martes, 2 de octubre de 2012


      El muchacho gordo apareció en un recodo de los árboles. Pasó una carreta y lo levantaron en silencio. Judíos, judíos como él. De los fusilados, él se salvó, trepó entre cadáveres buscando el aire, antes escuchó la partida del enemigo. Llegó subiendo entre los cuerpos muertos y el aire lo llevó en un carro rural, de judíos ricos.

     Recalaron en Ensenada y era otra tierra, anotaron sus nombres como sonaban. Al gordo lo mandaron al comedor para que sirva guisos con carne y papas. Lloraban de emoción ante los platos. Piezas con cocinita y baño a compartir. El muchacho llevaba y traía bolsas, con dos días de trabajo, pagaba la pieza. Gordo como era, dormía en cama caliente y a las dos horas seguía su labor hasta la noche. Sentía que algo explotaba dentro de su cuerpo y caminó por la costa. Viajó de polizón en un barco carguero y llegó al mismo lugar de donde huyó. El muchacho gordo apareció en un recodo de los árboles, contento y flaco. Había olor a su aldea, la guerra había terminado.

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