sábado, 31 de diciembre de 2016

VIENTO QUE DESPIERTA


   Durante el invierno no había nadie. Eran cinco casas y un Dispensario. Ocurrían peleas familiares en las cinco, los maridos castigaban a sus esposas.
   Había mujeres que castigaban a sus maridos.
   Los niños se refugiaban en lo de Ana Kazankis, vivía sola, su enorme casa era el Hotel principal. En invierno comenzaban los desatinos en los hogares. El Dispensario lo atendía Rosita, hacía de Médico, Enfermera, Acompañante Terapéutico, Partos Caseros, Empachos, Migrañas, Picaduras de Araña, Psicóloga y Bañero.
   El invierno era largo y no había cómo detener las escenas de pugilato. Rosita tenía un alambique que potencializaba el Vino Patero de su parra de uva chinche. Preparó cinco bidones.
   —Piensen en sus hijos, este brebaje deviene de las Fiestas Dionisíacas, aumenta la líbido dormida y el encuentro con el otro. El modo de uso es cuatro veces por día, vertido en una tapa de “echo en el balde”, con la asepsia previa de la tapa.
   El efecto fue positivo, nadie le pegaba a nadie, pero todos se amaban entre ellos. Esto traía malos entendidos, como que una mujer hiciera el amor con su vecino, pensando que era su marido. A ellos les sucedía con sus vecinas. Se fue solucionando con una Terapia de Grupo, cuya Psicóloga era Rosita. Ella ideó un agregado a los bidones, “punta certera y no hacerse el estúpido”.
   Las familias se tornaron reflexivas y hacían el amor sólo con sus respectivos conyugues.
   Llegó Fin de Año y se juntaron las familias, los bidones y una roja fogata al borde del mar. Rosita, sin su guardapolvo, brindó con las cinco familias. Como terminaron en brindis tras brindis, se lanzaron unos contra los otros. Sin saber quién era quién. Las mujeres ligaron cuatro extraños y los hombres tiraban más para el lado de Rosita. Ella estaba tan acomodada a las buenas costumbres, que se pensaba feliz. Esa noche comprendió cual era la pura y verdadera felicidad.
   Ana Kazankis, mandó a los chicos de todos a una Escuela, pupilos, con Profesores Turcos y Marroquíes.
   Por fin Ana dejó sus recuerdos atrás y se plegó al grupo, no le interesaba el sexo, pero la compañía de sus desiguales la igualaban al deseo colectivo de meditar la vida. Todo una ingeniería, la verdá.
                                                              

viernes, 30 de diciembre de 2016

SO COOL

                                                  
   —Por tu angosta despedida y tu augusta partida, debo reconocer que no soy el emperador que esperabas, seguí soltera, vas a terminar echando cianuro en cualquier gil. Decirme malo a mí, que soy un ángel de una personalidad exquisita y mis gestos son sonrisas. Tu política con los afectos, se dan de patadas.
   No cabe una caricia, lejos de un beso, no poder colarte una mano en el corpiño y decir que te amo, aunque no sea cierto.
   Me obligó mi padre a conocerte, primero te conoció él, tuvieron charlas profundas, tan profundas que nunca me contó a qué se refería con las profundidades. “Debes conocer a esta emperatriz, está solita, con todo un imperio en sus manos. El marido anterior tenía forma de tonel, reventó de tomar tanto vino y promover guerras absurdas.”
   Si mi viejo pensó que podía ayudar con aquel monstruo de imperio, a la tilinga presumida y ambiciosa. Tuvo la respuesta, ella me dejó en el medio del gasoil negro que despedía su auto, dijo algo así como
—Papi, con vos no voy a ninguna parte, acá se necesitan garras y vos tenés dedos clericales.
   Dejó mi autoestima anémica, volví a vivir con mi padre. No me gustó, hacía bardo todas las noches con sus amigotes, totalmente etilizados se tiraban al estanque, parecían hipopótamos. Decidí abandonar la casa paterna. Me instalé en un lugar que prefiero no nombrar, ni dar la dirección. El viejo sabía dónde era, mandó una esquela que decía “Por tu angosta despedida y tu augusta partida, debo reconocer que no soy el padre que esperabas”.                                                                                             

jueves, 29 de diciembre de 2016

LA GENTE HABLA


   En un caserío marítimo y anárquico vivían personas solas, pareja con hija, pareja aparejada. A cinco médanos quedaba el primer pueblo, se vendían veinte lotes arbolados. Ale, oriundo de Dock Sur, descubrió el valor irrisorio de comprar una manzana. Cuando se encontró, en medio de tanto árbol, liebres, conejos, zorros, chanchos silvestres, escuchó la transcavator, volvía de destruir un médano. —Oiga colega, ¿no me hace un pozo aquí, al medio? De onda.
   El tipo, expeón hizo el primer buraco —¿Le parece así Don?
   Ale le dijo que más hondo y más y más. —¿Llegó a la napa?
   Contestó el paisano —Y de no!
   Le pagó con tres chanchitos silvestres. Manejó a todo gas hasta un paraje donde vendían coberturas de veinte gramados unitérmicos. El dueño y su ayudante subieron el carretel al camión, lo llevaron hasta el lugar, le forraron todo el pozo y sobró para los bordes.
   Lo llenó de agua y peces, consiguió carpas doradas y pejerreyes violetas. Pasaba el día en el bote de su abuelo, pescaba, pero los devolvía al agua. Ale logró una selva propia, no tocó un yuyo, hasta los pájaros trinaban día y noche. Cuando encontraba una rana le besaba la boca.
   Dormía bajo tres palmeras. Escuchó pasos levitosos y se puso de pie. Una chica, con un cántaro le pidió permiso para juntar agua de la fuente. Ale tenía una fuente con agua potable, su última obra. —Junte lo que necesite, el agua es un derecho de todos.
   Marcela miró su cabeza puro pelo, le encantaron los ojos verde castor y esa generosidad sin fronteras. Ale compró el caserío entero. Les cobraba dos mangos. La gente, que siempre habla, notó que el volumen de Marcela era un embarazazo.
   —¿Cómo embarazó a mi hija?...- Preguntó el padre-.
   Ale contestó con lunfa Dock Sur —Cómo ¡Como cualquier cristiano! ¿Porqué? Esto no lo puede ignorar, tanto va el cántaro a la fuente, que al final se llena. Lo dijo la gente, que siempre habla.
                                                         

miércoles, 28 de diciembre de 2016

Ya se fueron, sigo subiendo cuentos, gracias.

