miércoles, 16 de noviembre de 2016

EL TALLER


   Arreglaba autos con dificultades, que solucionaba en tres etapas de un día. Tuvo problemas lumbares, dos operaciones sin secuelas. Se le recomendó no hacer saltos de mono a las fosas, ni levantar pesos.
   El Señor Toto Armando delegó en sus hijos el taller. Él los miraba trabajar y hacía sugerencias, mate en mano. Los chicos lo aceptaban como a una institución.
   Un cliente dibujó una línea de etapas vividas. 
   —No quiero ser pájaro de mal agüero, lo que queda debe aprovecharlo, basta de señalar lugares donde late el problema de cada auto. Elíjase lugares para disfrutar, fuera del taller hay otros cielos, otros mares.
   —Le agradezco el consejo, pero no puedo dejar a Tito y Tato, me necesitan.
   —Sus hijos son dos huevones grandes, inteligentes y hábiles, va a ver que hasta festejarán su decisión de disfrutar, no acuse falta de guita, fui su contador, sé lo que le digo.
   Toto pensó y decidió. Se mandó, junto a su tercer pareja, al mejor complejo Turrístico de Cancún, masajes diarios, japoneses, indios, a la cachetada perdida. Aguas con cataratas rosadas y salidas al mar. El rubro ingestas no tenía horas. Tragos que Toto Armando nunca imaginó.
   Una noche, ambos recordaban las hambrunas de sus infancias y la gente que no y lo que nadie, ni sus nietos. Al día siguiente armaron sus maletas. Dejaron los días sobrantes a dos pterodáctilos de viaje cuotado y origen humilde. Extendieron sus vacaciones, batiendo palmas agradecidos.
    Toto y su mujer estaban hartos de tanto resorte ajeno al mundo de las personas y lleno de amantes de los excesos.
   Las maletas pesadas, las trocaron por dos mochilas leves. Recorrieron Méjico dejando que las ganas los llevaran de Norte a Sur, de Este a Oeste.
   Se sintieron protagonistas de un cuento.
   El último lugar que visitaron fue el Distrito Federal. Había tiros dirigidos y balas perdidas. Capital del Narcotráfico. Fue en la Plaza del Zócalo. Tito y Tato se enteraron por la radio prendida en la fosa, la pava que silbaba y el mate que esperaba.
                                                    

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