Era una
secretaria óptima, cansada de un jefe despótico y exigente. La humillaba en
público con una lista para que fuera al supermercado. Cuando volvía le tiraba
las bolsas en el escritorio. Coordinaba tantas cosas dentro del biulding, que
los jefes rogaban para tenerla de secretaria. Pero ella tenía una cuestión de
honor con la ética, no pensaba en renunciar. Un día de calor cambió su taier de
secretaria y se puso una chemise de seda. El jefe la miró, cerró la puerta del
despacho y se tiró encima de ella. Le arrancó el vestido y la violó. Logró escabullirse y se metió en el despacho
del Director General. Le contó lo sucedido, eso no tenía reparación. El Dir.
Gral. la nombró socia. Las compañeras le prestaron ropa. Se fue sola a esperar
el subte. En un extremo estaba él, la miraba sin ver. Ella se puso detrás. Con
una sola mano en la espalda, le hizo perder pie. Del resto se ocupó el subte.
Por la mañana el
Dir. Gral. la esperaba en su despacho. Hablaron un rato, le convidó un whisky,
aceptó por no despreciar. Le tomó las manos (las de él estaban pegajosas) y le
pasó la lengua por el cuello. Empezó a gritar y a tocar las alarmas. El infeliz
la dejó.
Ella se fue
pensando cuántas personas había que matar para vivir en Buenos Aires.
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