martes, 30 de octubre de 2012

OJO POR OJO


      Toribio apareció entre nubes de polvo. Tenía una boina más grande que él. Los Zarzabal comían lechón y lo invitaron a sentarse. Toribio se apoyó en un rincón y el hijo más grande le dijo que se sacara la boina. Salieron cientos de rulos tirabuzones engrasados y entierrados. Le dijeron que se pusiera al lado del perro y le tiraron un cacho de lechón, cayó en el plato del perro. Toribio comió y le dio risa cuando eructó tres veces seguidas. Quedó de entenado. No había hombres, los peones eran todos los Zarzabal.

      Susanita, que era bizca pero rubia como el sol, se enamoró de Toribio y se casaron enseguida, ya se le notaba la panza. A Susanita le arreglaron los ojos, parecía una actriz famosa. Tuvo otro hijo, más parecido al cirujano que la operó que a Toribio. Casi igual que mi Abuela que tuvo mellizos. Uno se parecía a mi Abuelo y el otro al primo Alberto. Alberto era hijo de Susanita y tío del cirujano, o tío abuelo. Fue raro. Porque los hijos se casaron con los primos. Me perdí, enseguida me encuentro. Susanita era corta de vista, le pidió al cirujano que le tapara, con un parche, el ojo que veía menos. Toribio vivía en las nubes y comía huevos pasados por agua con cucharita de plata.

      Me confundí, mi abuela era una santa, ella misma lo decía y no tenía vela en este entierro. Los Zarzabal comían en plato de perro, había siete y ellos eran siete. Todos hijos del cirujano, que nunca reconoció a ninguno. Toribio se divorció de Susanita, le regaló toda la platería para compensar su decisión. Ella lloró mucho, más de un ojo que de otro. Mandó fundir los cubiertos y un orfebre suizo realizó piezas quirúrgicas para que el cirujano abriera un consultorio propio. Operaba en el dormitorio y Susanita le hacía de enfermera. Se enamoraron tanto que fueron novios.  No consumaron aquel amor para no consumirlo. Ella vivía en la cocina, esterilizaba bisturís y jeringas que envolvía en papel crepe de color blanco. Daba más sensación de asepsia.

      Se enojaron los Zarzabal cuando supieron lo de Toribio, el más aguerrido de todos le sacó un ojo de la cara y le ensartó un parche de arpillera atado con hilo sisal y pegado con unipox. Cuando tocó el timbre del consultorio, Susanita en persona lo atendió. Sabía de memoria cómo proceder, de mirar tantas operaciones. Le fabricó un ojo de plata, tan perfecto, que Toribio, agradecido, le pagó con un hijo que le hizo en tres minutos. Luego se fue. El cirujano notó que la panza de Susanita crecía. Ella le informó que iba a tener un hijo, pero que igual siguieran siendo novios. Él acepto, pero antes le pegó una bofetada. Susanita se la devolvió. Luego se besaron. Fue un milagro, el hijo salió igualito al Zarzabal que le sacó un ojo a Toribio.

      Me pierdo, la memoria traiciona, pero no mata. Sé guardar secretos. Si mal no recuerdo Alberto despareció el día que llamó papá al cirujano. Mi abuela, por ser el primo predilecto, lo recibió en su casa. Ya estoy hablando pavadas, mi Abuela jamás tuvo un primo que se llamara Alberto.

lunes, 15 de octubre de 2012


      La odiaba desde la confusión aquella. No le dirigía la palabra. Él estaba de vacaciones con sus amigos cuando se enteró. Había nacido con capacidades diferentes, el hermano la llamaba mongui, la otra forma encubría y era más larga. Los padres le hicieron operar la cara, para que la sociedad la aceptara. Resultó una niña inteligente y graciosa. Era tan bien tratada que su hermano llegó a pensar que la preferían. Cuando él se ausentó, ella preparó una comida para sus padres, quiso sorprenderlos, hasta juntó hongos del bosque, sabía que sus padres morían por comer hongos. Y así fue, murieron. Comieron hasta no dar más. Ella ni probó, prefirió mirar cómo le sonreían. Un vecino se encontró con aquella escena. Llamó a la policía y al hermano. El juez opinó que la chica era inimputable y hasta podía borrar con silencio la causa y su difusión, la erogación para la poli y para él fue excesiva. Le pidieron tanto que el hermano se vio obligado a vender la propiedad y el bosque. Le sobró para comprar una casita de campo, sin campo.

