Un rayo de sol
destacaba la alfombra de dibujos exóticos, su casi amiga describió el
significado de las formas. —Usan entretejidos que no pierden el color, debido a
fijadores que mantienen en secreto hace siglos.
Nora le escribió
las indicaciones para llegar a la casa de las alfombras.
Tenía un pasaje
a Turquía, partía al día siguiente. El comercio quedaba en Ankara. Llegó cuando
la guerra estaba en su apogeo, no puso su corazón en eso, le quitaría el
objetivo de la alfombra.
Recorrió las calles
de Ankara, hasta dar con el negocio. Prácticamente no existía, semiderruído,
envuelto en humos y tierra. Ella se cubrió la mitad de la cara y entró. No
había alfombras, sólo pedazos desgarrados. Buscó empedernida, entre retazos,
logró el equivalente a la superficie de la alfombra de su casi amiga.
Después de
cruzar por el infierno y ya en casa distribuyó en el piso la alfombra
multifacética, unió cada pedazo con hilo chanchero y aguja de colchonero. Le
llevó una noche finalizar.
El resultado fue
una mélange inquietante.
Llamó a su casi
amiga para invitarla a fumar una pipa turca. Cuando vio la alfombra, Nora no
entendió aquella arbitraria distribución de estampados.
Ella dijo que
existía una nueva moda, se le llamaba “retazos de guerra”. Se usaban en
embajadas y en algunos lugares de Estanbul, lleno de corporaciones millonarias.
Nora, su casi
amiga, tuvo un insólito ataque de envidia.
Viajó a Turquía
en la plenitud de contiendas. Fue deportada. Llevó de recuerdo dos granadas
desactivadas.
Se pusieron en
actividad, en mitad del vuelo.
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