                                                                            Patricia Medina

PLAYA LARGA

                                     
   Los médanos se suceden infinitos. No sé porqué acepté, mi 4 x 4 es de alta gama, comparado con las otras es made in Berisso. El sol me perfora el casco, un sombrero de paja bien mojado duró tres segundos, con el agravante del enojo de mis compañeros, el agua era para tomar. Todos teníamos los labios partidos y la piel roja.
   Me pareció un espejismo, pero luego de cinco vueltas en redondo, aumentamos la velocidad y encontramos la playa más larga y recta. Detuvimos las camionetas, el mar nos solicitaba, nos tiramos hasta pasar la tercera hilera de olas, dormimos boca arriba haciendo la plancha. Vimos cómo el sol se metía en el mar y no era un espejismo, apareció un hotel “Punta desnudez”, con columnas dóricas y vidrios inmensos. Salió la dueña, una Siro-Marroquí-Francesa. Nos dio de comer e hizo preparar habitaciones para cada uno. Me negué a dormir con mi marido, me había ofendido en oportunidades varias.
   Ana, la Señora multinacional, ofreció compartir su dormitorio. Teníamos camas de dos plazas con alfombras persas y arañas de cristal, una sobre el techo de cada cama.
   Antes de pensar con miedo al desprendimiento de una araña sobre mi cuerpo, me dormí.
   Al amanecer comenzó a soplar un viento que rugía, desperté a la dueña para avisarle que se aproximaba un Tsunami —Pero no querida! Tranqui, es el virazón, una brisa fuerte que despierta. Así le llaman aquí, paras mí es un viento de mierda que me llena el hotel de arena. Vamos a desayunar.
   Apenas pude comer, había apretado los dientes por el pánico al virazón. Un licuado y escuchar la historia de cada uno de los objetos, la historia de Ana se contaba con lo que no decía.
   Mis compañeros se fueron luego del desayuno.
   Ana tenía ojos tristes y buenos. Me mostró su escritorio y lo veo —¿No te fuiste con tus amigos?
   Dijo sin sacar los ojos de su lectura —Te preparé todo, es hora de volver.
   Ana se rió a carcajadas —Qué lindo que es, te esperó, te quiere y no te deja, ahora viene mi parte, el pago es dos mil dólares.
   Nos quedamos en el asombro, pero le pagamos.
   Ana contaba los billetes y decía —¡Cómo me gusta, la plata es la cosa que más me gusta!
   Terrible nos pareció su libre pensamiento y más terrible cómo nos dejó sin un mango.
                            
                                               

sábado, 17 de diciembre de 2016

   A mis queridos lectores Irlandeses, Rumanos, Polacos y Otros.
   Debo dedicar tres o cuatro días a mi familia, que viene de visita, siempre se quedan más…
   Sigo escribiendo la semana que viene (más o menos).
   Un abrazo y disculpen.

                                                      Patricia Medina.

DICTANTE


   —¿Cómo vas a matar un pollo de ese modo?
   Y ahora yo pregunto —¿Qué te molesta más, matar un pollo o de ese modo?
   —Diego, no merece respuesta.
   Hipócrita, escribe como Dios y piensa como Satanás, la dictadura de lo nuevo lo atraviesa de lado a lado. No es casual que se llame Hipólito Fregattelli. Soy su peor amigo, tengo altos decibeles morbosos.
   Le dicto lo que escribe, desgasto mis ideas en un chiquero. Hipólito, luego de publicar su libro, me pregunta qué me parece. No contesto, miro a través de la ventana y observo que un chico le besa la boca a una chica. Mientras él la besa, ella mira el horizonte del mar. Llamo a Hipólito para que vea y dice:—¡Qué noche ideal para meterse en el agua!
   Para él es importante lo que no ve, por eso le dicto: “Mi mejor amigo es Diego, un dictador que no presume. Juega a ganador y gana. Tiene el don de sumar cifras extensas con el pensamiento. Percibe la traición de sus amigos, desde antes que lo traicionen.” Hipólito no está de acuerdo y pretende cambiar las rutas de las palabras. Le digo que no se le ocurra, porque su libro caería en los pozos negros del olvido. Se acerca, ¿cómo no me di cuenta? Sus largos dedos rodean mi cuello y lo gira seis veces.
   Como morí, ahora no tiene quién le dicte. Salió en Internet “Hipólito Fregattelli dejó de escribir” Ahora se dedica a matar pollos. Vive muy bien de mi muerte.
                                                       

viernes, 16 de diciembre de 2016

LE VOYAGE


   —Vivís entre muros, parece que formaras parte de la pared, ¡Dejá de escribir todo el tiempo! –Dijo la tía Nela-.
   La psi me pidió que fuera al aeropuerto y mirara el mundo sin birome.
   Les hice caso, para hacerles el gusto, era razonable.
   Llamé a mi psi y le pregunté a qué lugar podría ir, contestó seca
—A donde se te cante el culo.
   Hace años que no viajo, Me agotó la historia del pasaporte, hacer la mochila, puse lo imprescindible, una malla, una tohalla, dos remeras largas y el vestido horrible, regalo de tía Nela. No encontré el cepillo de dientes, ni los medicamentos, ni el saco protector que era de mi viejo. Desde mi cama veía la mochila, chata, como vacía. Llegó el remisse y me caí de la escalera —¿Se lastimó señora?
   Le dije que no fue nada, tenía magullones en ambas piernas.
   Cuando abrí la puerta del auto, se me vino encima y perdí dos dientes —¿Se lastimó señora?
   Era imbancable el tipo, le contesté con la boca cerrada y los dientes en la mano. —No fue nada, usted hágase cargo del volante, que de mí me ocupo yo.
   Cuando bajé el viaje no me costó nada, el tipo se fue con mi mochila en su fucking remisse. Suerte que llevaba el pasaporte en la mano, me pidieron el pasaje, dije que no sabía dónde estaba. Un señor muy amable señaló que me asomaba del corpiño. Destino “El Cairo”. —¿Queda lejos de acá?
   La vieja me miró como si yo estuviera loca, le arranqué mis papeles                                 
—Vos estás loca, devolveme el pasaporte.
   Cuando salí del aeropuerto, el mismo remisse que me trajo dijo que le debía un viaje. Me dio tal odio que grité —¡Policía, policía, un policía por favor!
   El remisero pidió que no gritara más, porque él era policía y mostró el arma reglamentaria. Le pedí a una señora el celular y llamé a mi tía Nela. Vino en diez minutos. Bajó del auto y me abrazó. —Ya va a pasar, querida, ya va a pasar.
   La señora del celular dijo a mi tía que le parecía que yo no andaba bien de la cabeza. Tía Nela hizo fuck you y me empujó dentro del auto, cerró y tres de mis dedos quedaron afuera. Por suerte no se cortaron. Empezó el interrogatorio tiesco: ¿Dónde está tu mochila? —Me la afanaron.
¿Y el pasaporte? —Lo perdí de nervios.
¿Y el pasaje? —Lo rompí de bronca.
¿Te sentís bien? —Perfecta ¿Me llevás a casa?
   Por suerte había olvidado la llave puesta del lado de afuera. Entré y le cerré la puerta en la nariz a mi pobre tía Nela, me parece que se la rompí. Y bueno, cosa de ella.
   ¡Al fin solas, yo y yo! Voy a seguir el cuento que empecé ayer, justo se trata de una chica que decide viajar. Pobre mina, lo que le espera.
                                                          

