Una noche lo siguió hasta la biblioteca.
Las mariposas le invadieron el estómago hasta que tantos aleteos la sentaron
frente a Pipo. Eligió un libro cualquiera a unos metros de él, tan concentrado
que su nariz casi tocaba las hojas. En medio del silencio, Felipa hacía que
leía, mientras, para Pipo nadie existía. Ella inventó palabras que su lectura
no decía. En voz alta: —Tus manos sabias acarician las hojas de tu libro
quieto. Estás ausente de mí, que quiero estar a tu…
Pipo, sin levantar la cabeza dijo: —shsh,
por favor…
Felipa, haciendo caso omiso, siguió el
invento:
—…Miro tu espalda encorvada y muero de ganas de abra…
Él
exasperado se levantó y apoyando ambos puños en la mesa dijo: —¿No podés leer
para adentro?, éste es un lugar de estudio, además lo que leés es tan cursi que
me desvía la atención.
Felipa lloró estilo cocodrilo mientras, Pipo
le procuraba una buena novela de lenguaje accesible. La depositó en el lugar de
ella, Felipa seguía llorando, —Yo sé porqué llorás, tu novio te largó o algo
así, ya te van a aparecer otros novios, ahora llevate éste a tu casa y lo leés
tranquila, disculpá si te ofendí, pero mañana rindo, ¿entendés?
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