El Sr Polvorích
descubrió la luna. Los años le aplastaron el pecho contra un escritorio y la
espalda sobre un colchón. Descansaba de la situación laboral que lo ocupó desde
que se graduó en Numerología. Obtuvo el título de “Sistemas Alternativos del
Derecho Penal Civil de las Sucesiones Singatorias”.
En la primaria,
Pis uno, Caca dos, lo volvieron obsesivo numérico.
Esa fue la razón
por la que jamás pudo mirar ni el techo.
Cuando se
acostaba era con ojos cerrados, por el esfuerzo de su trabajo de los tres
momentos que tiene un día. Sentía un profundo desprecio por los Números
Periódicos, La Raíz Cuadrada y los Teoremas.
Pitágoras le
parecía un tipo mala onda e ignorante.
Las Ecuaciones
le indicaban, que en algún momento del día tenía que deponer. Por eso las
consideraba una mierda. No presentó trabajos a ningún concurso. —Papá! Al menos
da charlas en las Universidades, estás privando al mundo de tus Teorías
Vanguardistas. –Pedía su hija-.
El Sr. Polvorích
jamás escuchaba a mujeres, aunque fueran parientes. Representaban el número
Cero, le parecía muy cerrado para ser numérico. Cuando se hallaba compenetrado
en algún desarrollo, le pusieron cámaras de seguridad, cayendo perpendiculares
a su escritorio.
Las filmaciones
se estrenaban en todos los Concejos Contracadémicos más prestigiosos del mundo.
Llegaban premios que el correo entregaba en su casa. Le dieron el Osacar De Oro
por ser, el Sr Polvorích, el hombre más hosco de la tierra. El Primer Premio de
Arte Curtido, el Martín Faso por su trayectoria, que todos ignoraban. El
inefable y pretensioso Nuebel, ése lo mandaron por Oca, garantizando su no
extravío.
El Sr. Polvorích
llamó a su hija mirando los premios de reojo, con asco.
—Haceme el
favor, tirá todas esas porquerías a la calle.
La Srta Polvorích
hizo su voluntad con absoluto respeto y a pies juntados. Varios camiones de
recolectores se llenaron de guita. Un buen día, el Sr. Polvorích llegó a su
objetivo final, Tres, más Cinco, menos Cuatro es Noventaysiete. Dio por
terminada su tarea, convulsionó al mundo, que ya estaba convulsionado de antes.
Salió al jardín y horizontal, sobre la tierra, de cara al cielo, redescubrió la
luna y sus frívolas compañeras, las estrellas.
Éstas últimas
las usó de ábaco para demostrar que el Infinito, era una estupidez.
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