jueves, 15 de diciembre de 2016

ALBA BULL


   Señaló un lugar, como hacía siempre, elegía con los ojos cerrados un destino interesante. Sus padres le regalaron un Bull-terrier, con una cadena pesada, tenía cuatro meses. Sus verdaderos dueños fueron de viaje a Nueva Zelanda y dejaron a Bull en casa de sus amigos.
   Alba no salía a ningún lado sin su perro. Los padres encantados porque el perrito, era una compañía y una defensa. Alba le compró una soga de colores fluorescentes, la cadena la tiró a la mierda. Bull le daba hocicazos en la cara para agradecer. Cuando retornaba a su casa, Alba escuchaba desde la esquina los gritos de sus padres. Ella estaba acostumbrada, era el idioma del enojo permanente, la música pesada de una familia dislocada. Regresó tarde, con Bull, que le prohibían entrar a la casa. Ella tenía su habitación como cola de barrilete, donde terminaba la casa. Lo hacía entrar por un ventanuco y dormían juntos.
   Los padres hacían caso omiso del comportamiento de su hija, les importaba más discutir. Había una plaza tan arbolada que rozaba la cabeza de Alba, les gustaba la plaza de noche, sentían que las hojas encerraban fantasmas y corrían entre ellos.
   Si alguien caminaba hacia su dueña, Bull se ponía al lado y gruñía bravo, pero era santo.
   La noche que fueron a las vías fuera de servicio, Alba tropezó con un durmiente y quedó inconsciente. Fue el perro, que tarascando parte de sus ropas, la llevó en la dirección correcta. Arrastró su cuerpo por piedras molidas, subió una escalera con ella a rastras. Luego encontró una calle de adoquines y más tarde, unos alambrados de púas, no tuvo otra que romper los vaqueros, para apartar los alambres. Alba se despertó poco a poco, tenía sangre en todo el cuerpo y la ropa hecha girones. Bull pasando la lengua limpiaba sus heridas. En la esquina escucharon gritos de los padres, en sus discusiones babilónicas. Ella decidió ir a una guardia, curaron sus heridas. Bull esperó afuera. Salió vendada y bien despierta. Abrazó a Bull.
    Al perro se le ocurrió una idea, caminó delante de ella. Alba lo siguió, Bull moviendo la cola, levantó el felpudo de una casa lujosa. Había una llave, Alba abrió y se metió Bull.
   Ella durmió en la cama de dos plazas y él sobre almohadones.
   Lograron una casa propia. Donde vivía Bull antes de conocerla. Sus primeros paseos fueron por el bosque que rodeaba la casa, sentían los fantasmas que rozaban sus cabezas.
   La gente de Nueva Zelanda no regresó nunca.   
                                                           

miércoles, 14 de diciembre de 2016

QUÉ BOLACEROS

                                                                 
   La familia que reía, así los conocían todos. Una duda me oprimía el alma, hasta que no pude más. —¿Mami, yo soy adoptada?
   Mi Madre me peinaba y quedó con el cepillo estática —Vos sos un angelito regalo de Dios y viniste del cielo. —¿Mami, entonces el parto no fue natural?
   A la mujer se le borró la sonrisa de siempre. 
—Sí, como todos los partos. Dios escuchó nuestras plegarias y te trajo del cielo.
   Es tan religiosa que delira, dice que Dios me regaló y encima me arrojó del cielo. Tengo el Certificado de Nacimiento, es cierto no soy adoptada. También sé que en los que certifican, cabe la posibilidad de algún soborno.
   Después hablé con Papi, que es más lanzado. 
—Yo soy adoptada y no lo niegues, sé que así es.
   Al Padre no se le borró la sonrisa —Es verdad, hija, sos adoptada y te queremos por hija, no por adopción.
   Yo preguntaba por la duda que me oprimía. Pero ahora que sé, no voy a buscar quiénes fueron los verdaderos.
   Estos padres, mis Padres, merecen el mejor regalo que una hija pueda ofrecer. Están tristongos y a veces se abrazan y lloran. Cuando los descubro, simulan estar recontentos y se ríen, se ríen de más, me abrazan tan fuerte que duele, por suerte tengo el alma descomprimida.
   Llegó la Nochebuena y luego del brindis final, que casi nunca es el final —Aquí tienen mi regalo, no se asombren, no lo llevo en las manos, está aquí. –Me abracé la panza-. Y son dos, una nena y un nene. Cuando termine de cocinarlos, se los dejo. Debo buscar al Padre. No creo que lo encuentre, no sé ni quién es. Pero seguiré buscando con la tranquilidad de que mis hijos quedan en sus manos. Uds serán los Abuelos adoptados.
   Sacaron la foto. La flía que reía, con las manos descansando en una panza que latía.
                                                                     

martes, 13 de diciembre de 2016

Y AL FINAL

  
     ABU: Las abuelas son las madres que uno no tuvo nunca, te hacen de comer cosas ricas, te llevan a la calesita, te convencen que los Reyes Magos existen y a los bebés los traen de París, cigüeñas más seguras que los aviones.
     Si fuera por mí la tendría todo el año. Los padres no están nunca y piensan que a los chicos no hay que mentirles, sabiendo que hay verdades que son mentiras y mentiras que a los niños los hacen felices de verdad. Hoy me preguntó si podía dejar de ser hija de sus padres y que yo fuera su madre. Tenía los ojos tristes, era el día que llegaban a buscarla.
      MA: Nosotros trabajamos tantas horas, que detener sus caprichos pos-abuela lleva tiempo y contención para no llegar al filicidio. Alisarle el pelo, luego de los tirabuzones caches que le hizo la abuela, llora porque dice que le tiro el pelo, no hago caso. Debo llegar a horario a mi trabajo. Termino la trenza, mientras toma su desayuno por la mitad, se escucha la bocina del micrito del colegio. No le di un beso, siempre me olvido. Cuando llego ella duerme, de nada serviría molestarla con un beso. Corro el riesgo que se despierte y me pida un cuento. Yo no estoy para eso, no doy más.
        Cuando llego a la cama duermo con una rapidez equivalente a mi cansancio. Vino mi marido, yo ni me enteré. Dejó una nota en su almohada, pregunta si alguna vez podremos vernos o ya no vale la pena.

                                                                

lunes, 12 de diciembre de 2016

PARIENTES REPENTINOS


   Si la vida comienza a los once años, Timo y Bobby se conocían de toda la vida. Sin mirarse sabían qué hacer, cómo y porqué. La historia se puso densa cuando Bobby distraía al carnicero, con el fútbol del fin de semana, le pidieron bifes de lomo. Timo empujó, sin querer, el dedo del carnicero. Vino la Policía y una Ambulancia, se juntó todo el barrio, ellos desaparecieron sin ser vistos. No le pudieron pegar el dedo, quedó de cuatro. Volvió a sus tareas, vendía carne vieja, dura y negra, a precios tan altos, que la gente compraba bofe, mientras quedaban hipnotizados con los chinchulines que colgaban de un alambre.
   Los padres de Timo y Bobby murieron en el incendio de la Tabacalera. Allí se conocieron, se hermanaron y vivieron en la casa de los padres de Timo. Al tiempo fueron convocados por un Juez de Menores. Les informaron que serían adoptados, por una persona de bien: el carnicero.
   Se hizo presente de inmediato —¿Vos no pensás que sabe quiénes somos?-Dijo Bobby-.
   El carnicero los miró con detenimiento paternal. Los llevó a su casa, buen jardín, buena pileta y un dormitorio. Había tanto silencio que se les pegaron los ojos. En mitad de la noche, el carnicero les llevó un vaso con agua para dormir mejor, los arropó y se fue.
   Escucharon ruidos en la cocina, a cubiertos, monólogos murmurados. Les daba miedo, igual durmieron profundo.
   Cuando dio la luz en la cama de Bobby, gritó como perro, tenía la mano vendada y bajo la almohada, medio dedo envuelto en gasas. Entró el carnicero con una sonrisa de poco diente —Vuestro futuro padre, que soy yo y seguiré siendo yo, practico la religión del ojo por ojo, diente por diente y dedo por dedo. 
                                                            

