Después de doce
horas de trabajo estoy tan cansada que duermo, hasta que un bache profundo me
despierta, me había saltado cuatro paradas. Bajé y caminé, no quería comprar un pasaje más. Un tipo bajó conmigo.
Llevaba un sombrero de ala exagerada, me
impidió ver su cara. Caminaba detrás de mí, si yo me apuraba el tipo también,
si andaba despacio él hacía igual. A veces dejaba de escuchar sus pasos, me dio
miedo que no me siguiera más, lo esperé hasta ver que corría. Se ubicaba en mi
línea mirando hacia otro lado. Dijo que le diera la mano para cruzar. Yo tenía
los ojos color mar abierto, de él. Lo quería mirar con luz y casi desmayo era
como lo imaginaba, igual a ellos. Sentí que en todo momento me había estado
mirando las espaldas. Pidió que le mostrara mis omóplatos, tenía una solera.
Dijo que llevaba la misma mancha que su abuela, con forma de estrella. Esa
noche conocí a mi abuela. Me mostró fotos de mis padres.
Les dije que
necesitaba estar sola en el cuarto de mi madre. Acaricié los libros, el
escritorio, sus ropas. Me abracé a un blazer azul. Mi abuelo entró a saludar y
vio la estrella, brillaba.
Me levanté con
bronca, esos sueños que parecen tan ciertos cuando una es huérfana.
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