jueves, 24 de noviembre de 2016

EL CUMPLEAÑOS

  
   Danny eligió el mejor lugar para depositar su pequeña y panzona humanidad. No recordaba quién era el dueño del cumpleaños. Tenía una copa en la mano que llenaba con una botella y vaciaba en su boca. Soy tímida, me dio timidez sentarme a su lado, le pregunté tímidamente —¿Puedo, si es posible, si no te molesta, si no esperás a nadie, sentarme aquí?
   Me alcanzó tres vasos consecutivos de vino, yo decía que sí, para no ofender. —Hace una semana se murió mi vieja.
   Me lo dijo al oído y luego de una pausa —¿Me harías el regalo de venir a mi casa?
   Yo lo veía doble, me pareció doblemente inteligente y huérfano de todo, le contesté que sí. Nos fuimos caminando, él no hablaba y yo tampoco. Subimos a un ascensor tranquero y llegamos al último piso. Pasó él, pasé yo. Danny se sentó en un sofá que tenía el espectro de su cuerpo.
   —En la pieza de al lado dormía mi madre, tenía el ropero aquí, allá no entraba.
   Se produjo, ahora sí, un silencio que ocupó paseando su mirada del espejo del ropero, a mí que estaba de pie. —¿Podés ponerte este vestido, este saco y estos zapatos? Es lo último que te pido.
   Por borracha me puse un vestido de muselina negra con olor a humedad, un saco de piel gastada, con olor a osamenta y me calcé unos zapatos, tres números más chicos que los míos. Me llamó, me miró a mí y luego al espejo. —Mami querida, estás tan linda, dame una mano y te doy una vuelta para verte mejor.
   Entré en pánico, arranqué la ropa de mi cuerpo, rescaté mi vestido y salí corriendo. Ni con el viento se me iban aquellos cheiros tanáticos. Me bañé con Espadol.
   Al día siguiente lo vi en el café. Él siguió de largo, sin saludar.
                                                                    

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