      Ahora la hermana pasa lentamente la escoba sobre el pequeño tumulto de hormigas. Mira hacia la ventana, sabe que el hermano la espía. Con la vieja carabina le dispara al corazón. Espera media hora y sale a mirar. Ella está tendida en la galería, abraza la escoba con una sonrisa estúpida en la boca, las hormigas le hacen un caminito por las piernas.

martes, 2 de octubre de 2012


      El muchacho gordo apareció en un recodo de los árboles. Pasó una carreta y lo levantaron en silencio. Judíos, judíos como él. De los fusilados, él se salvó, trepó entre cadáveres buscando el aire, antes escuchó la partida del enemigo. Llegó subiendo entre los cuerpos muertos y el aire lo llevó en un carro rural, de judíos ricos.

     Recalaron en Ensenada y era otra tierra, anotaron sus nombres como sonaban. Al gordo lo mandaron al comedor para que sirva guisos con carne y papas. Lloraban de emoción ante los platos. Piezas con cocinita y baño a compartir. El muchacho llevaba y traía bolsas, con dos días de trabajo, pagaba la pieza. Gordo como era, dormía en cama caliente y a las dos horas seguía su labor hasta la noche. Sentía que algo explotaba dentro de su cuerpo y caminó por la costa. Viajó de polizón en un barco carguero y llegó al mismo lugar de donde huyó. El muchacho gordo apareció en un recodo de los árboles, contento y flaco. Había olor a su aldea, la guerra había terminado.

      Dios creó las cuatro de la tarde para que mi vecino y sus amigos me interrumpan la siesta. En una hora sonará el despertador. Tengo tres horas para reponer energías y volver a mi trabajo infame de doce horas. Un día me animé y les pedí que comenzaran sus ensayos a las cinco. Les expliqué que mi laburo permitía un sueño de tres horas, sino, derramaba bandejas, rompía tazas y me lo descontaban del sueldo. El más alto, con su guitarra al mango, frunció la cara, siguió con dos cuerdas y pateando la puerta cerró sobre mi nariz prominente que sangró y manchó la camisa limpia. Golpeé con furia, no escuchaban. Tomé ímpetu y me largué con todo el peso de mi cuerpo sobre la puerta. Caí sobre el baterista, lo tiré contra la pared y se rompieron dos parches.

      El tipo tenía el doble de mi tamaño y dio un suspiro tan hondo que pensé que me llevaría al centro de la tierra. Abrió la puerta de su cadillac del cincuenta y tomando mi camisa, me sentó de prepo. El alto subió atrás con su guitarra encarnada. Eligió los parches más caros. Allí quedaron mis ahorros. Pareció un milagro, se mudaron a otra casa.

      La bendición de una siesta de silencio fue interrupta por la demolición de la casa de mi vecino. El epílogo de la tragedia continuaría con la construcción de una torre de quince pisos. Dios me privó de la siesta y del sol. Y de jugarle al cuatro, que era mi número preferido.


        Encontrarás una casa con un nombre extraño, esa no la quiere nadie, hasta le temen. Tu cabaña se encuentra justo enfrente. Tomy, incrédulo, vio la cabaña rodeada de tres pinos y sin nada alrededor. Se lo hizo saber, el anciano  explicó que nadie pudo sacar una foto porque la casa se esfumaba y no salía.