domingo, 11 de diciembre de 2016

DILUÍDO


   Soy la persona menos importante que conozco. Para los otros carezco de importancia, no debería asombrarme, hasta para mi madre carecía de importancia. Mi padre era viajante de comercio, venía una vez por mes.
   Cuando llegaba me levantaba, besaba mi vestido en vez de mi mejilla. Aparecía mi madre, me largaba al piso y corría a darle un abrazo. Fueron las improntas que me hicieron, desde el Jardín de Infantes, rodar por escaleras, si alguien se percataba, miraba sin ver, no tenía importancia. Cuando mis padres me dejaron deudas como herencia, las pagué con mi aspecto desamparado.
   Producía corrientes polares repentinas, en ámbitos cerrados, en ocasiones las sillas se desarmaban solas y los demandantes caían hacia atrás y desmayaban, hasta un abogado se descaderó. Pensaron que era dueña de una vibreta tanática. Dispensaron mis deudas, que ni siquiera eran mías y me regalaron seis medialunas y un café con tapa. Mi casa estaba embargada, dormía en la casilla del perro hecha un rollo, jamás pasé frío. Cuando llegó la primavera pesaba treinta kilos, me alimenté con los restos que dejaba el perro. Salí a buscar trabajo con mi vestido gris de cuello de piel gris, mi color de piel color asfalto, encontré unas botas sin suela en un contenedor. Me miré en una vidriera, casi ni me encuentro, parecía una hoja seca que el viento trasladaba.
   Tenía frío en las manos. Buscaba aglomeraciones para esconder mis manos en bolsillos ajenos. Encontraba calor por unos segundos, cuando el bolsillo se iba me quedaban pegadas billeteras, monedas, un calzón, en un bolsillo masculino, me vino bien, tenía puesto uno todo roto, en cambio éste era de puntillas rojas.
   Dos pasajes a Praga salieron de un bolsillo de piel, medio sánguche de milanesa y lo comí en el cordón. Los transeúntes me pasaban por al lado saltando como si yo fuera un desperfecto en las baldosas. Mi falta de importancia me hizo dormir en hoteles de habitaciones VIP. Comía en los mejores restaurantes, nadie me veía, carecía de existencia. La tristeza quedó atrás, ahora podía tomar del mundo lo que quisiera. Estoy en el avión que se dirige a Praga. Carezco tanto de importancia que nadie me pidió pasaporte.
   En un Café, donde solía concurrir Kafka, toma asiento un hombre alto y flaco. Me dice que se llama Franz, tiene voz de seda y quiere acompañarme a ver los lugares donde escribió su tatarabuelo.
   Voy mirando nuestro reflejo en los cristales, somos iguales, él es un hombre que pasa desapercibido y carece de importancia.    
                                                                          

sábado, 10 de diciembre de 2016

SESGO INGLÉS


   Se detuvo ante el Castillo para pedir un vaso de agua. Un viejo con cara de Papá Noel con gripe abrió un portón —¿Qué prefiere? ¿Agua de la canilla, filtrada, bidón disfrazado de mineral, soda, agua de bomba o de lluvia colectada en palangana?
   Narciso quedó anótico —No doy más de sed, quiero tan sólo un vaso de agua. Las opciones corren por su cuenta, Sr.
   El viejo achicó sus ojos con desafío felino —A cambio de ser jardinero de este solar, es el precio.
   Justo, era el oficio de Narciso, ni lo pensó —En el siguiente paso al vaso de agua, acepto su oferta.
   De inmediato el viejo abrió la manguera —Qué sus manos sean el vaso, acá no hay ni vasos, ni copas, ni platos, sintetizo, vivo en una pieza del Castillo. Pasaron cosas… bueno, la chusma del pueblo le contará ¿Su nombre?
   —Narciso, Sr
   Le ordenó cortar el césped, señaló el galpón, 
—Allá están las herramientas.
   El viejo iba a realizar su caminata diaria de 8 km, decía que a los setenta es necesario 7 km. A los ochenta 8 km, a los noventa 9, y a los cien, 10. No se llega, antes uno se va de la tierra.
   Cuando Narciso terminó de cortar, con una tijera oxidada, llegó el viejo. —Oh!, qué bonito le ha quedado y al sesgo, estilo inglés. Puede dormir en el galpón, si quiere. Mañana le daré otras tareas.
   Narciso pensó que era un viejo avaro, el Castillo tenía veinticinco alcobas y a él lo hacía dormir en el galpón? Al amanecer el viejo abrió las persianas y se asomó con gorro de dormir. —Venga a desayunar conmigo, Narciso.
   Él contestó que “No, gracias”, debía hacer algunas cosas en pueblo.
   —Bueno, bueno –Dijo el viejo- Te contarán mi historia, de a pedazos. Vos serás el encargado de armar el rompecabezas.
   Cerró las persianas con violencia, dejando su gorro de dormir entre ambas.
   La chusma lo miraba con respeto, raro, en general era con desprecio o como si fuese aire. Cada conversación que sostuvo, con tres lavanderas, el tipo que vendía tabaco y los del almacén de ramos generales, deslizaron algún tramo de la historia. La esposa del viejo se enamoró del jardinero, le relató a su esposo lo que le estaba sucediendo.
  El esposo destrozó todas las arañas de cristal del castillo, rompió la vajilla de tres generaciones, arrancó los cortinados y se tiró a llorar como un niño, ella se acercó, el esposo la empujó, le gritó que era una perversa —¿No te das cuenta que yo también estoy enamorado del jardinero?
                                                      

viernes, 9 de diciembre de 2016

AYUDAS


   —¿Cómo vas a robar de mi billetera, de la del Tío Juan y del Chancho?
   —Anoche apareció un Hada, Mami, ella me dijo que hiciera eso. Para que te quedes tranquila, el hada tenía un Manto de Virgen, un Rosario en el cuello y un aura de estrellas doradas.
   Tío Juan tenía ochenta años y andaba por la niñez de nuevo. —A mí nunca se me apareció un Hada. Pero me hubiera gustado hacer eso, mis padres tenían tanto dinero que olvidaban sus billeteras en cualquier lado, me acercaba para sentir el olor, pero nunca toqué un peso.
   Fue escuchado con respeto tentado.
   —Supongamos que la sustracción al Tío Juan, no fuese robo, nunca tiene un centavo, ni le importa, es más, pienso que el Tío Juan se hizo la cabeza con lo que debía tener el Hada bajo los tules.
   —Mami, te juro por el Hada que era castrólica, como vos.
   Es un sueño que tuvo. —Las Hadas no existen, lo dice La Biblia, en la página que no existe. El Chancho es tuyo, si sos capaz de robarte a vos mismo ¡Cómo serás con los demás!
   —Tenés razón Mami, a lo mejor era un Issis disfrazado con tules y andaba necesitando plata.
   —Bueno basta de delirar. ¡El dinero de mi billetera era para comer hasta fin de mes! ¿Qué hacemos ahora éh?
   —No te preocupes Mami, esta noche, cuando aparezca me va a decir que robe otras billeteras. Le voy a pedir que me acompañe, con tal de lucir su Manto, el Rosario y el Aura de estrellas doradas, es capaz de cualquiera.
   Tío Juan preguntó —¿Puedo ir yo también? Quiero que me consiga un Hada.
   —¿Necesitás un Hada propia, Tío Juan? ¿Para qué querés una?
   Tío Juan respondió con veinte años menos 
—Cosa mía.
                                                                     

jueves, 8 de diciembre de 2016

GLU...GLU...GLU...


