Un hombre sentado en una silla plegadiza
con ruedas y motor. El hombre apretaba un botón y en el jardín iba y venía.
Cuando regresaba, una mujer muy bella le ayudaba en el plegado. El hombre nos
sonreía hasta que mi hermana más grande preguntó si no la podía llevar un rato.
El hombre le permitió sentarse en sus rodillas y dieron una vuelta perimetral.
Conmigo hizo lo mismo. Mi hermano menor bajó de la silla gritando que, el
paralítico, era un degenerado. La mujer bella tenía el auto en marcha, sentó al
hombre, plegó la silla y partieron a toda velocidad.
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