Decía que cuando
uno muere se detiene el torrente sanguíneo, los latidos cesan. Así es la muerte
del cuerpo, pero la memoria permanece un rato, fotografiando a personas
queridas, se toma su tiempo la memoria y cuando se agota de memorizar, duerme.
—¿Querés decir que no muere?
Kitty dijo que
nada muere, sólo descansa. Le descubrieron un tumor cercano al oído interno.
Tuvo una secuela, el oído tapado y un silbido permanente. —¿Y el derecho?
Kitty contestó —El
derecho anda cuando quiere.
Le dijo al
cirujano que por lo que le cobraron, hicieron un trabajo por la mitad —Exijo
que me saque el silbato de mi oreja.
El ciruja dijo “Imposible”.
Consultó con un Osteópata, reconocido por hacer milagros. La operaba en EEUU y
sus honorarios equivalían a una casa, un auto, su casita costera… y cien mil
euros. —Usted Doctor, debería consultar un siquiatra, está total mente loco.
Kitty optó por
usar un tampón en el oído izquierdo. No escuchó más silbatos. Le molestaban las
visitas, cuando le tiraban del hilito verde, le despertaban intenciones
homicidas. Pedía a todos que la dejaran sola, porque tenía ganas de vomitar y
podía ligarla cualquiera. Las visitas se esfumaron. Los lóbulos de ambas orejas
crecían, iba a advertirla, pero su nieta de tres años se adelantó. —Abu, me
encanta que tengas las orejas tan grandes, parecés el Ratón Mickey, llévame a
la plaza, así me mando la parte.
Le dio una idea, se disfrazaría de Ratón
Mickey, ofreció sus servicios en un cabaret. Ganaba plata sin tener que mostrar
una teta. Su nuera prohibió que la niña visitara a su abuela. Le parecía un mal
ejemplo dejarla con una cabaretera. Era una arpía, pero buena, le mandó, con un
delivery, una caja de tampones. 
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