   Hoy hubo manifestaciones en toda la República Miseria.
   Carteles, bombos y bombas de estruendo. Los policías que rodeaban Ministerios, Bancos, Escuelas y Prostíbulos para proteger los edificios, dejaron sus puestos y se unieron a marchas y protestas. Los sueldos de nadie alcanzaban para nada. Las Vísperas Navideñas no trajeron bonhomía, era tanto el odio de no poder comprar regalos ni para los niños, que hasta los niños se unieron en un sólo grito —¡Por culpa de las autoridades, Papá Noel no pasará por aquí!
   Los responsables enriquecidos con bolsillo ajeno, se escondieron en sus quintas escondidas. Tomaban Champán Pomeraña y brindaban por cualquier grosería escatoilógica. Las flías salían a la calle en piyama, camisón y chancletas. No podían dejar pasar un minuto más, columnas y columnas de personas se plegaron a las protestas.
   Viendo que no eran escuchados se optó naturalmente, buscar caminos alternativos. Mientras los Irresponsables seguían entre el salmón ahumado y las risotadas se produjo un silencio inexplicable. Los Kakos durmieron roncando. Sonidos sin sonidos rodearon los predios diabólicos y cerraron círculos de cientos, rodeados de círculos de miles, que más tarde fueron millones. Los ladrones dormidos, se hundieron en la tierra, cientos de miles de millones pisotearon sus cuerpos, confundidos en granitos de humus. Fertilizaron campos y ciudades. La muerte de los Latrocidas contaminó los ríos, los suelos y el aire.
   La República Miseria, no figuró más en ningún mapa. Desapareció. Los Colegios extranjeros estaban chochos, un lugar menos para estudiar. Repúblicas e Islas del mundo entero, con los ahorros robados por los Pérfidos Argentos, enriquecieron su P.B.I. , F.G.H.I.J.L.M.N.
    —Chicos, chicos, no me lloren, el cuento era para que sueñen con los Angelitos. 
                                                                  

miércoles, 7 de diciembre de 2016

KE KAGADA


   Me propongo salir de casa en estado de gracia, no indignarme cuando en el Banco sufro una cola de una cuadra, para cobrar la miseria. Soporto estoicamente conversaciones vacuas. Dura poco, hago kilombo por cosas que no ameritan tanta pasión. A mi edad el mundo me interesa y lo disfruto todavía. Tropecé con un escalón inapropiado para cualquier transeúnte, caí frente al negocio donde acostumbro hacer alguna compra. Los anteojos rodaron a la calle y una moto les pasó por encima. Me costó incorporarme, la rodilla sangraba y sufrí la humillación de mi pollera, que dejó mi trasero al aire. De los veinte pares de ojos mirando el episodio, nadie me ayudó. Entré al negocio diciendo —La puta madre, cómo me duele! Te saco un rollo de papel porque esto no se detiene así nomás.
   Me lo alcanzó con desgano mientras atendía  a una señoritinga con tetas a la bandeja. Yo seguía puteando contra todo. Cuando logré cierto equilibrio, la señoritinga me miró, una símil a la primera, también. Habló la primera —¿Le pasó algo señora?...Digo, porque sus palabras no son apropiadas para que escuchen mis dos criaturas.   Miré los engendros blanco departamento con uniforme del colegio privado “San Gimnasio” —¿Me vas a decir que en tu casa nunca puteaste a tu marido?¿Cómo podés ser tan hipócrita, irrespetuosa y chusma? Se nota que sos de Tandilandia, todos uds son de molde. Bah, ni sé porqué me gasto si tenés cara de no entender nada.
   En la caja me arrepentí —No quise ofenderte, me salió…una pena, mil disculpas. –Y apoyé mi mano en su camisa blanca refulgente, dejé la huella de mi mano ensangrentada-. Dijo —La puta madre, mi camisa nueva y esta sangre no sale con nada ¡Carajo!
   Me retiré con mis dos compritas pensando que el mundo era un kilombo irreparable.
   En la esquina estaba la moto que reventó mis anteojos, los tenía incrustados en la rueda delantera. Las llaves estaban puestas, la puse en marcha y subí. A cinco cuadras se encontraba la calle con más declive pronunciado de Tandilandia, allí la dejé, se perdió en el horizonte del atardecer, sin conductor.
                                                         

martes, 6 de diciembre de 2016

CUÁNTICA


   Se me fueron las ideas, salí desesperada a preguntar a las personas, si no vieron alguna idea mía, todos respondían igual —Ni idea.
   Me senté frente al escritorio, que ni hojas tenía, sólo había una letra “A”, en el piso y una “X”, colgando de una birome vacía. Había llovido tanto, que las goteras se abrían. Me despertó el agua, duermo con un brazo colgando.
   El escritorio mojado hizo desaparecer el cuento que debo entregar hoy, pisé el papel, eran todos borrones. Llamada por el celu, mi Mamá, le conté. —Siempre dije que eras una hija extraviada, dabas trabajo, leías con la boca abierta y te caía la baba, eran libros para adultos, cerré la biblioteca. Seguiste en el escritorio de tu padre, con los libros de tu abuelo, en algunos pedazos, comidos por las ratas, para que te enteres. Tu querido Papi, no quería que fueras a la Escuela, consideraba notables tus deseos de saber y nocivo el aprendizaje sistemático. Te deformó la columna, pasando de un libro a otro y las interminables charlas cuando yo moría de sueño…La oveja negra, la peor de todas, la familia opina igual, así que si se te fueron las ideas…
—Pará Mamá, te dejo, vinieron las ideas.
   —¿Supongo que no serán sobre mí?
   —¿Cómo se te ocurre? Chaucito.
   Lo tengo! Lo tengo, sí, es sobre vos, la puta que te parió.
   Cómo me jodiste la vida y la de Papi, igual gracias, para ahora tengo cuento e ideas.

                                                                     

lunes, 5 de diciembre de 2016

CERCA DEL FIN


   Una mesa de cuatro amigas.
   Cuatro celulares y llaman los cuatro, llega la amiga número cinco, ella dejó su celular entre almohadas. Dice —¡Hola! Por fin hablaremos sin interferencias.
   Se sienta a la mesa, se corren las sillas y las cuatro amigas hablan con personas o algo parecido a eso. La quinta se enoja —¿No era que nos íbamos a contar cosas? ¡Apaguen los celulares!
   No sé qué les pasa, si les pasa, no lo puedo impedir con argumentos que no escuchan. Si me voy sería un alivio para todas. Voy por el tercer café y no cortan. No existo para mis cuatro mejores amigas. Parto sin saludar, ninguna me ve. Yo quería contarles del novio que no está más, del laburo perdido y qué suerte que están mis padres, después de todo.
   Ni ganas de prender las luces, me manejo bien en lo negro. Entro a la pieza, me acuesto con mi camisón andrajo. Meto la mano bajo la almohada y toco el celular, llamo a una de mis cuatro amigas. Ahora me escucha —Te quería decir que hoy…
   Dice que la perdone, pero necesita leer un mensajito que le llegó ahora.
   Voy hasta el balcón, la luna blanca, gorda y sola. Igual a mí. Ella no tiene celular. Está “bendita”. Por allá, no hay señal.
                                                                           

