El vaquero
Kakocho, que alquila nuestras vacas, nos debe cuatro meses, para mostrar su
voluntad de pago, depositó 10 pesos con cincuenta ctvs.
El tipo tiene un
campo donde entrarían Bélgica, Holanda, Berisso, Ensenada y Estocolmo. Son
lugares invadidos por refugiados. Ofreció arrendamiento a todos esos
habitantes, incluídos los refugiados. Éstos últimos se encargarán del ordeñe,
rotulado manual de la tierra y sembrado usando el índice y el pulgar, sin
maquinarias, para no dañar la atmósfera, no percibirán salario ninguno, porque
es gente acostumbrada a trabajar gratis, además son negros, feos y sucios, nada
merecen dan asco.
Le conté la
historia a mi amiga Silvia —Yo tengo un camión jaula, herencia de mi viejo, si
querés sacamos tus vacas y las llevamos a Puerto Madero.
A mí me pareció
una locura, pero una noche de cielo negro hablamos con ellas y aceptaron venir
con nosotras. Silvia dijo —Vas a ver cuando vean mi predio, hasta se les van a
arquear las pestañas.
A mí se me
ocurrió otra —Ché loca ¿Y si hacemos el ordeñe a mano? Las ploteamos con
imágenes de la Chorra Estúpida y el Príncipe Idiota, para no generar conflictos
entre los bípedos mafiosos.
La buena leche nos
la sacaban de las manos y las cuatrocientas vacas eran vivadas por pobres y
ricos. Logramos obtener cuantiosas sumas. El señor vaquero Kakocho fue
desguasado por los refugiados, para hacer un asado de Gordo a la Cerveza. La
hija del vaquero lloraba la muerte de su padre. Esperaba un hijo de él y
faltaban unos días para su parición, una lástima, la verdá.
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