Encontrarás una casa con un nombre
extraño, esa no la quiere nadie, hasta le temen. Tu cabaña se encuentra justo
enfrente. Tomy, incrédulo, vio la cabaña rodeada de tres pinos y sin nada
alrededor. Se lo hizo saber, el anciano
explicó que nadie pudo sacar una foto porque la casa se esfumaba y no
salía.
Le señaló el rumbo y Tomy encontró la
casa y enfrente su cabaña. Era como la de los siete enanitos, tenía ventanucos
y un escritorio bajo una de las aberturas. Allí puso su vieja máquina de escribir,
esa era la idea de su editor, rodearse de tranquilidad absoluta y entregar a
fin de mes. Acomodó la primer hoja en blanco. Vino la noche. Escribía con
decisión y tiraba papeles hechos un bollo. Cuando llenó el piso de escritos
inútiles se acostó a dormir. Miró hacia la casa de enfrente. Estaba iluminada y
las cortinas volaban como fantasmas. Se escuchaban risas y cubiertos, pero no
vislumbró a nadie. Durmió todo su cansancio. Cuando empezó a teclear no pudo
evitar mirar hacia la casa. No había nada. Cruzó enfrente y tocó el timbre,
mientras esperaba el timbre desapareció. Se apoyó contra una columna y de
pronto sintió un desmayo. Cuando se recuperó la columna había desaparecido.
Tocó la superficie de la casa y la casa se iba transformando en un pastizal.
Apareció un paisano de a caballo, Tomy le
preguntó qué pasó con la casa. El paisano subió los hombros y contó que en el
pueblo se decía que ahí había funcionado una casa para cobijar a nazis de altos
mandos. Luego la compró un rico que se la regaló a su amante. Por problemas de
infidelidad, huyó la mujer y el amante desapareció. La mesa estaba servida, se
veían carozos de aceitunas en el medio del mantel pero nunca nadie volvió a esa
casa. También decían que había sido un centro de detención clan… Tomy no lo
dejó terminar, corrió a la cabaña y embaló sus cosas. Alguna historia se le iba
a ocurrir.

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