Entregaba cuadernillos en las esquinas a los
transeúntes que la sorteaban como objeto molesto. Cuánto más piadoso sería
tomar los volantes que reparten adolescentes en la calle, ellos no pueden retirarse
del lugar hasta no terminar sus piloncitos. No cuesta nada tomar uno,
agradecer, si uno es educado, claro. Será por eso que mi cartera parece un
basurero nuclear. La mujer me dio el cuadernillo y empezó un discurso con olor
a Escuela de Jesús o El Camino de Dios. —No se preocupe, lo leo en casa, me
cierran el Banco, gracias.
Hice dos pasos y la mujer me tomó del codo
—Son
cinco pesos si quiere llevarse el cuadernillo.
Le contesté que no y se lo devolví con un
disculpe.
—El Señor le indicará el camino correcto, me
doy cuenta que ud es una oveja perdida…
Le corté el rostro, porque con mi tercer ojo
advertí que el Banco cerraba. Y cerró. —Sííí, soy una oveja perdida Y a vos qué
carajo te importa…
Le vi una lagrimita, me odié, descargué en
ella un día adverso, donde frente a cualquier pregunta, la respuesta era “Falta
un sello, pase mañana”, el más absurdo fue el de “Usted ya pagó, pero tiene que
pagar de nuevo, es una disposición de Mongo.” Sucesiones de no esto, no lo
otro. Y ahora, la mujer que encima me llora, la abracé y le mentí que por
suerte, Dios, Jesús y los Santos Evangelios me estaban transformando en una
vaca encontrada. Agregué —De esos cuadernillos tengo a montones.
Resultó increíble, preguntó mi domicilio
para ir a buscar algunos.
—¿Para qué , si usted tiene los suyos?
Apoyó sus manos en el corazón —Es que se me
están terminando.
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