Justo leía un
libro de una mujer muy cobarde, no lo voy a relatar porque es largo y hoy,
hasta los lectores, están apurados. Es algo personal, me había jurado no ser
cobarde a nada, ni a la caspa, ni a las uñas sucias, ni a las personas con
halitosis, ni a los soretes de perros en la calle y otras inmundicias que antes
me daban náuseas.
Mi banco de la Plaza,
es el lugar de la izquierda, ya es mío, caben cuatro personas. Tiene el mejor
sol de invierno y es fresco en el verano. Hoy se sentó, bien cerca de mí, un
tipo.
—Tengo mucho
frío, ¿me puedo sentar pegadito a usted? Los jóvenes irradian calor, a
diferencia de los viejos, que no nos cubrimos con sobretodos, vivimos adentro
de los abrigos.
El tipo tenía un
ojo de menos, era manco, le faltaba una pierna, labio leporino sin reparar,
granos en la mejilla, pústulas colgando como aros en las orejas y un sombrero
que tuvo muchas lluvias color gris triste.
—Por favor,
mientras no sea en mi falda, péguese tranquilo, intuyo que es una buena
persona.
Haciendo uso de
mi incipiente valentía, dejé mi mochila a su lado, le envolví el cuello con mi
bufanda. Crucé enfrente y le compré un capuchino doble y una medialuna.
—Muchas gracias,
joven y esta factura, me recuerda a mi Abuela.
Lo miré siempre
de perfil, le faltaban los dientes de lado izquierdo, era un tipo hábil,
deshizo la medialuna en el capuchino, sacó una cucharita del bolsillo, tenía
una cuadrilla dentro del sobretodo. Por eso parecía tan gordo. Me mostró fotos
viejas, poemas en hojas amarillas, cientos de monedas antiguas.
Me puso nerviosa
que llevara tanto peso. Después de mostrar sus pertenencias, se puso de pie,
bien erguido, abrochó un botón del sobretodo, el único que le quedaba.
—Voy a dar una
vuelta a la Plaza, ya me dijeron que tengo que caminar. ¿Me espera un rato, así
la saludo?, a mí nadie me saluda, pero usted es diferente.
Caminaba
perfecto con una sola pierna. ¿Y la otra? Era un milagro de equilibrio, daba
pasos largos. Seguí leyendo, no lo oí llegar, pero sí le vi la pierna. No pude
más y le pregunté: —¿Me dice cómo puede caminar con una sola pierna?
Contestó con
inmediatez adolescente: —Es la memoria del cuerpo, la pierna usted no la ve
pero está, le agradezco el calor que me dio, si fuera joven y sano, me iría a
vivir con usted.
No pude seguir
leyendo, dejé el libro abierto y lo vi partir.
Se sentó de mi
lado un tipo con muchos libros y un bolso de viaje.
—¿Sabés que te
conozco de algún lado?
Yo lo pensé y le
dije: —Ese truco es muy viejo.
El tipo no me
contestó, abrió el bolso y sacó un sobretodo gigante, un sombrero gris triste,
un zapato gastado, un labio leporino sin arreglar, de plástico adherente y
media encía postiza.
—Por favor el
resto no lo saques, estoy segura que lo vi.
El tipo, con
aspecto de buenmozo escandinavo, daba ganas de avanzarlo. —Tu vestuario lo conozco,
¿a qué te dedicás?
Con un acento
raro, contestó: —Soy transformista, son 700 pesos la función, a vos te hago la oferta de 650
pesos.