domingo, 4 de diciembre de 2016

CREER O PAGAR


   Dulcinea Del Todobolso andaba perdida con una ristra de bolsos, en medio del desierto. Llevaba tres árabes custodios. Descansaron en un oasis palmeroso. Ella dormía sola.
   Temía a sus propios custodios, aquellas miradas de codicia, que obedecían sus órdenes. Así fue cómo daban vueltas en redondo. Dulcinea tenía predilección por el árabe color berenjena, el que señalaba los puntos cardinales y sugería caminos inciertos.
   Los otros dos llevaban los bolsos, que aumentaban de peso bajo el sol que atravesaba la cabeza de todos. Divisaron en el horizonte siete camellos montados por árabes. Pensaron en un espejismo, hasta que el sol iluminó dientes de oro que los enceguecieron, era la famosa sonrisa arábiga, signo de bienvenida. Ofrecieron tres camellos para la carga y uno para Madame, que caminando era una carga. Se saludaron entre ellos como viejos conocidos. Dulcinea Del Todobolso inclinaba la cabeza ante cada uno. Al cabo de 2 km se encontraron con un palacio estilo Taj  Mahal, rodeado de un muro de setenta metros de altura. Se abrieron las puertas y pasó ella primero. Cerraron y los árabes, sus camellos y los bolsos, quedaron fuera. Trotaron por un camino oculto y desaparecieron tras un médano tan largo como la Muralla China. Ella se alegró, no toleraba más el olor a sudor, a pis y caca, que provenía de sus custodios.
   La bañaron en leche de cabra, le cambiaron la ropa, por una capa de Reina. Cuando Dulcinea Del Todobolso bajó las escalinatas de mármol transparente, los Ministros, Gobernadores, Intendentes, Prelados y Pelados, reclamaron los bolsos, dijo —Soy tan distraída, siempre estoy en otra cosa, los olvidé en los camellos, pero está todo bien, fueron mis acompañantes de esta peregrinación. Se merecían una buena propina.
   Nadie pudo emitir sonido, a excepción de un Gremialista —Con todo respeto, Señora Dulcinea Del Todobolso, ud. es más estúpida de lo que imaginamos.
   Ella se arregló las pestañas implantadas —Es cierto, estoy cada día más estúpida, por eso la gente requiere mi presencia. 
                                                                  

sábado, 3 de diciembre de 2016

OBRIGADO...OBRIGADO


   Asisto a una tallerista de lectoescritura, es como una Facultad ambulante. Sabe hablar idiomas, como el Sánscrito, Esperanto, Latín, Griego, Inglés, Francés, Italiano, Búlgaro y Rusogermánico. Tiene nociones de Castellano. Da talleres en Islas Malvinas, la Base Marambio, Brasil, EEUU, Polo Norte, Japón, China y Singapur. Apenas le alcanza el tiempo, por eso no duerme nunca, leyó la Biblioteca de Alejandría de memoria, la Biblioteca Nacional, allí aprendió las Obras Completas de Borges, Joyce, William Faulkner. Este último es uno de sus preferidos. Antologista y Compiladora de los cuentos que traen sus alumnos, suelen ser malísimos, para ella no constituímos un fracaso docente, muy por el contrario, somos una promesa. Si no fuera por sus clases no seríamos ni eso. Ahora nos abandona por unos alemanes turbios que proyectan un ghetto aggiornado. Tendrá una entrevista privada con Adolf en un bunker. El viejo Nazi está vivo, tiene ciento cuarenta años y sus facultades mentales lúcidas. Nos mandará la grabación de la charla. La vamos a extrañar, todos tememos que el año entrante nos haga leer “Mi lucha”, para tener una mirada diferente de seis millones. De allí tomará un vuelo a Suiza, invitada por los padres de Polín.
   De todos modos está cansada de usar su memoria para retener nuestros nombres. Nos escribirá números en los brazos con tinta indeleble.
   Espero que en marzo aparezca con un novio Jeque Árabe y nos proponga un taller en Emiratos Árabes, con gastos incluídos. Deberemos abandonar nuestras familias, no vamos a extrañar nada, está lleno de Jeques dispuestos a calmar las angustias de la distancia. 
                                                       

viernes, 2 de diciembre de 2016

LA MIRADA DE JULIÁN


   Estando de novia con Alberto, su mejor amigo, Julián, que nunca me miró a los ojos, iba al Cine con nosotros. En la oscuridad sentía la mirada de Julián, no miraba la película. Yo lo espiaba, me di cuenta que Julián estaba perdido por mí.
   Mantuvo un silencio respetuoso hacia Alberto, cuando éste anunció nuestro casamiento.
   Cuando Alberto pasó a mejor vida, Julián comenzó a mirarme a los ojos. Parecía que iba a decir “Te quiero”, pero esas dos palabras no existían para él. Un día me invitó a su estudio. Había olor a trementina, a mate y otras yerbas.
   Una chaise longue de ciertopelo y cortinados de diferentes texturas y gramados, su taller era una emulación del S XVII, —¿Un día me permitirías pintarte recostada en aquel futón malva? Si tenés ganas y tiempo…claro.
   Julián era un maestro, tuve pudor cuando me eligió como modelo. Ignoraba que la postura estática del cuerpo te dormía el esqueleto, los músculos y los tendones. La recuperación era lenta, Julián sugirió que me recostara en la chaise longue bien relajada y olvidara el mundo. Le obedecí, era mandato de un Maestro. —¡Ojos abiertos!
   Yo dejaba acontecer y dejé mis párpados entornados —Esa!! Esa!! Vení, mirá ¿Qué tul?
   Había captado la belleza que carezco, pero así lo imaginó Julián. Mientras limpiaba los pinceles, antes del “nos vemos”, dijo —Mañana te quiero desnuda, en el mismo sitio que hoy.
   Pensé, ¿Habrá encarnado Goya en Julián y yo en la Duquesa de Alba? ¿En sus dos versiones, vestida y desnuda?
   Llegué temprano, tenía frío. Él había colocado tres bolsas eléctricas en la Chaise longue, me pareció todo un detalle. Temblores nerviosos vinieron mientras quitaba mi ropa. Él me calculaba con el pincel, como si fuese yo un jarrón. Para ayudarle le dije, mido 1,70, peso 56 ks… cuando iba a contarle otros detalles, me cortó. —Lo que yo mido no se expresa en números, te necesito relajada, dale unas pitadas a este cigarrito y sentirás que permanecer sin ropa es como levitar.
   Así fue, levité siete horas consecutivas, al cabo me llevó hasta la pintura terminada, me inspiró ternura que viera mis tetas tan grandes, siendo que no tengo, las caderas armoniosas y las piernas de Marlene Dietrich. Prendió uno de esos cigarritos, fumó él y después me lo pasó a mí. Se arrancó la camisa, los pantalones y el calzoncillo.
   No me pareció mal, si yo estaba en bolas, él tuvo la gentileza de ponerse igual. El humo nos inundó.
   Lo que vino después, es cosa de Goya y sus majas.
                                                                  

