lunes, 14 de noviembre de 2016

DIOS VIVE AL LADO


   Adentrando el pueblo un día de sol regalado aparecieron las primeras casas antiguas, diversos estilos, gótico, tudor, art nouveau, torrecitas de juguete, pasillos que daban vueltas mágicas.
   Paredes atrapando ventanas centenarias, con vidrios de colores opacos y brillantes, saludando nuestro paso. Una Catedral de columnas perpendiculares a la tierra, con aspiraciones de llegar al cielo, interrupciones de cemento blando en capiteles leves y fuertes. Había confesionarios tallados por ebanistas en estado de gracia. Siempre quise un confesionario adaptado para retrete, en el fondo del jardín, a Dios, si existe, no le importaría.
   Dios es una invención del hombre, pero qué piola contar con Él para pedir deseos en momentos acuciantes, sé que es utópico, del brazo de un cinismo ateo. Provino una luz de la nave principal, justo allí me arrodillé y persigné como hacía mi padre.
   Recordé a qué vine, al lado de la Catedral era la presentación del libro de cuentos que hicimos, un grupo loco, creyentes en la sobrevivencia de la lectoescritura.
   Entré despacio al recinto. Sentí olor a encierro y protocolo.
   Pensé que era mi lugar de pertenencia, le pegué a mi egolatría sin fundamento y tomé asiento junto a mis queridos compañeros.
   Soy ermitaña, me gusta viajar en palabras, recordé al enano pretencioso que dijo “París bien vale una misa”. El libro bien valía salir de la ermita y hacer unos kilómetros. Sentí la felicidad de un viaje azul. 
                                                                 

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