domingo, 6 de noviembre de 2016

VIRUTA CLERICAL


   El Sacerdote, sentado en el confesionario, con una vieja a cada lado,  atendió la derecha y le mandó tres Padrenuestros de penitencia, la mujer le dijo que no tenía ningún pecado ¿Por qué el castigo? El cura contestó con un —Por las dudas.
   Y le cerró la puertita en la cara. La que tenía a la izquierda era introvertida, callada, a ésa la bendecía —Ve con Dios, hija mía.
   Apareció un hombre atildado, perfumado y con panza. Se sentó a los pies del cura —Vea Padre, yo quiero que me perdone Dios. Todas mis posesiones fueron hechas con enriquecimiento ilícito, trabajé tanto para el latrocinio que ni sé cuánto tengo, aquí nada. Los depósitos más importantes fueron hechos en el exterior. He olvidado que el exterior era tan grande. Decidí viajar. Tres tipos me seguían, o me pareció, ante la duda maté a los tres.
   El cura recomendó —Tiene que presentarse a la Justicia y confesar sus dineros malhabidos y sus tres homicidios en primer grado. El tipo se encabritó —¿Usted es un Sacerdote o un abogado?
   Respondió con lengua bífida —Soy las dos cosas, a la hora de castigar sus pecados, consulto al Obispo, al Papa y a Nobleza Picardo. Lo espero en la misa de las 19 horas y allí le informaré el veredicto.
   El tipo se puso de pie. No volvió a hincarse, las rodillas no le rotuleaban. En esa postura permaneció nueve horas, hasta la llegada del Sacerdote, que le palmeó la espalda y le habló con aliento a Vino de la Costa. —Bueno señor, seguí todos los estadíos y llegó la respuesta del Papa “Papón XVI”. Deberá entregar a la Iglesia, todo lo que sustrajo, acá le ayudaremos a refrescar su memoria con respecto a sus operaciones en el exterior.
   El tipo quedó blanco —Es lo único que debe tener en blanco.-Dijo el cura-.
   Cuando se recuperó miró al Sacerdote —Bueno, pero al final ¿Dios me perdona o no?
   El cura, con ojos de jamón del medio, lo tomó de los hombros, le besó la frente —Estuve con Él personalmente y dijo que sí, lo perdonaba.
   El tipo, emocionado, besó los anillos del Sacerdote. Le pareció que los había ensalivado de más, se los secó con la manga del saco.
   Bajó las escalinatas silbando bajito. Subió a su Macrocooper y pensó —Ahora, con el Perdón de Dios, puedo seguir robando tranqui. 
                                                                     

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