaban mis hijos. Pero no, ninguno de los dos.
                                                                          

viernes, 5 de agosto de 2016

ALGUIEN VIENE


   Félix era tachero, manejaba noche y día, se atrevía a entrar en zonas que ningún taxi quería, por el peligro de los robos. Subió una mujer embarazada, con contracciones que hicieron sentir a Félix los mismos dolores. Llegaron a una guardia, pero había huelga de guardias. —Por favor señor, ayúdeme, no doy más.
   Félix prometió asistirla, recordó que sus hermanos fueron paridos en su casa. La acostó en el sillón trasero y empezaron el clásico, respire, respire y casi desmaya cuando encontró la cabecita asomando, un último pujo y el bebé salió a conocer el mundo. Ya estaba al tanto que era una porquería, pero adentro de la panza no cabía. Félix realizó los primeros auxilios —Lástima que no haya estado su marido para ver este milagro.
   Ella casi no tenía fuerzas —Se fue de casa antes que naciera el bebé, vive en el Sudeste Asiático y yo…y yo no quiero un padre así para mi hijo…Félix, lléveme a la cama…con mi bebé al lado. La llevó hasta la casa y los depositó en la cama. Por la mañana apareció Félix con unas cajas gigantes, pañales, enteritos, camisetas y juguetes con sonidos tranquilos.
   Un día se quedó a dormir, ella volaba de fiebre y le dejó el bebé a cargo. La situación continuaba. Félix llamó una ambulancia y alcanzó a escuchar, quiero que lleve su nombre, Félix…y se fue al cielo. Lloró como sólo a un hijo se llora. Miró el moisés, lo arropó y pasó por su casa, la esposa cortaba leña. Félix corrió hasta ella, con el moisés en los brazos. Después de escuchar la historia, su mujer levantó el bebé, lo mecía —¿Sabés Félix? Acá vas a ser muy feliz…
                                                                    

ESTRECHAR LAZOS

                                                                                      
   Fueron adoptadas en consignación, tenían sus nombres de nacimiento. Pola y Eduviges. Niñas silenciosas y amables, al cabo del año, se las aceptó. Los padres hacían diferencias notables, hasta frente a desconocidos. Pola era la bella, inteligente, ocurrente y rubia. Eduviges tenía una fealdad dolorosa, se le atribuía escasez de comprensión y la piel oscura hacía dudar que fueran hermanas.
   La bella estudiaba piano, francés, latín, griego y esperanto. Vestía con ropa del Corte Inglés y cantaba con voz de ángel, solicitada por coros religiosos y de los otros. La otra niña era cubierta por guardapolvos grises y se ocupaba de la limpieza cotidiana, bajo las órdenes de dos mucamas impías que tomaban provecho de la situación y le otorgaban tareas no acordes a su edad.
Tenían algo en común las hermanas, el dormitorio y el cuarto de juegos. Se querían y respetaban, ajenas a los mandatos parentales. Cuando Eduviges lloraba injusticias en su cama, Pola la abrazaba, le cantaba canciones en francés y le contaba cuentos en castellano, que terminaban bien. Cuando Pola se casó, llevó a su hermana a vivir con ella. La única preocupación de los padres fue que debían contratar una mucama nueva. Balú, el marido de Pola, le dio un lugar de honor en la casa y descubrió que el sentido común y la inteligencia de Eduviges, tenían valor de consulta para las decisiones domésticas. Pasados cuatro años sin tener niños, Pola y Balú decidieron adoptar uno. La casa fue iluminada con el arribo de Honorato. El matrimonio, al cabo de veinte años, festejó con una segunda luna de miel, alentados por Eduviges, que prometió ocuparse del sobrino. Pasarían tres meses recorriendo el mundo. Balú dejó una importante suma de dinero en efectivo y una chequera, para que Eduviges manejara a discreción.
   Cuando quedaron solos, la casa pareció enorme y ambos, hartos de temores nocturnos, decidieron compartir el cuarto de Pola y Balú. Visitaban el Zoológico con frecuencia, iban al cine, al teatro, comían en los mejores restaurantes y se desafiaban a ver a quién se le ocurría la cosa más exótica para divertirse. Honorato apareció un día con treinta cajas de vestidos y sombreros para Eduviges. Ésta se emocionó tanto que firmó el cheque sin reparar en la suma. El sobrino vestía trajes de su padre que le quedaban perfectos. Asistían a veladas de gala en el Colón, con atuendos majestuosos y luego en la casa tomaban champagne a lo pavote. Eduviges transformó sus recatados botones hasta el cuello por generosos escotes y los rodetes austeros se derrumbaron en rizos negros. Honorato sonreía al ver a su tía tan cambiada y elogiaba esa belleza, otrora tan oculta. Ella se ruborizaba y no lo podía mirar a los ojos. Él aprovechaba para observar esas largas pestañas de seda. Una noche de frío polar se hicieron cucharita, para darse calor. De la cuchara al tenedor y de aquél al cuchillo de la pasión. La ceremonia se hizo cotidiana.
   Cuando los padres regresaron no hubo que explicar nada. Los encontraron dormidos como ángeles, que retozaron como diablos, en su propio lecho. Balú se refugió en la despensa, riendo como un loco. Pola lo seguía llorando y con hipos decía que catorce años de diferencia eran demasiados, que cómo pudieron, que no era natural. Balú la sentó en sus rodillas y le murmuró que no arruinara su embarazo reciente con lágrimas. Todo era un milagro, le decía. La casa es grande, le decía. La sangre es independiente, le decía. La edad es un número, le decía.