jueves, 17 de noviembre de 2016

VAN GUARDIAS


   El Sr Polvorích descubrió la luna. Los años le aplastaron el pecho contra un escritorio y la espalda sobre un colchón. Descansaba de la situación laboral que lo ocupó desde que se graduó en Numerología. Obtuvo el título de “Sistemas Alternativos del Derecho Penal Civil de las Sucesiones Singatorias”.
   En la primaria, Pis uno, Caca dos, lo volvieron obsesivo numérico.
   Esa fue la razón por la que jamás pudo mirar ni el techo.
   Cuando se acostaba era con ojos cerrados, por el esfuerzo de su trabajo de los tres momentos que tiene un día. Sentía un profundo desprecio por los Números Periódicos, La Raíz Cuadrada y los Teoremas.
   Pitágoras le parecía un tipo mala onda e ignorante.
   Las Ecuaciones le indicaban, que en algún momento del día tenía que deponer. Por eso las consideraba una mierda. No presentó trabajos a ningún concurso. —Papá! Al menos da charlas en las Universidades, estás privando al mundo de tus Teorías Vanguardistas. –Pedía su hija-.
   El Sr. Polvorích jamás escuchaba a mujeres, aunque fueran parientes. Representaban el número Cero, le parecía muy cerrado para ser numérico. Cuando se hallaba compenetrado en algún desarrollo, le pusieron cámaras de seguridad, cayendo perpendiculares a su escritorio.
   Las filmaciones se estrenaban en todos los Concejos Contracadémicos más prestigiosos del mundo. Llegaban premios que el correo entregaba en su casa. Le dieron el Osacar De Oro por ser, el Sr Polvorích, el hombre más hosco de la tierra. El Primer Premio de Arte Curtido, el Martín Faso por su trayectoria, que todos ignoraban. El inefable y pretensioso Nuebel, ése lo mandaron por Oca, garantizando su no extravío.
   El Sr. Polvorích llamó a su hija mirando los premios de reojo, con asco.
   —Haceme el favor, tirá todas esas porquerías a la calle.
   La Srta Polvorích hizo su voluntad con absoluto respeto y a pies juntados. Varios camiones de recolectores se llenaron de guita. Un buen día, el Sr. Polvorích llegó a su objetivo final, Tres, más Cinco, menos Cuatro es Noventaysiete. Dio por terminada su tarea, convulsionó al mundo, que ya estaba convulsionado de antes. Salió al jardín y horizontal, sobre la tierra, de cara al cielo, redescubrió la luna y sus frívolas compañeras, las estrellas.
   Éstas últimas las usó de ábaco para demostrar que el Infinito, era una estupidez.  
                                                                       

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