Ambicionaba el
labio inferior gordito. Un médico conocido le cargó el labio con botox y ella
pedía más, más, un poquito más. Había que esperar hasta bajar la inflación,
perdón, la inflamación, para seguir con el labio superior. A la semana comenzó
a sentir y ver que el labio inferior tenía dos durezas circulares. Le dijeron
que en el interior del labio se desarrolló el botox y tuvieron cría, su labio caería sobre sí
mismo, hasta llegarle al ombligo. Con suerte se detendría el fenómeno.
Un estilista le
hizo un peinado, que arrastraba el labio inferior con un espeso mechón de pelo.
Lo sostuvo con hebillas invisibles.
Del botox a la cita
a ciegas hay medio paso.
Apareció un
hombre de anteojos gruesos que dejaban ver un punto negro en lo profundo. Un
cuerpo interesante, un traje sin mácula, corbata Made in Italy, con la etiquetita
para que se vea. La saludó con economía de gestos y no encontraba su mano para estrecharla,
tenía una miopía XXL.
Ella salvó la situación
uniendo ambas manos con la izquierda suya. Pidieron una parrillada de riñones,
chinchulines, chorizo y mollejas.
A ella se le
derrumbó el peinado y quedó expuesto su labio inferior. Mientras comía, él tomó
un cuchillo diciendo —Yo quiero el chinchulín doblado, parece crudito, rico.
Hendió la cuchilla, logró un chinchulín doblado y crudo. Ella gritó fuerte, le
había cortado el labio de punta a punta. La sangre salía a borbotones, mientras
él decía
—¿Ves? el asado vuelta y vuelta trae mucho jugo ¿Querés un poco?
—¿Ves? el asado vuelta y vuelta trae mucho jugo ¿Querés un poco?
Se quemó, pero
le suturó el labio, quedó finito como un hilo. El mozo la advirtió —Señora,
usted disculpe, pero tiene unas ampollas que parecen quemaduras de primer
grado.
Le pidió a su
cita que pinchara las ampollas. El hombre tomó un cuchillo con punta y acertó
con tres ampollas, lo demás fueron puntazos erráticos. La gente abandonó el
restorán. No se podía comer con salpicaduras de sangre humana.
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