El Sacerdote, sentado
en el confesionario, con una vieja a cada lado, atendió la derecha y le mandó tres
Padrenuestros de penitencia, la mujer le dijo que no tenía ningún pecado ¿Por qué
el castigo? El cura contestó con un —Por las dudas.
Y le cerró la
puertita en la cara. La que tenía a la izquierda era introvertida, callada, a
ésa la bendecía —Ve con Dios, hija mía.
Apareció un
hombre atildado, perfumado y con panza. Se sentó a los pies del cura —Vea
Padre, yo quiero que me perdone Dios. Todas mis posesiones fueron hechas con
enriquecimiento ilícito, trabajé tanto para el latrocinio que ni sé cuánto
tengo, aquí nada. Los depósitos más importantes fueron hechos en el exterior.
He olvidado que el exterior era tan grande. Decidí viajar. Tres tipos me
seguían, o me pareció, ante la duda maté a los tres.
El cura
recomendó —Tiene que presentarse a la Justicia y confesar sus dineros
malhabidos y sus tres homicidios en primer grado. El tipo se encabritó —¿Usted
es un Sacerdote o un abogado?
Respondió con lengua
bífida —Soy las dos cosas, a la hora de castigar sus pecados, consulto al
Obispo, al Papa y a Nobleza Picardo. Lo espero en la misa de las 19 horas y allí
le informaré el veredicto.
El tipo se puso
de pie. No volvió a hincarse, las rodillas no le rotuleaban. En esa postura
permaneció nueve horas, hasta la llegada del Sacerdote, que le palmeó la
espalda y le habló con aliento a Vino de la Costa. —Bueno señor, seguí todos
los estadíos y llegó la respuesta del Papa “Papón XVI”. Deberá entregar a la
Iglesia, todo lo que sustrajo, acá le ayudaremos a refrescar su memoria con
respecto a sus operaciones en el exterior.
El tipo quedó
blanco —Es lo único que debe tener en blanco.-Dijo el cura-.
Cuando se
recuperó miró al Sacerdote —Bueno, pero al final ¿Dios me perdona o no?
El cura, con
ojos de jamón del medio, lo tomó de los hombros, le besó la frente —Estuve con
Él personalmente y dijo que sí, lo perdonaba.
El tipo,
emocionado, besó los anillos del Sacerdote. Le pareció que los había ensalivado
de más, se los secó con la manga del saco.
Bajó las escalinatas
silbando bajito. Subió a su Macrocooper y pensó —Ahora, con el Perdón de Dios,
puedo seguir robando tranqui.
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