Mi nombre es
Nitán, no me gusta trabajar, ni tanto, ni tan mal pago.
Encontré a mis
amigos de la cola del Banco Nación, mientras esperamos que abran, tomamos mate,
hablamos, nos reímos. La cola se hace contra la pared, una o dos veces al mes.
Llega a tener seis cuadras de víctimas, esperando que las puertas abran. Se
parece a un campo de concentración. Hoy fue distinto, hicimos silencio, había
una tristeza atmosférica que provenía de nosotros. La entrada era a las diez de
la mañana, había un apretado grupo de seguridad que nos obligó a pasar de uno en
uno.
A todos nos
pusieron un sello en la frente.
Cuando tocaban
nuestros turnos, dimos vuelta a las mamparas. Detrás no había nada, las cajas
no existían, el espacio era toda la superficie del banco. Nos apiñaron y en el
techo había duchas con un fuerte olor a Mortimer.
Esto es
Auschwitz, pensé, apagaron las duchas y fuimos trasladados a los vagones de
piedra Fortabat. Vimos las casas largas y angostas, hechas con madera de cajón
de manzanas.
Un personal
extraño nos hizo pasar, a reductos invivibles, había bebederos de vacas, allí
irían todas nuestras deposiciones.
Dormí en la silla
del Banco, una señora me despertó, venía mi número. Entré, cobré y me odié
¿Cómo voy a soñar con Auschwitz? ¿Por los relatos inconclusos de mi abuelo, que
registró mi cabeza? Crucé al café y desde allí comprobé, la cola daba vueltas a
seis manzanas. No es, pero se parece, giré mi cabeza hacia otro lado.

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