      Le señaló el rumbo y Tomy encontró la casa y enfrente su cabaña. Era como la de los siete enanitos, tenía ventanucos y un escritorio bajo una de las aberturas. Allí puso su vieja máquina de escribir, esa era la idea de su editor, rodearse de tranquilidad absoluta y entregar a fin de mes. Acomodó la primer hoja en blanco. Vino la noche. Escribía con decisión y tiraba papeles hechos un bollo. Cuando llenó el piso de escritos inútiles se acostó a dormir. Miró hacia la casa de enfrente. Estaba iluminada y las cortinas volaban como fantasmas. Se escuchaban risas y cubiertos, pero no vislumbró a nadie. Durmió todo su cansancio. Cuando empezó a teclear no pudo evitar mirar hacia la casa. No había nada. Cruzó enfrente y tocó el timbre, mientras esperaba el timbre desapareció. Se apoyó contra una columna y de pronto sintió un desmayo. Cuando se recuperó la columna había desaparecido. Tocó la superficie de la casa y la casa se iba transformando en un pastizal.

      Apareció un paisano de a caballo, Tomy le preguntó qué pasó con la casa. El paisano subió los hombros y contó que en el pueblo se decía que ahí había funcionado una casa para cobijar a nazis de altos mandos. Luego la compró un rico que se la regaló a su amante. Por problemas de infidelidad, huyó la mujer y el amante desapareció. La mesa estaba servida, se veían carozos de aceitunas en el medio del mantel pero nunca nadie volvió a esa casa. También decían que había sido un centro de detención clan… Tomy no lo dejó terminar, corrió a la cabaña y embaló sus cosas. Alguna historia se le iba a ocurrir.

      Un hombre sentado en una silla plegadiza con ruedas y motor. El hombre apretaba un botón y en el jardín iba y venía. Cuando regresaba, una mujer muy bella le ayudaba en el plegado. El hombre nos sonreía hasta que mi hermana más grande preguntó si no la podía llevar un rato. El hombre le permitió sentarse en sus rodillas y dieron una vuelta perimetral. Conmigo hizo lo mismo. Mi hermano menor bajó de la silla gritando que, el paralítico, era un degenerado. La mujer bella tenía el auto en marcha, sentó al hombre, plegó la silla y partieron a toda velocidad. 

lunes, 17 de septiembre de 2012

CONVOCATORIA A LA BARBARIE



      La Srta. del Jardín de Infantes preguntó quién quería más a Evita y Perón, todas mis compañeritas levantaron la mano, yo no. La Srta. preguntó porqué no hacía yo como las demás. Contesté que mi Mamá y mi Papá no me dejaban decir malas palabras. La Sra. Directora mandó llamar a mis padres. Les informó que debían cambiarme de escuela. Eran órdenes de la Inspectora. Fui a una escuela de Hermanas por dos años, allí también las niñas decían esas malas palabras y eso que Diosito vivía allí mismo. Mi padre trabajaba y estudiaba. Cuando Evita murió, él no usó brazal negro y lo dejaron cesante. Mamá era profesora en un colegio nocturno y tenía la obligación de informar a sus alumnos que debían afiliarse a la UES. Luego se contradijo y agregó que si no lo hacían, sería mejor para todos. Mami decía lo que pensaba, no fue el momento oportuno. Un alumno la denunció y ella también quedó sin trabajo. Viajábamos a Buenos Aires porque mi abuela nos sostuvo económicamente en esos momentos aciagos. Debíamos tomar subte para llegar a su casa. Bajando la escalera mecánica yo cantaba: -¡Perón Perón qué grande sos! Mientras revoleaba mi muñeca preferida. Mis viejos me zamarreaban para que callara, mientras yo les explicaba que por no ser peronistas el final de la escalera mecánica nos tragaría y nos convertiríamos en tallarines.

