Pedí a la
agencia un ayudante con características precisas, que fuera silencioso, sordo
mejor aún y eficiente.— Usté, jefe, me pide un sordo que le ayude, con ganas de
laburar, joven y fuerte. A lo primero, le digo, con gana de laburá no existe,
me lo pide sordo, ¿no sabe que si lo quiere joven, é sordo seguro? por lo de la
música fuerte, vió.
Me pareció que
era preferible menos detalles.
—Mire Señor Ayuto, quiero una entrevista personal con quién me mande.
—Mire Señor Ayuto, quiero una entrevista personal con quién me mande.
Suena el timbre,
debe ser la agencia.
—Mi nombre es Juan Pérez, a sus órdenes, me mandan de la Agencia Ayuto.
—Mi nombre es Juan Pérez, a sus órdenes, me mandan de la Agencia Ayuto.
—No lo esperaba
tan pronto, me viene de perlas. Lo acompaño al sector limpieza. Hoy lo va a
dedicar a baldear los techos, pasarles secador y cera antiacústica. Aquí encontrará
el material necesario.
En mitad de su
tarea, aparece en el escritorio.
—¿Usté Don es de eso que hacen libro’? me dijo Ayuto que é recontrafamoso.
—¿Usté Don es de eso que hacen libro’? me dijo Ayuto que é recontrafamoso.
—Sí, Juan,
continúe sus tareas. O prefiere ir al Banco Nación, después al contador…
—No!! Yo no sé
andar por toda esa’ parte’. Sigo con el techo, é jodido baldear al revé.
Le dije que era
igual, para alentarlo le compré un alfajor de chocolate. —Acá le traigo un
regalo, Juan, en las guerras consumen mucho chocolate para tener valor en las
contiendas.
—Patrón, a mí me
hace mal al pendi y eso de la’ guerra’ é rejodido, usté que es tan léido lo
debe cazar enseguida.
Verborrágico
salió Juan Pérez y yo que pretendía silencio, mañana tienen que estar los dos
primeros capítulos —Juan, quiero silencio para trabajar, cuando termine los
techos, se queda adormir acá, así no suena el timbre cuando usted llegue.
Escuché la voz
de Juan —El agua ya está ¿no’ tomamo’ unos mate, Patrón?
Acepté, hace
tiempo que no hablo con nadie y tal vez Juan tenga la sabiduría ramplona que
despierte ideas para terminar el libro.
Nos hicimos
amigos, los dos tuvimos vidas con altos índices de terribilidad y aburrimiento.
Finalmente nos
tutéabamos, él me decía ché “Librito” y
yo lo
llamaba ché “Juanchón”.
Cabalgábamos por
la mañana, después de la mateada. Juanchón decía —Esto que hacemo’ mueve las
tripa’ y saca la mierda que sobra.
Jugábamos al truco,
al pinche, andábamos en bicicleta sueltos de manos. Desde mi infancia no me
divertía tanto. Para descansar nos tirábamos boca arriba en pastos suaves,
justo me llamaron de la Editorial, rechazaron el libro por incumplimiento de la
fecha estipulada. Me dio pena por tres minutos, hasta escuchar la voz de
Juanchón.
—¡Ché Librito,
ya están lo’ chorizo’!
Me contó que
volvía a su casa por si su mujer le hacía juicio por abandono de hogar. Nos
despedimos de “usted” y nos abrazamos de “vos”.
Me dispuse a
escribir, llamé a mi amigo para conocer su opinión. Leyó como un culto —Falta pornografía, Librito, metéle escenas obscenas,
a la gente le gusta, aunque vo’ no querás! ¿Obsceno, é culo, teta, puto, esas
cosa’? 
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