martes, 30 de agosto de 2016

LA EXPLICACIÓN


   —A ver usted, Medina ¿Porqué en vez de atender al frente, pasa el tiempo mirando el techo de la Catedral?
   El segundo piso del colegio tenía ventanas que daban al imponente edificio, donde las nubes jugaban con las torres cubriendo o desnudando arbotantes, acroteras inconclusas y gárgolas dispuestas a eliminar el agua llovida por sus bocas. No me interesaba el colegio, iba por obligación parental. Era católica practicante. Asistía, con mi padre, sólo a las misas cantadas, las que envolvían las paredes, las columnas y el sol atravesando los vitrales. Me hacían olvidar, que mi padre se sonaba la nariz más fuerte que los cánticos.
   Durante mi infancia invadíamos la Catedral vacía con mis amigos y jugábamos a dar vueltas sobre nosotros mismos mirando hacia arriba en esos conos de luz y caíamos mareados representando cruces en el piso de mármol espejado. Recorríamos los vidrios de colores que parecían bendecir nuestros ojos nuevos. La hora de la siesta era ideal, subíamos por los laterales y llegábamos al órgano. El padre Colavella aparecía como un fantasma: —Uuuh!!
   Nos asustaba y luego ejecutaba canciones de Los Beatles, sólo para nosotros.
   Cuando el profesor me pidió, con aquella media cara móvil, ya que la otra la tenía paralizada por una hemiplejia satánica, para la siguiente  clase, una explicación completa de la Catedral
   —De lo contrario…
   Lo interrumpí como solíamos hacer los rebeldes y mirando al único ojo abierto del profe, le dije que la Catedral no se explicaba, se vivía.
                                                       

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