jueves, 1 de diciembre de 2016

LA QUEJA


   Tenía un blog de cuentos, de día escribía, de tarde corregía y  a las 0.30 subía uno, todos los días.
   Noté que las estadísticas no correspondían a mis expectativas, hice la queja correspondiente y pude conectarme con la cabeza del dueño internetiano, Señor Meridiano Gogel (Se pronuncia Gol, creo). No esperé respuesta, conseguí su foto y empecé a seguirlo. Pelado, fofo y con un semicírculo de custodios. Entraron al Cine, para ver Dibujos Animados. Caminé entre las butacas y me senté de “Prepo-simpático”, al lado del Señor Meridiano Gogel. Los custodios se reían con sonidos cerdónicos. Hice igual, exagerando llevaba la mitad de mi cuerpo hacia adelante y con la mano derecha golpeaba con mi anillo punk, de hierro, la rodilla de Meridiano, que se retorcía de dolor, los  custodios pensaban que estaba doblado de risa. Mientras ellos comían pochoclo, saqué mi alicate y le corté la carótida. Dije permiso y me fui, 0.30 subí el de hoy. Las Estaradísticas superaron mis deseos, sentí una felicidad momentánea. Apareció en la pantalla “Mi querida usuaria, resolveré de inmediato sus inconvenientes. Lo haré yo mismo en persona”. El abajo firmante era el Señor Meridiano Gogel. Me estremeció la noticia, llamé a todos mis contactos y relaté el episodio de la muerte, con lujo de detalles, se me escapó. Mi alicate es poderoso, mata traidores mafiosos.
   Recibí doscientas mil visitas, felicitando mi asesinato.
                                                                     

miércoles, 30 de noviembre de 2016

¿Y?


   Era una secretaria óptima, cansada de un jefe despótico y exigente. La humillaba en público con una lista para que fuera al supermercado. Cuando volvía le tiraba las bolsas en el escritorio. Coordinaba tantas cosas dentro del biulding, que los jefes rogaban para tenerla de secretaria. Pero ella tenía una cuestión de honor con la ética, no pensaba en renunciar. Un día de calor cambió su taier de secretaria y se puso una chemise de seda. El jefe la miró, cerró la puerta del despacho y se tiró encima de ella. Le arrancó el vestido y la violó.  Logró escabullirse y se metió en el despacho del Director General. Le contó lo sucedido, eso no tenía reparación. El Dir. Gral. la nombró socia. Las compañeras le prestaron ropa. Se fue sola a esperar el subte. En un extremo estaba él, la miraba sin ver. Ella se puso detrás. Con una sola mano en la espalda, le hizo perder pie. Del resto se ocupó el subte.
   Por la mañana el Dir. Gral. la esperaba en su despacho. Hablaron un rato, le convidó un whisky, aceptó por no despreciar. Le tomó las manos (las de él estaban pegajosas) y le pasó la lengua por el cuello. Empezó a gritar y a tocar las alarmas. El infeliz la dejó.
   Ella se fue pensando cuántas personas había que matar para vivir en Buenos Aires.
                                                                

martes, 29 de noviembre de 2016

MANCHAS


    Después de doce horas de trabajo estoy tan cansada que duermo, hasta que un bache profundo me despierta, me había saltado cuatro paradas. Bajé y caminé, no quería  comprar un pasaje más. Un tipo bajó conmigo. Llevaba un sombrero  de ala exagerada, me impidió ver su cara. Caminaba detrás de mí, si yo me apuraba el tipo también, si andaba despacio él hacía igual. A veces dejaba de escuchar sus pasos, me dio miedo que no me siguiera más, lo esperé hasta ver que corría. Se ubicaba en mi línea mirando hacia otro lado. Dijo que le diera la mano para cruzar. Yo tenía los ojos color mar abierto, de él. Lo quería mirar con luz y casi desmayo era como lo imaginaba, igual a ellos. Sentí que en todo momento me había estado mirando las espaldas. Pidió que le mostrara mis omóplatos, tenía una solera. Dijo que llevaba la misma mancha que su abuela, con forma de estrella. Esa noche conocí a mi abuela. Me mostró fotos de mis padres.
    Les dije que necesitaba estar sola en el cuarto de mi madre. Acaricié los libros, el escritorio, sus ropas. Me abracé a un blazer azul. Mi abuelo entró a saludar y vio la estrella, brillaba.
    Me levanté con bronca, esos sueños que parecen tan ciertos cuando una es huérfana.
                                                                
                                                            

lunes, 28 de noviembre de 2016

LAS CHICAS


   —Desde que le robaron esos que dijeron ser sus parientes, Mimí cambió mucho, yo la veo más adulta, más responsable, igual molesta verla con esa bufandita verano e invierno, para cuidar su bronquitis. Me parece que anda mal de la cabeza. Pedro pasó a ver cómo estaba. Primero preguntó quién era  “Soy tu vecino Pedro”. Mimí dijo “Aquí no hay nadie, además, nadie no conoce ningún Pedro”.
   Él se fue preocupado “¿Estará en sus cabales?”
   Yo le contesté que tal vez el trauma del robo la hacía obrar así por protección. Su única sobrina Martina llamó por teléfono, antes de ir. “Hola Tía Mimí, ¿Puedo visitarte?” ¿Sabés qué le contestó? “Equivocado. ¿Porqué molesta si no tengo sobrinos?”
    Yo misma me hice presente en su timbre, como no atendía le grité “Soy Beatriz, te invito a tomar un café”. Se escuchó “Aquí no vive nadie. La única Beatriz que conozco no la puedo ni ver. Además no estoy, ya me busqué”.
   ¡Así! Vive sola…la verdá, no sé qué hacer…
   Justo aquí viene, anda de incógnito, tiene una capa negra y un sombrero de ala ancha, no la reconocí, parece un obispo en duelo. “Hola Beatriz, tanto tiempo”.
   Me dio un beso y se pidió una cerveza negra. Yo tomé mi clásico cafecito. Cuando terminó la cerveza dijo que se tenía que ir, había hecho unas comidas exquisitas, iba su sobrina con el marido y los nenes y Pedro con la novia y su hermana “Disculpá Beatriz que no te invite, pero no hay lugar para nadie más”.
   Vi su espalda recta, la capa que enroscó a modo de El Zorro, el sombrero encasquetado hasta el mentón y plataformas de cuarenta centímetros. Con noventa y cinco años, hacía lo que quería, maldades inclusive.
                                                     

domingo, 27 de noviembre de 2016

DERECHOS Y HUMANOS


   Tomé una combi para cruzar el puente, había un operativo, se llevaron a una pareja de un auto. Cuando los iluminaron pidieron documentos. Pasaron todos, menos Miguel Parra, chileno cantautor. Los milicos pensaron Parra: comunista, o algún ista. La portación de apellido pasó a algún centro de detención. Sus compañeros fueron dos curas y un abogado. Uno de los curas era especialista en Teología y el otro ayudaba en una villa. El abogado ganaba cuanto juicio laboral cayera en sus manos. Los curas y el abogado no fueron torturados. A Miguel, lo tomaron de punto. Cuando llegaba la noche, lo arrojaban encima de los otros. Los tres compañeros arrancaban pedazos de sus ropas y le hacían los auxilios que podían. Lo dejaban dormir y Miguel escuchaba sus conversaciones, todo giraba alrededor de Dios. Un día se apoyó en un codo y con dificultad le dijo al teólogo que él hacía otra lectura de Dios. Se convirtieron en antagonistas criteriosos. El fin de semana quedaba sin guardas, lo aprendieron de escuchar. Miguel pedía a gritos que lo sacaran de allí. Un sábado, decidieron los amigos abrir las rejas, con las manos. Pudieron por lo elemental de la construcción. Salió Miguel y los otros también. Era todo campo, corrieron kilómetros, tomaron diferentes caminos.
      A los veinte años del episodio, el conjunto chileno, dirigido por Miguel Parra, daba un concierto. La gente aplaudió tanto, porque lo bueno se agradecía así. El abogado quiso saludarlo y dio su nombre. La puerta se cerró. Se escuchó la voz de Miguel negando conocer a esa persona. —…tal vez en una década que borré de mi vida. Decile que no sé quién es ni me interesa.  
                                                           

