La odiaba desde la confusión aquella. No
le dirigía la palabra. Él estaba de vacaciones con sus amigos cuando se enteró.
Había nacido con capacidades diferentes, el hermano la llamaba mongui, la otra
forma encubría y era más larga. Los padres le hicieron operar la cara, para que
la sociedad la aceptara. Resultó una niña inteligente y graciosa. Era tan bien
tratada que su hermano llegó a pensar que la preferían. Cuando él se ausentó,
ella preparó una comida para sus padres, quiso sorprenderlos, hasta juntó
hongos del bosque, sabía que sus padres morían por comer hongos. Y así fue,
murieron. Comieron hasta no dar más. Ella ni probó, prefirió mirar cómo le
sonreían. Un vecino se encontró con aquella escena. Llamó a la policía y al hermano.
El juez opinó que la chica era inimputable y hasta podía borrar con silencio la
causa y su difusión, la erogación para la poli y para él fue excesiva. Le
pidieron tanto que el hermano se vio obligado a vender la propiedad y el
bosque. Le sobró para comprar una casita de campo, sin campo.
Ahora la hermana pasa lentamente la
escoba sobre el pequeño tumulto de hormigas. Mira hacia la ventana, sabe que el
hermano la espía. Con la vieja carabina le dispara al corazón. Espera media
hora y sale a mirar. Ella está tendida en la galería, abraza la escoba con una
sonrisa estúpida en la boca, las hormigas le hacen un caminito por las piernas.

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