Tenía el odio
acumulado en el corazón, cuando me pesaba metía con cuidado, todo en una bolsa
de basura. Era más aséptico que gritar o rodear su cuello y apretar, por haber
sido tan cruel, escribirme un papelito, con faltas de ortografía y birome corrida,
como al pasar me lo puso en el hueco de la mano, hecho un bollo: “No sabés cómo
me gustás, te quiero ver, llamá, estoy en guía, creo que ya te quiero.”
Me escondí en el
baño y lo leí, casi me estalla el cuerpo, nos mirábamos y sus ojos me hacían
volar, tiré el papelito y apreté el botón. La primera vez me dio impresión,
tenía tanto semen acumulado, que casi pinta la pared.
La segunda vez
fue adentro de mi boca:
—Por favor, tragate todo, hace bien al cutis y al
estómago. No te puedo ver tan seguido como quisiera, vivo con otra chica y no
quiero hacerle una putada.
Fue una
sorpresa, entonces yo era una puta, para él. —Yo no soy puta, ¿qué tenés en la
cabeza?
Quiere saber: —Te
voy a resarcir el martes que viene, te pido que no le cuentes a nadie, eso me
pone cachondo, me olvido de ella por completo y a vos te completo, tengo que
hacerte más cosas, ¿podrás arrodillarte? ¿alguna vez te puedo atar?
Esto último se
lo permití. Después que me ató una mano,
le tuve miedo y con una gillette, que asomaba de mi cartera, le tajeé la cara y
le escribí mi sobrenombre en medio del pecho. Sangró, le gustó y acabó. Era un
psicópata y no me di cuenta, o no quise. También la perversión atraía mis
sentidos.
El último
encuentro, dijo que no quería verme más, se iba a vivir a Montreal. Lo seguí,
tardé dos años en averiguar su dirección, encontré la casa, estaba escrito mi sobrenombre
en la puerta. Toqué el timbre y me atendió su mujer, rubia aburrida.
—¿Acá vive Set?
—Es mi Marido,
¿querés que lo llame?
Asentí haciendo ruido con unas carpetas, como
si no me importara. Apareció con un chico de dos años en sus brazos.
Puso cara de
alegría. Subí a mi bicicleta, corrí y entré a mi subalquilada vivienda. Me
arranqué el corazón con mis propias uñas, no dolía, la bolsa de residuos estaba
ahí. Alcancé a meterlo con cuidado, uno no se muere enseguida, de la bolsa
salían dos hilos de sangre, que pasaron por debajo de la puerta, bajaron la
escalera, escuché el sonido hasta ahí.

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