sábado, 26 de noviembre de 2016

POR OBRA Y GRACIA


   En los sesenta las cosas se hacían prolijas, noviazgo célibe, casorio civil e iglesia. Cuando a Olga la panza se le transformó en sandía, todos descubrieron que estaba embarazada. Iba a colegio de monjas y su novio a uno de curas. Garantías de obediencia de vida.
   Olga juró y perjuró ante sus padres y Dios, que su novio Arturo y ella, jamás tuvieron relaciones.
   —Una vez, estando yo sentada en su falda, sentí la pollera mojada, pienso que el líquido provino de Arturo.
   La llevaron a un Sanatorio, donde los médicos coincidieron en el diagnóstico “Embarazo por aspersión”. Olga parió en el altar, la desinfectaron con agua bendita y la hicieron tomar vino de misa para el dolor.
   Los invitados giraban la cabeza para no mirar. La madre de Olga dijo —No soporto los gritos desgarradores de mi hijita, me voy a fumar un pucho afuera.
   El cura se sintió desmayar y se metió en un confesionario, se tapaba la cara con la sotana. Arturo se convirtió en partero. Sostuvo de los pies al bebé en una mano y con la otra le dio tres palmaditas en la espalda, el engendro soltó un grito cuando vio dónde había caído. Los bebés perciben todo.
   Olga lo recibió en su pecho. La dejaron descansar en el altar, que hizo las veces de camilla de parición.
   Al monaguillo, con ojos de plato, Arturo le arrancó una soga dorada y ató el cordón umbilical equidistante. Cortó al medio con la navaja, que siempre llevaba en el bolsillo interno, por los robos y esas cosas. Cuando el bebé cumplió nueve meses, Olga y Arturo miraban televisión, ella sentada en la falda de él, de pronto se sintió mojada. Arturo corrió a la farmacia y pidió cuatro cajas de Test de Embarazo.
   Efectivamente, estaba de tres meses. Hablaron con los médicos, ellos jamás habían tenido relaciones sexuales, ni siquiera post boda. Era otro embarazo por aspersión. A los galenos les brillaron los ojos, trabajaron de inmediato en este fenómeno revolucionario. Los beneficios eran múltiples. No era necesario un coito para tener un niño, cerraron todos los consultorios de inseminación artificial y los bancos de esperma. Las familias sin hijos miraban el atardecer, ellas sobre las faldas de ellos, esperando la aspersión. 
                                                        

jueves, 24 de noviembre de 2016

EL CUMPLEAÑOS

  
   Danny eligió el mejor lugar para depositar su pequeña y panzona humanidad. No recordaba quién era el dueño del cumpleaños. Tenía una copa en la mano que llenaba con una botella y vaciaba en su boca. Soy tímida, me dio timidez sentarme a su lado, le pregunté tímidamente —¿Puedo, si es posible, si no te molesta, si no esperás a nadie, sentarme aquí?
   Me alcanzó tres vasos consecutivos de vino, yo decía que sí, para no ofender. —Hace una semana se murió mi vieja.
   Me lo dijo al oído y luego de una pausa —¿Me harías el regalo de venir a mi casa?
   Yo lo veía doble, me pareció doblemente inteligente y huérfano de todo, le contesté que sí. Nos fuimos caminando, él no hablaba y yo tampoco. Subimos a un ascensor tranquero y llegamos al último piso. Pasó él, pasé yo. Danny se sentó en un sofá que tenía el espectro de su cuerpo.
   —En la pieza de al lado dormía mi madre, tenía el ropero aquí, allá no entraba.
   Se produjo, ahora sí, un silencio que ocupó paseando su mirada del espejo del ropero, a mí que estaba de pie. —¿Podés ponerte este vestido, este saco y estos zapatos? Es lo último que te pido.
   Por borracha me puse un vestido de muselina negra con olor a humedad, un saco de piel gastada, con olor a osamenta y me calcé unos zapatos, tres números más chicos que los míos. Me llamó, me miró a mí y luego al espejo. —Mami querida, estás tan linda, dame una mano y te doy una vuelta para verte mejor.
   Entré en pánico, arranqué la ropa de mi cuerpo, rescaté mi vestido y salí corriendo. Ni con el viento se me iban aquellos cheiros tanáticos. Me bañé con Espadol.
   Al día siguiente lo vi en el café. Él siguió de largo, sin saludar.
                                                                    

miércoles, 23 de noviembre de 2016

SER DIGNO DE NO


   —Vos no sos peronista. -Dije un no rotundo-.
   ÉL acercó sus cejas a las mías —Entonces sos gorila.
   Le pregunté cómo sabía. —El otro día vi a tu viejo cambiando la rueda del auto, agachado, le salían tantos pelos del culo que parecía una peluca. Un gorila de la primera hora.
   Le mandé unas cuantas —Mirá, si vamos a vivir juntos, lo mejor es ignorar diferencias políticas y reparar en qué clase de personas somos.
   Mi viejo pagaba el alquiler del depto., Él debía darme la mitad. Nunca lo hizo, juró que con su trabajo se pondría al día. Nos recibimos a los dos meses. Ahora, para ser médico, sólo eran necesarios dos meses. Debíamos aprender el siguiente texto “Si usted hace vida sedentaria, camine. Trate de no fumar, al menos en sus caminatas”.
   A los profesores les llevaba energía y fracasos. Los alumnos hablaban con faltas de ortografía, el significado de sedentario los remitía a la seda y al otario. Interpretaban que caminar fumando daba vida.
   Yo y mi amigo, o mi amigo y yo, nos recibimos en tiempo y forma. Fuimos felicitados por la mesa de negociación. Ahora trabajamos en el mismo Restorán, lavar platos y romper copas. No percibimos un céntimo, porque el restorán quedó sin ninguna copa. Adujimos que éramos médicos diplomados. —¿Y a mí qué carajo me importa?-Dijo el Kapo-.
   —Hay arquitectos, abogados, ingenieros en todo, trabajando en lo que sea, para eso estudiaron.
   Mi amigo dijo —¿Ves? Nos echaron por peronistas.
   Y pensé unos segundos —No. Te equivocaste mal, nos echaron por romper las copas. Aah! Casi me olvido, pagále a mi viejo lo que me debés, sino me va a empezar a romper las bolas.
   El amigo, con gesto de inteligencia deportada y voz de mercenario, aseguró —Para que la prosperidad y la paz, esté con nosotros, primero hay que romper las copas, bolas, autos, casas. Bueno, ahí termina y te digo más, no creo que empiece.