En esta época
tener joroba, es jorobado. Lo cargan, le preguntan qué lleva en la joroba.
Él, con sentido
del humor, decía que llevaba parte del latrocinio gubernamental. Carcajadas
estilo taberna, por su presencia, nada más.
Pasaba muchos días
en su depto., no soportaba tanta cargada, encima de su joroba. Eran malas
personas, despreciables y crueles. El apogeo del invierno y la grasa, acumulada
en la joroba, reemplazaba el sobretodo, la campera y la cantidad de
superposiciones que se hacen en invierno.
Le sacaron la giba
en Ezeiza, existía una clínica soterrada, con elementos de última generación y
médicos, de primera generación. Los de última eran descartables por exceso de
ignorancia.
Quedó sólo la
marca de una línea casi evanescente. Apareció un alguien raro, con anteojos
oscuros y mentón grande. —Ché, pibe, quedaste hecho un tipazo, ¿te dijo el manochanta
la cantidad que te sacó?
Lo miró, con los
efectos de la anestesia —¿De grasa?
El tipo habló
con fastidio —¿No sabías que te corrieron las vísceras y tenías una bolsa, con
no sé cuántos millones de euros?
El otro, con
poco aire y mareado, le dijo que no sabía nada de esas cosas, con tener la
espalda derecha, estaba todo bien. Se vistió rápidamente y huyó en un taxi. Resopló,
estaba a salvo. Miró la cara del conductor, tenía lentes oscuros, igual a la
calle donde entraron.
Genial, era un gobierno que no sólo se ocupaba de lucrar con discapacidades, hasta las fabricaba.
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