martes, 23 de agosto de 2016

ANKARA


   Un rayo de sol destacaba la alfombra de dibujos exóticos, su casi amiga describió el significado de las formas. —Usan entretejidos que no pierden el color, debido a fijadores que mantienen en secreto hace siglos.
   Nora le escribió las indicaciones para llegar a la casa de las alfombras.
   Tenía un pasaje a Turquía, partía al día siguiente. El comercio quedaba en Ankara. Llegó cuando la guerra estaba en su apogeo, no puso su corazón en eso, le quitaría el objetivo de la alfombra.
   Recorrió las calles de Ankara, hasta dar con el negocio. Prácticamente no existía, semiderruído, envuelto en humos y tierra. Ella se cubrió la mitad de la cara y entró. No había alfombras, sólo pedazos desgarrados. Buscó empedernida, entre retazos, logró el equivalente a la superficie de la alfombra de su casi amiga.
   Después de cruzar por el infierno y ya en casa distribuyó en el piso la alfombra multifacética, unió cada pedazo con hilo chanchero y aguja de colchonero. Le llevó una noche finalizar.
   El resultado fue una mélange inquietante.
   Llamó a su casi amiga para invitarla a fumar una pipa turca. Cuando vio la alfombra, Nora no entendió aquella arbitraria distribución de estampados.
   Ella dijo que existía una nueva moda, se le llamaba “retazos de guerra”. Se usaban en embajadas y en algunos lugares de Estanbul, lleno de corporaciones millonarias.
   Nora, su casi amiga, tuvo un insólito ataque de envidia.
   Viajó a Turquía en la plenitud de contiendas. Fue deportada. Llevó de recuerdo dos granadas desactivadas.
   Se pusieron en actividad, en mitad del vuelo.
                                                                   

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