martes, 16 de agosto de 2016

¡¡ME DUELEN LAS MUELAS!!

                                                      
   Llegué a las ocho, tenía dolores intensos.
   Antes del horario convenido hacía tres meses.
   El Dr. Cariehondo se fue a Egipto y volvía justo para mi turno. La mejilla se veía como si tuviera una palta entera en mi boca. En la sala había cuatro pendejos de caras iluminadas por el dios celular. Dos viejas con sus ojos puestos en revistas, con hojas como billetes viejos, trasladaron su mirada a mi cara, no sin antes, avisarse con dos codazos. Me encantó que les diera risa mi dolor, un momento de esparcimiento para las viejas chotas. Comencé a gritar  —¡¡Me duelen las muelas!! Por favor ¡¡Me duelen las muelas!!
   Se acercó un enano de cuatro años —¿Te duelen mucho?
  —Sííí.
  Él, con la piedad limpia de su añitos, me hizo un mimo en la mano y dijo —Quedate tranquila, llega el Doctor y te cura, vas a ver.
   Esta vez no lloré por la muelas, sí por el enano tan mágico, que me dejó de doler por un rato.
   Una anciana, pegada a la puerta del consultorio, con sonrisa permanente, llevaba un frasco con agua y su dentadura postiza nadando. Me dijo que el dentista era su hijo, a ella también le daba turno. —Me salió más desgraciado que el padre, en cuanto venga te cedo mi lugar. Quedate tranquila, lo hago por mí, tiene que sacar los dientes que me quedan y como es una bestia, le tengo miedo. Vos estás asegurada, por tu juventud y belleza, te va a tratar con delicadeza de orfebre.
   Entro el Dr. Cariehonda, me indicó el sillón de la tortura. Obró con delicadeza y le agradecí con gentileza.
  Me invitó a salir con él esa noche. El Doc estaba buenísimo, acepté y si la noche pedía extensiones serían otorgadas.
  Salí del consultorio y noté que el Dr. Cariehonda, me miraba el culo con el torno en la mano.
  Le di un beso al enano y otro a la anciana, que tiritaba por ser la próxima paciente.
   El Doc llevó la invitación a su departamento, hizo de mí lo que quiso y lo que no quise también.
   Un día tuve un encuentro casual con su anciana madre, que preguntó —¿Cómo quedaste después del…después de…bueno después?, sabés a qué me refiero.
   La abracé y le conté de las tres episiotomías que me estaba curando su hijo. —Bueno, usted sabrá mejor que yo, es muy apasionado, lo que ignoraba eran las dimensiones, tenía usted razón, su hijo será una bestia, pero yo lo dejé sin prepucio.
                                                               

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