Cuando compró la
casa entendió porqué era tan barata, en un lugar solitario, rodeada de
abedules. Tanto silencio había que prendió el equipo, escuchó música violenta y
hablaba solo, como los solos.
—Me gusta mi nombre Vincent, no Vicente o
Vicentico, Vincent, como el maestro generoso que se cortó una oreja como
tributo a un amor no correspondido. Yo pienso que la culpa fue del Correo Argentino.
Se negaron a mandarla porque era mucho bulto y perdía tinta roja.
Dedicó una
semana a restaurar la casa, no puso cortinas, tantos árboles daban privacidad a
lo privado. Hizo un mirador de cierta altura, para bichar el entorno. Pintó
todo blanco, cumplió su sueño de dormir en el piso, descubrió que bajo los
escombros había unas maderas antiguas, la fecha googleada “1870”, recorrían la
casa rasqueteadas y enceradas. Vincent tenía unos prismáticos de lentes
precisas con un campo de profundidad de tres hectáreas, con definición exacta
de todo lo que viera. Descubrió que a ha y media de su casa había un palacete
de campo, con niños en un jardín sin árboles. Escuchaba sus voces, pero el
contenido se lo llevaba el viento.
Apareció una
mujer con vestido de la época de las maderas de su casa. Dos listones blancos
caían de su rodete hasta los hombros. —¿Serán mormones, cuáqueros, trigosos o sojeros? Le pedí a Theo que
venga, a él le pusieron ese nombre por ser mi hermano.
Había señal. Al
día siguiente vendría. —Sabés que acá cerca vive una familia antigua, los niños
tienen una niñera que les habla en francés y los putea en francés. Los padres
andan en bolas por toda la casa, bailan rock and roll y si mal no vi, fuman cannabis.
Cuando entran los niños ella teje y él lee el diario. Ella fundada como un
faraón y él con levita y pantuflas de taco alto.
—¡Ah bueno! –Dijo Theo- Voy de
día, sin lente por medio.
Se levantó al
amanecer, Vincent esperó.
A medianoche
volvió Theo con buenas noticias, —Efectivamente es una flia que vive en S XIX,
los niños son tontos como todos los niños y la niñera está de putas. Los padres
andaban adentro y hacían un quilombo bárbaro. ¿Sabés que comen pavo real? Los
niños trufas y la niñera mira.
Vincent quedó
flasheado, le pidió a Theo una prueba de vida, alguna pilcha, un aro, lo que
fuere.
Theo regresó y
entregó a su hermano la prueba. Estaba envuelta en una bolsa del Súper Chino.
Vincent la abrió, era una oreja. —¿De quién es la oreja?
Theo dijo que la
niñera era una piba fácil y después de entregarle todo, le pidió que hiciera lo
que quisiera con ella y bueno, estando la mujer en un orgasmo sin final, le
cortó la oreja.
—¿Sabés lo que
me dijo? “Llevale al ermitaño de tu hermano la prueba de mi existencia”.
Vincent hirvió
agua y metió la oreja, con azúcar y miel. Esa noche su ingesta fue compota de
orejón. Theo se despidió con un abrazo y un celular de regalo. Theo pensaba
terminar pronto su cuadro “El cuarto amarillo”.
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