Félix era
tachero, manejaba noche y día, se atrevía a entrar en zonas que ningún taxi
quería, por el peligro de los robos. Subió una mujer embarazada, con
contracciones que hicieron sentir a Félix los mismos dolores. Llegaron a una
guardia, pero había huelga de guardias. —Por favor señor, ayúdeme, no doy más.
Félix prometió
asistirla, recordó que sus hermanos fueron paridos en su casa. La acostó en el
sillón trasero y empezaron el clásico, respire, respire y casi desmaya cuando
encontró la cabecita asomando, un último pujo y el bebé salió a conocer el
mundo. Ya estaba al tanto que era una porquería, pero adentro de la panza no
cabía. Félix realizó los primeros auxilios —Lástima que no haya estado su
marido para ver este milagro.
Ella casi no
tenía fuerzas —Se fue de casa antes que naciera el bebé, vive en el Sudeste
Asiático y yo…y yo no quiero un padre así para mi hijo…Félix, lléveme a la cama…con
mi bebé al lado. La llevó hasta la casa y los depositó en la cama. Por la
mañana apareció Félix con unas cajas gigantes, pañales, enteritos, camisetas y
juguetes con sonidos tranquilos.
Un día se quedó
a dormir, ella volaba de fiebre y le dejó el bebé a cargo. La situación continuaba.
Félix llamó una ambulancia y alcanzó a escuchar, quiero que lleve su nombre,
Félix…y se fue al cielo. Lloró como sólo a un hijo se llora. Miró el moisés, lo
arropó y pasó por su casa, la esposa cortaba leña. Félix corrió hasta ella, con
el moisés en los brazos. Después de escuchar la historia, su mujer levantó el
bebé, lo mecía —¿Sabés Félix? Acá vas a ser muy feliz…
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