      Cuando Perón cayó mucha gente festejaba. Aún sus simpatizantes, en una especie de amnesia, tiraban abajo todas las estatuas de Evita que inundaban Escuelas y Ministerios. Una especie de horda sin freno destruía a su paso retratos y banderas con escudos peronistas. Tales excesos hicieron llorar a mi madre, mientras explicaba que aquello era un agravio innecesario. Justo personas que hablaban de lealtad al tirano. En el Colegio nos hacían recortar papel glasé  para tapar las imágenes de Eva y Perón que tenían los libros de lectura. Las de Evita yo no las tapaba porque me parecía buena y porque había sufrido mucho antes de morir. La Hermana Superiora me expulsó del Colegio. Mis viejos, que recuperaron sus respectivos trabajos, se indignaron e increparon a la Superiora por no permitir que yo eligiera. Mamá, roja de ira, le sugirió que se confesara y comulgara. Y le auguró que Dios no la perdonaría. Ambos consideraban que las personas eran tan fachistas como los que habían caído.

      Papá puso una foto de Lonardi en su escritorio y yo puse una de Evita en el mío. Estuve en penitencia tres días. Igual la pasé bárbaro, tenía como veinte revistas de La Pequeña Lulú que me había regalado mi Abuela y me las leí todas ¡Ja!

martes, 31 de julio de 2012

FRÍO



      El invierno me congela adrenalina, me levanta los hombros hasta besar las orejas. Hace doler el esternón que trata de besar los omóplatos hendiendo como estalactitas paralelas, colgadas de la nuca.
     
       Los túneles de aire congelado transitan alegremente los pasillos que el frío les señala. Sabe la cantidad exacta de los agujeros de mi superficie. Los glúteos se encuentran en un gesto inútil de guardar calor. Aunque los pasos pretenden ligereza las rodillas no responden a doblarse.

      El invierno me cierra la izquierda y la derecha como dejar de leer una novela que me aburre. Es pesado el invierno, como esa gente que me habla todo el tiempo. El único placer que yo le encuentro es poner el trasero en una estufa grande y generosa, dejar que el calor trepe por la espalda y sentar mi humanidad en el sillón del abuelo, mirar por la ventana y sentir piedad por los árboles desnudos, tan quietos como el frío. Es tan largo el invierno. Es tan largo el invierno, que dan ganas de venderlo, por monedas, a otro continente, para siempre.

sábado, 28 de julio de 2012

SOFÍA



      Si llevara dos alitas en la espalda, su elegancia levitaría en todas las baldosas. Habla en tonos bajos, modulados y prudentes. Si en medio de alguna charla, algún parroquiano solicita su presencia, acude con disposición respetuosa a su trabajo.

      Sofía terminó cu carrera, que no era servir café, tal vez algún día ocupará el lugar que le corresponde. A veces está contenta y mira el afuera con risas de niña. Otros días se le dibuja una tristeza que lastima el aire. Conoce chicos, pero no aparece el genuino que Sofi merece. Hace tres días viene un solo que pide un cortado en un castellano raro. Le tiemblan las manos cuando ella deposita la tacita. Lleva un libro que parece leer, pero no lee. La mira cuando ella no.

      Sofi no asiste al trabajo y nadie sabe nada. Pasaron los meses, hasta que llegó una tarjeta para todos.  Es una foto donde aparece el Big Ben, el Támesis y al medio está Sofía, abrazada por el solo. Él apoya una mano sobre la pancita gorda de una Sofi angelada y sonriente. No tiene nada escrito. No lo consideró necesario. Nosotros tampoco.

jueves, 26 de julio de 2012

SR. EGAÑA



      Nos sentábamos en el umbral de la esquina. Antes que apareciera se escuchaban los pasos del Sr. Engañabaldosa. Una pierna era normal, pero la otra, a cada paso, engañaba a una baldosa. Revoleaba esa pierna y caía con ruido similar al tropiezo, nunca se cayó. Ni cuando llevamos un palo de escoba para su caída, crueldad de niños. Saludó, tocando el ala de su viejo Panamá y engañó al palo.

      Pasaron varios días, al Sr. Engañabaldosa no se lo veía pasar, ni entrar o salir de su vieja casa. Nos enteramos por los gatos, que morían de hambre y los perros, que ladraban sin interrupción. Un vecino llamó a la poli. El Sr. Engañabaldosa murió en su cama, con el televisor prendido. Le faltaba algo al cuerpo. A su lado, en el piso, dormía su pierna ortopédica. Por eso el sr. Egaña tenía cara de dolor cuando engañaba las baldosas.

