En los sesenta
las cosas se hacían prolijas, noviazgo célibe, casorio civil e iglesia. Cuando
a Olga la panza se le transformó en sandía, todos descubrieron que estaba
embarazada. Iba a colegio de monjas y su novio a uno de curas. Garantías de
obediencia de vida.
Olga juró y
perjuró ante sus padres y Dios, que su novio Arturo y ella, jamás tuvieron
relaciones.
—Una vez,
estando yo sentada en su falda, sentí la pollera mojada, pienso que el líquido
provino de Arturo.
La llevaron a un
Sanatorio, donde los médicos coincidieron en el diagnóstico “Embarazo por
aspersión”. Olga parió en el altar, la desinfectaron con agua bendita y la
hicieron tomar vino de misa para el dolor.
Los invitados
giraban la cabeza para no mirar. La madre de Olga dijo —No soporto los gritos
desgarradores de mi hijita, me voy a fumar un pucho afuera.
El cura se
sintió desmayar y se metió en un confesionario, se tapaba la cara con la
sotana. Arturo se convirtió en partero. Sostuvo de los pies al bebé en una mano
y con la otra le dio tres palmaditas en la espalda, el engendro soltó un grito
cuando vio dónde había caído. Los bebés perciben todo.
Olga lo recibió
en su pecho. La dejaron descansar en el altar, que hizo las veces de camilla de
parición.
Al monaguillo,
con ojos de plato, Arturo le arrancó una soga dorada y ató el cordón umbilical
equidistante. Cortó al medio con la navaja, que siempre llevaba en el bolsillo
interno, por los robos y esas cosas. Cuando el bebé cumplió nueve meses, Olga y
Arturo miraban televisión, ella sentada en la falda de él, de pronto se sintió
mojada. Arturo corrió a la farmacia y pidió cuatro cajas de Test de Embarazo.
Efectivamente,
estaba de tres meses. Hablaron con los médicos, ellos jamás habían tenido
relaciones sexuales, ni siquiera post boda. Era otro embarazo por aspersión. A
los galenos les brillaron los ojos, trabajaron de inmediato en este fenómeno
revolucionario. Los beneficios eran múltiples. No era necesario un coito para
tener un niño, cerraron todos los consultorios de inseminación artificial y los
bancos de esperma. Las familias sin hijos miraban el atardecer, ellas sobre las
faldas de ellos, esperando la aspersión.
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