lunes, 25 de noviembre de 2019

CORTAR


   Tenía el odio acumulado en el corazón, cuando me pesaba metía con cuidado, todo en una bolsa de basura. Era más aséptico que gritar o rodear su cuello y apretar, por haber sido tan cruel, escribirme un papelito, con faltas de ortografía y birome corrida, como al pasar me lo puso en el hueco de la mano, hecho un bollo: “No sabés cómo me gustás, te quiero ver, llamá, estoy en guía, creo que ya te quiero.”
   Me escondí en el baño y lo leí, casi me estalla el cuerpo, nos mirábamos y sus ojos me hacían volar, tiré el papelito y apreté el botón. La primera vez me dio impresión, tenía tanto semen acumulado, que casi pinta la pared.
   La segunda vez fue adentro de mi boca: 
—Por favor, tragate todo, hace bien al cutis y al estómago. No te puedo ver tan seguido como quisiera, vivo con otra chica y no quiero hacerle una putada.
   Fue una sorpresa, entonces yo era una puta, para él. —Yo no soy puta, ¿qué tenés en la cabeza?
   Quiere saber: —Te voy a resarcir el martes que viene, te pido que no le cuentes a nadie, eso me pone cachondo, me olvido de ella por completo y a vos te completo, tengo que hacerte más cosas, ¿podrás arrodillarte? ¿alguna vez te puedo atar?
   Esto último se lo permití. Después  que me ató una mano, le tuve miedo y con una gillette, que asomaba de mi cartera, le tajeé la cara y le escribí mi sobrenombre en medio del pecho. Sangró, le gustó y acabó. Era un psicópata y no me di cuenta, o no quise. También la perversión atraía mis sentidos.
   El último encuentro, dijo que no quería verme más, se iba a vivir a Montreal. Lo seguí, tardé dos años en averiguar su dirección, encontré la casa, estaba escrito mi sobrenombre en la puerta. Toqué el timbre y me atendió su mujer, rubia aburrida.
   —¿Acá vive Set?
   —Es mi Marido, ¿querés que lo llame?
   Asentí haciendo ruido con unas carpetas, como si no me importara. Apareció con un chico de dos años en sus brazos.
   Puso cara de alegría. Subí a mi bicicleta, corrí y entré a mi subalquilada vivienda. Me arranqué el corazón con mis propias uñas, no dolía, la bolsa de residuos estaba ahí. Alcancé a meterlo con cuidado, uno no se muere enseguida, de la bolsa salían dos hilos de sangre, que pasaron por debajo de la puerta, bajaron la escalera, escuché el sonido hasta ahí.

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