      La ceremonia de sentarnos en el umbral de la esquina siguió. La inercia de la costumbre. Nos puso tristes la ausencia del Sr. Egaña. Sus pasos tric-traca. No se habló nunca de aquel personaje. Las únicas contentas fueron las baldosas estafadas. 

sábado, 7 de julio de 2012

INTERFERENCIAS


      Vivo solo, extraño los sonidos de mi casa paterna. Ahora escucho cosas que vienen de afuera sirenas, autos, micros, motos y una música salsera de algún boliche lejano. Estudio con ese concierto que apabulla, pero acompaña. Cuando los decibeles citadinos menguan voy a dormir. Escucho los pasos del departamento de arriba, hay unos tacos altos que martillan mi cabeza, portazos. Hay corridas con sonido de pasos masculinos. También escucho muebles que se desplazan, vajilla que se estrella en mis oídos.

      Hoy fue distinto, hubo silencio. Durante la madrugada escuché pasos marciales; a los quince minutos nada. Tomo el ascensor y la anciana, que vive sola, me pregunta si estaba enterado del cr… Abrí la puerta, le dije no tener tiempo. Con el dinero del alquiler me compré un equipo de música. Ahora estudio y duermo perfecto. En el edificio no piensan igual. Hicieron una reunión de consorcio para tratar mi caso: “música alta”. Llamé a mi padre, que está orgulloso de mis dieces en todo. Hizo forrar las paredes de mi depto. con madera, telgopor, lana de vidrio y corcho. Me visitó una semana. Cuando se fue me sentí aliviado, lo quiero mucho, pero su partida me hizo recobrar mi propio pentagrama. Puse al mango: Los sonidos del silencio, por Simon & Garfunkel, una antigüedad, me envolví en el acolchado de duvet, que me mandó mi madre y dormí un día entero. Mucho stress. 

jueves, 28 de junio de 2012

JUANA

      Estamos en la mesa y me largo una arenga acerca de terminar con estos mata personas. Formar ejércitos para destruir todo. Escucho a uno de mis hermanos decir que Juana de arco está sentada con nosotros. Odio la sopa y el ruido que hacen todos por cada mísera cucharada. Un día me levanté, fui a buscar cinta de embalar y a mi hermano más chico que no solo hace buches de sopa, sino que después nos escupe a todos, le crucé la boca con cinta, mi madre gritaba, diciendo que Juana la loca merecía la expulsión de la mesa.

      Desde mi pieza digo, para que escuchen, que Juana se va a comprar un fusil. Mi hermana, la que me sigue, me defiende, soy como Juana Azurduy para ella. La única que me dio un beso fue mi Abuela, que dijo, hasta mañana, Juana.

sábado, 9 de junio de 2012

DE PAPEL


      He conocido obras de pintores o dibujos considerados geniales, por parte de la humanidad y por mí también. Pero las más interesantes las encontré en los papelitos que viven al lado de los teléfonos fijos. Sucede cuando hablamos de cualquier cosa con algún amigo, que detiene el tiempo con palabras tranquilas; mientras tanto dibujamos sin pensar y con todos los permisos, que resultan perspectivas absurdas o casitas invertidas o palmeras despeinadas, que remiten a otras cosas y esas cosas a otras, inconclusas. Cuando dejamos el chau, adiós,  colgando el tubo y bostezando nos vamos a dormir la siesta o a seguir haciendo tareas consignadas. Un día cualquiera, el pilón de papelitos se cae del escritorio sin espacio y tiramos nuestras obras de arte, las genuinas, en el cesto donde vive lo inservible.

      La mujer de un autor, que ocupó parte de mi cabeza muchos años, contaba que su marido le pedía papelitos y biromes para la noche. Tenía el sueño liviano, se le ocurrían palabras u oraciones que escribía entre dormido y arrojaba al piso. Por la mañana su mujer los juntaba y mutaban luego en novelas sin fecha de vencimiento.

