martes, 29 de noviembre de 2016

MANCHAS


    Después de doce horas de trabajo estoy tan cansada que duermo, hasta que un bache profundo me despierta, me había saltado cuatro paradas. Bajé y caminé, no quería  comprar un pasaje más. Un tipo bajó conmigo. Llevaba un sombrero  de ala exagerada, me impidió ver su cara. Caminaba detrás de mí, si yo me apuraba el tipo también, si andaba despacio él hacía igual. A veces dejaba de escuchar sus pasos, me dio miedo que no me siguiera más, lo esperé hasta ver que corría. Se ubicaba en mi línea mirando hacia otro lado. Dijo que le diera la mano para cruzar. Yo tenía los ojos color mar abierto, de él. Lo quería mirar con luz y casi desmayo era como lo imaginaba, igual a ellos. Sentí que en todo momento me había estado mirando las espaldas. Pidió que le mostrara mis omóplatos, tenía una solera. Dijo que llevaba la misma mancha que su abuela, con forma de estrella. Esa noche conocí a mi abuela. Me mostró fotos de mis padres.
    Les dije que necesitaba estar sola en el cuarto de mi madre. Acaricié los libros, el escritorio, sus ropas. Me abracé a un blazer azul. Mi abuelo entró a saludar y vio la estrella, brillaba.
    Me levanté con bronca, esos sueños que parecen tan ciertos cuando una es huérfana.
                                                                
                                                            

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