Me lo dejaron a
Stephan, tenía seis años, pero parecían cuarenta y siete. La Madre iba a
recorrer un brazo del Amazonas, en una balsa artesanal.
Anne Marie había
perdido toda su familia, en un accidente de avión. Cuando Stephan se enteró de los
planes de su Madre, dijo: —Ni pienso vacunarme y mucho menos si son cinco, vos
andá, que no me importa, tus amigos me quieren mucho, porque no pueden tener
hijos y yo les parezco un genio.
La Madre lo
hizo callar y me dejó su tarjeta, abrazó su hijito y no lo soltaba.
—Pará un poco,
Mamá, con un beso estaba bien.
Miró subir la
avioneta y pensó en sus abuelos, los tíos, las primas y su Papá. La Madre no dijo nada, odiaba las
despedidas. Le hizo los cuernitos y desapareció.
Ni bien
descubrimos el agua, Stephan comenzó a gritar: —Yo me voy a mergulhar y quiero
que ustedes me sigan.
Comprábamos
mostacillas de colores y alambres de plata, vendíamos el fin de semana, todos
mis amigos hacían diseños complicados que daban trabajo y consumían el tiempo. Como
detesto el trabajo, con mucha zarandaja y que me limite la playa, trenzaba
hilos semigruesos, retorcidos, de colores opacos. Les pasaba cinco mostacillas,
una iba al medio y las otras declinaban de tamaño y color, en los costados.
Stephan se enojó conmigo, ¿por qué?, no sé.
Lo mío era
sencillo, en una hora resolvía un collar gargantilla, los cobraba bien
cobrados, a los ricos de Río. Los que trabajaban alambre, no disimulaban su
bronca. Stephan le preguntó a mi compañero si él no podía comprarle uno, porque
yo me había puesto mala y antipática. —Se nota que no me quiere. ¿Vos no me
hacés el favor?, pero no le cuentes que es para mí.
Este es un nene
malcriado, pensó el Flaco. —No seas cobarde, andá y pedile vos.
Tocó la puerta
del baño, mientras yo estaba haciendo pis. —Quiero que me regales un collar, de
parte del Flaco, dejalo sobre mi estera, al lado de mi muñeco.
Él tenía un
muñeco amigo, Ramón, todas las noches le
ponía el piyama y a la mañana se lo cambiaba por una malla. Dormía con Ramón al
lado suyo, le dejaba un espacio en la estera. Una noche lo escuché: —Ramón, vos
sos un vivo, termino durmiendo en el piso, porque vos me la ocupás toda.
Otra noche me
despertó: —Disculpá Verinia, ¿puedo dormir con vos?
Le dije que sí y
me inspiró tanta ternura, que dormí con él, abrazado.
—¿Por qué
dormiste conmigo anoche?
Yo pensaba que
me diría “Porque te quiero”. Contestó con esa voz ronca terminante: —Porque
Ramón hizo lo de siempre, me ocupó toda la estera. Pero te juro que es la
última vez, vos transpirás mucho y a mí no me dejás dormir, además roncás.
Me hizo llorar
Stephan y cuando fuimos caminado hasta el mar, me dijo: —Verinia, el collar que
me regalaste, es de todos el más lindo, si no es mucha molestia, ¿no podés
hacer uno más chico, para Ramón, que me pidió?

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