—Desde que le
robaron esos que dijeron ser sus parientes, Mimí cambió mucho, yo la veo más
adulta, más responsable, igual molesta verla con esa bufandita verano e
invierno, para cuidar su bronquitis. Me parece que anda mal de la cabeza. Pedro
pasó a ver cómo estaba. Primero preguntó quién era “Soy tu vecino Pedro”. Mimí dijo “Aquí no hay
nadie, además, nadie no conoce ningún Pedro”.
Él se fue
preocupado “¿Estará en sus cabales?”
Yo le contesté
que tal vez el trauma del robo la hacía obrar así por protección. Su única
sobrina Martina llamó por teléfono, antes de ir. “Hola Tía Mimí, ¿Puedo
visitarte?” ¿Sabés qué le contestó? “Equivocado. ¿Porqué molesta si no tengo sobrinos?”
Yo misma me hice presente en su timbre, como
no atendía le grité “Soy Beatriz, te invito a tomar un café”. Se escuchó “Aquí
no vive nadie. La única Beatriz que conozco no la puedo ni ver. Además no
estoy, ya me busqué”.
¡Así! Vive sola…la
verdá, no sé qué hacer…
Justo aquí
viene, anda de incógnito, tiene una capa negra y un sombrero de ala ancha, no
la reconocí, parece un obispo en duelo. “Hola Beatriz, tanto tiempo”.
Me dio un beso y
se pidió una cerveza negra. Yo tomé mi clásico cafecito. Cuando terminó la
cerveza dijo que se tenía que ir, había hecho unas comidas exquisitas, iba su
sobrina con el marido y los nenes y Pedro con la novia y su hermana “Disculpá
Beatriz que no te invite, pero no hay lugar para nadie más”.
Vi su espalda
recta, la capa que enroscó a modo de El Zorro, el sombrero encasquetado hasta
el mentón y plataformas de cuarenta centímetros. Con noventa y cinco años,
hacía lo que quería, maldades inclusive.
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