      Los aviones de papelitos ocuparon nuestra infancia, los barquitos para el cordón de la vereda cuando llovía y los sombreros de tres picos en disfraces repentinos. ¿Quién no mandó un papelito declarando su amor a la más linda de tercer grado? Ahora se guarda todo en computadoras o celulares, el papelito resulta bastante incómodo a los jóvenes. Ellos mismos parecen vivir en la supuesta comunicación que nos regala la tecnología y sus enseres. Si pudieran meter el culo en esas pantallitas lo harían con el mismo placer que dejar metidas sus cabezas digitales todo el día.

lunes, 14 de mayo de 2012

A LOS CATORCE


      No lloró nunca, ni de recién nacida, ni cuando tenía hambre. La peor alumna, siempre ensoñaba, las maestras se cansaban de su abulia y optaban por ignorarla. Desde los cinco años se tiraba sobre el pasto a mirar las estrellas y la luna. Su padre la encontraba dormida y la trasladaba a su cama. Sus diálogos eran susurros a los pájaros, las mariposas y sus siete gatos. Adela se aburría de escuchar a sus hermanas, a sus padres y a todos los sonidos que emitieran. Las pisadas con zapatos eran una tortura. Sería por eso que andaba descalza sobre la tierra, aún si llovía. Su padre le construyó un refugio. Fue su primer risa, que selló con un beso en las manos de su padre. Adela tomó como domicilio el refugio.

       Apareció un psicólogo, convocado por sus padres y le pidió una charla. Adela lo hizo pasar a un lugar exiguo, tenía libros mezclados con gatos y dibujos de pájaros e insectos hechos por Adela. Nunca vio a nadie tan feliz y completo. Informó a los padres que Adela no estaba  enferma. Había elegido su propio modo de vida, un modo poco común, pero, se la veía ubicada en tiempo y lugar. Hizo un comentario, dijo que las palabras rompían el aire. Denotaba un alma sensible. Pasado un tiempo, Adela iba a salir a buscar a su familia y cambiada, eso era seguro. El psí se fue y los padres tranquilos se abrazaron.

      En la primavera se colgó de un piñonero, para ver el lugar desde arriba, perdió pie y su bufanda atascada, entre su garganta y dos ramas. Para todos, Adela se suicidó.

LA PÁGINA EN BLANCO

      Estoy deprimida. Qué historia escribir con una birome sin ganas. Sentir que el papel te expulsa las ideas. La astenia te sienta y te olvida. Por ahora renuncio, para no contagiar a nadie. Pregunto a otros si esto pasará. Ellos, a veces, saben más cosas de uno, que uno. No contestan.

      Con la ducha matutina pretendo levantar el día, sucede al revés, el día me cae encima.  Trato de sostener para no asfixiar el intento.

      El cuerpo se junta como un libro cerrado. No encuentro palabras y menos a oscuras. Pido auxilio en idiomas raros que nadie entiende. La depre, si está cómoda, se queda y una no está en condiciones para echarla así no más.  Si el libro se abre, la depre huye. Somos amigas de chicas. Eso me preocupa, nos estamos viendo seguido.

      ¿Entendés que lo nuestro terminó hace rato?¿O te creés que estar así, triste solitaria y terminal es pasarlo bomba? Quiero que me dejes en paz, andate y buscate a alguien que no te conozca. Toda la vida juntas es demasiado, a partir de esta vida, vos, no existís.
Eso lo puedo aseverar, no existís.
¿No existís? ¿no?

viernes, 30 de marzo de 2012

MEMORIAS DE UNA PRINCESA CACHUZA

La dictadura de Mamá hizo abandono de persona en la mejor parte del cuerpo: la autoestima. Forma parte de mi estructura que se viene abajo cuando más la necesito. Siempre recurro a escalas ajenas para medir todas mis acciones. Me detesto al comenzar o concluir algo, me odio más que a todo el género humano cuando les hago coro a los prescindibles. La paradoja es pertenecer a ese tejido y encontrar maestros que rescaten lo que las hordas invalidan.

