viernes, 4 de noviembre de 2016

DELIRANTES


   Cuando compró la casa entendió porqué era tan barata, en un lugar solitario, rodeada de abedules. Tanto silencio había que prendió el equipo, escuchó música violenta y hablaba solo, como los solos.
—Me gusta mi nombre Vincent, no Vicente o Vicentico, Vincent, como el maestro generoso que se cortó una oreja como tributo a un amor no correspondido. Yo pienso que la culpa fue del Correo Argentino. Se negaron a mandarla porque era mucho bulto y perdía tinta roja.
   Dedicó una semana a restaurar la casa, no puso cortinas, tantos árboles daban privacidad a lo privado. Hizo un mirador de cierta altura, para bichar el entorno. Pintó todo blanco, cumplió su sueño de dormir en el piso, descubrió que bajo los escombros había unas maderas antiguas, la fecha googleada “1870”, recorrían la casa rasqueteadas y enceradas. Vincent tenía unos prismáticos de lentes precisas con un campo de profundidad de tres hectáreas, con definición exacta de todo lo que viera. Descubrió que a ha y media de su casa había un palacete de campo, con niños en un jardín sin árboles. Escuchaba sus voces, pero el contenido se lo llevaba el viento.
   Apareció una mujer con vestido de la época de las maderas de su casa. Dos listones blancos caían de su rodete hasta los hombros. —¿Serán mormones, cuáqueros, trigosos o sojeros? Le pedí a Theo que venga, a él le pusieron ese nombre por ser mi hermano.
   Había señal. Al día siguiente vendría. —Sabés que acá cerca vive una familia antigua, los niños tienen una niñera que les habla en francés y los putea en francés. Los padres andan en bolas por toda la casa, bailan rock and roll y si mal no vi, fuman cannabis. Cuando entran los niños ella teje y él lee el diario. Ella fundada como un faraón y él con levita y pantuflas de taco alto. 
—¡Ah bueno! –Dijo Theo- Voy de día, sin lente por medio.
   Se levantó al amanecer, Vincent esperó.
   A medianoche volvió Theo con buenas noticias, —Efectivamente es una flia que vive en S XIX, los niños son tontos como todos los niños y la niñera está de putas. Los padres andaban adentro y hacían un quilombo bárbaro. ¿Sabés que comen pavo real? Los niños trufas y la niñera mira.
   Vincent quedó flasheado, le pidió a Theo una prueba de vida, alguna pilcha, un aro, lo que fuere.
   Theo regresó y entregó a su hermano la prueba. Estaba envuelta en una bolsa del Súper Chino. Vincent la abrió, era una oreja. —¿De quién es la oreja?
   Theo dijo que la niñera era una piba fácil y después de entregarle todo, le pidió que hiciera lo que quisiera con ella y bueno, estando la mujer en un orgasmo sin final, le cortó la oreja.
   —¿Sabés lo que me dijo? “Llevale al ermitaño de tu hermano la prueba de mi existencia”.
   Vincent hirvió agua y metió la oreja, con azúcar y miel. Esa noche su ingesta fue compota de orejón. Theo se despidió con un abrazo y un celular de regalo. Theo pensaba terminar pronto su cuadro “El cuarto amarillo”. 
                                                                            

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