domingo, 27 de noviembre de 2016

DERECHOS Y HUMANOS


   Tomé una combi para cruzar el puente, había un operativo, se llevaron a una pareja de un auto. Cuando los iluminaron pidieron documentos. Pasaron todos, menos Miguel Parra, chileno cantautor. Los milicos pensaron Parra: comunista, o algún ista. La portación de apellido pasó a algún centro de detención. Sus compañeros fueron dos curas y un abogado. Uno de los curas era especialista en Teología y el otro ayudaba en una villa. El abogado ganaba cuanto juicio laboral cayera en sus manos. Los curas y el abogado no fueron torturados. A Miguel, lo tomaron de punto. Cuando llegaba la noche, lo arrojaban encima de los otros. Los tres compañeros arrancaban pedazos de sus ropas y le hacían los auxilios que podían. Lo dejaban dormir y Miguel escuchaba sus conversaciones, todo giraba alrededor de Dios. Un día se apoyó en un codo y con dificultad le dijo al teólogo que él hacía otra lectura de Dios. Se convirtieron en antagonistas criteriosos. El fin de semana quedaba sin guardas, lo aprendieron de escuchar. Miguel pedía a gritos que lo sacaran de allí. Un sábado, decidieron los amigos abrir las rejas, con las manos. Pudieron por lo elemental de la construcción. Salió Miguel y los otros también. Era todo campo, corrieron kilómetros, tomaron diferentes caminos.
      A los veinte años del episodio, el conjunto chileno, dirigido por Miguel Parra, daba un concierto. La gente aplaudió tanto, porque lo bueno se agradecía así. El abogado quiso saludarlo y dio su nombre. La puerta se cerró. Se escuchó la voz de Miguel negando conocer a esa persona. —…tal vez en una década que borré de mi vida. Decile que no sé quién es ni me interesa.  
                                                           

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