—¿Por qué te
rascás así la cabeza?, parece que tuvieras caspa.
Su amiga Nuria
dijo —No es caspa, son piojos y no voy a dejar escapar a ninguno, me acompañan,
cuando me aburro me rasco y disfruto porque me acuerdo.
Nati escuchó con
respeto, pidió que le contara sus recuerdos. Los de la infancia no, los conocía
porque vivieron casi juntas. —Sí y nos agarrábamos piojos, hasta que nuestras
queridas mamis nos pelaron y los chicos gritaban “Chau Negro, Chau Flaco,” A mí
me daba risa, vos te escondías en un gorro de lana.
—Decime todo, Nuria, así viajamos juntas
¿Cuánto hace que no…?
—Sí, desde que…ni
me acuerdo. Mi referencia son los piojos, conocí un argelino que me violó sin
mediar presentación alguna, huyó. Lo hizo tan bien que lo busqué en todas las
ferias. Estaba vendiendo algo a una turista, cuando me vio trató de huir de
nuevo, lo agarré, él quedo paralizado, me acuerdo. Cambió mi silencio por
doscientas trencitas de cuatro. Trabajó un día entero, yo, con tal de ligar
otra de su maravillosa violación, acepté. Me contagió piojos, fue una boda
donde mastiqué sus piojos como caviar rojo, él se comía los míos, con gusto a
caviar negro, me acuerdo. Una noche, cabeza a cabeza, los suyos se pasaron a
los míos.
Interrumpió su
amiga —Seguí contando, Nuria, no seas avara.
—Se terminaba mi
visa, cuando fui a despedirme le estaba haciendo trenzas a la turista que le
había vendido algo. Me corté sus inmundas trenzas y le envolví el cuello, me
acuerdo. Cuando subí al avión, no pasaron dos horas y todo el pasaje se rascaba
la cabeza. No era para menos, eran piojos de criadero sin techo, encontraron
cómodas viviendas. Yo todavía tengo, pero los míos son de raza.
Nati le pidió un
casalito de regalo, le fue concedido. Nuria y Nati se rascaban a cuatro manos.
Eran tiempos feos, había un piojo…!, me acuerdo.
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