Cuando fui joven se le daba valor a la inteligencia, al desarrollo del pensamiento, al respeto del singular, al amor y a la paz. El contexto era de una perversión medieval, sostenida por asesinatos cotidianos. La princesa Cachuza, mucho amor y paz pero en una manifestación en La Plata, rompió la vidriera del supermercado Camec, con un adoquín tandilino, vamos todavía decían mis compañeros politizados. Fui solicitada para militar en agrupaciones, pero, entre mi sentido poco común y el sentido común de mi Padre, zafé. Nada mejor que hacer artesanías y viajar a dedo. Nunca me sedujo el riesgo de vida.

martes, 6 de marzo de 2012

TEODORO ENCADENADO

Llegó un momento donde no supe dónde terminaba ella y comenzaba yo. Decidía todo en mi vida. La comida, la ropa, los juegos, qué amigos. Me preguntaba y sin esperar respuesta elegía por mí. Estudiaba lo que ella estudió, debía pensar, acerca de cualquier tema, lo que ella pensaba. No recuerdo haber estado solo jamás y lo peor era creer que la vida era obedecer mandamientos similares a los de la Inglesia Carótila, abostólica y románica. Nunca me hizo papas fritas, eran malas para la salud. Compensaba esa ausencia con nombre y besitos. Téo, Teoto, Teotín. Jamás mi nombre completo, Teodoro. Es feo, ya sé, pero es mío. Aunque sea la única propiedad de mi persona.
Empecé la facultad en la ciudad de ella. Alquiló un depto, lo vistió y amuebló a su gusto, con ¿te gusta? y hasta los cuadros. Yo esperaba que se fuera de una vez. Por fin sabría cómo era estar solo. La despedí con abrazos y besos, ella creyó para ella, yo expresaba la fiesta de su partida, con esos gestos.
Mi primer cigarrillo fue un homenaje a mí liberación. Un placer, el baño sin puertas abriendo preguntando si Teíto necesitaba toallas, jabón y las sugerencias de zonas de lavado en cada apertura. Ni cierro la puerta, juego con un jabón que colabora en placeres que tuve vedados por la presencia de ella. Era una hija de su madre, parecía creer que entre mis piernas había sólo necesidades higiénicas. Mi abuela fue así con ella. Mi madre, de la cintura para abajo no existía ni para sí ni para mi padre. El verdadero yo de Teodoro nos puso al día a los dos. Ella me convenció que éramos uno, cabía pensar los mismo con respecto a todo. La cama de dos plazas para poder desperezarme y dormir con las patas sueltas, así lo expresó mamita. Yo solito descubrí que dos plazas estaban perfectas para mi cuerpo y el de alguien más. Aquí tomé conciencia de la ignorancia de mami. De a poco me voy colocando en mi vida. Da vértigo, es veloz ¡Uácala! Quiero más.
En mi primer año me llamaba por teléfono dos veces al día. En segundo año mandaba un remisse, para verme en su casa, cada quince días. Ahora zafo con inventos laborales o congresos imaginados. Le aviso por mail. Le conté que mi teléfono estaba intervenido, que las multas por insultar esta gestión te dejaban indigente. Eso la aquietó, vive en su casita, a cuatrocientos kilómetros de mí. Rodeada de arbolitos. Yo estoy fenómeno, siento que me estoy haciendo. No necesito a nadie “a nadie alrededor”, gracias Charly. Mi madre lo escucha melancólica, la remite a su juventud. Eso la mata, se quiebra y creo que me contagia. Quiero decirle que su presencia me pone flan. Para sobrevivir acá, debo estar blindado. Si me visita dos días, el primero la quiero y el segundo la detesto, hago que se vaya. Puedo ponerme a la altura de mis deseos. Se lo digo de frente march, ella me mira, Teíto querido y yo le contesto ¡dejame ir! Que se maneje. Por ahora, como papas fritas todos los días, no me baño tantas veces como antes y largué la facultad. Lo demás voy viendo ¡Qué se yo que voy a hacer mañana!