sábado, 2 de noviembre de 2019

MOSTACILLAS


   Me lo dejaron a Stephan, tenía seis años, pero parecían cuarenta y siete. La Madre iba a recorrer un brazo del Amazonas, en una balsa artesanal.
   Anne Marie había perdido toda su familia, en un accidente de avión. Cuando Stephan se enteró de los planes de su Madre, dijo: —Ni pienso vacunarme y mucho menos si son cinco, vos andá, que no me importa, tus amigos me quieren mucho, porque no pueden tener hijos y yo les parezco un genio.
    La Madre lo hizo callar y me dejó su tarjeta, abrazó su hijito y no lo soltaba.
    —Pará un poco, Mamá, con un beso estaba bien.
    Miró subir la avioneta y pensó en sus abuelos, los tíos, las primas y su Papá. La Madre no dijo nada, odiaba las despedidas. Le hizo los cuernitos y desapareció.
   Ni bien descubrimos el agua, Stephan comenzó a gritar: —Yo me voy a mergulhar y quiero que ustedes me sigan.
   Comprábamos mostacillas de colores y alambres de plata, vendíamos el fin de semana, todos mis amigos hacían diseños complicados que daban trabajo y consumían el tiempo. Como detesto el trabajo, con mucha zarandaja y que me limite la playa, trenzaba hilos semigruesos, retorcidos, de colores opacos. Les pasaba cinco mostacillas, una iba al medio y las otras declinaban de tamaño y color, en los costados. Stephan se enojó conmigo, ¿por qué?, no sé.
   Lo mío era sencillo, en una hora resolvía un collar gargantilla, los cobraba bien cobrados, a los ricos de Río. Los que trabajaban alambre, no disimulaban su bronca. Stephan le preguntó a mi compañero si él no podía comprarle uno, porque yo me había puesto mala y antipática. —Se nota que no me quiere. ¿Vos no me hacés el favor?, pero no le cuentes que es para mí.
   Este es un nene malcriado, pensó el Flaco. —No seas cobarde, andá y pedile vos.
   Tocó la puerta del baño, mientras yo estaba haciendo pis. —Quiero que me regales un collar, de parte del Flaco, dejalo sobre mi estera, al lado de mi muñeco.
   Él tenía un muñeco amigo, Ramón, todas las noches  le ponía el piyama y a la mañana se lo cambiaba por una malla. Dormía con Ramón al lado suyo, le dejaba un espacio en la estera. Una noche lo escuché: —Ramón, vos sos un vivo, termino durmiendo en el piso, porque vos me la ocupás toda.
   Otra noche me despertó: —Disculpá Verinia, ¿puedo dormir con vos?
   Le dije que sí y me inspiró tanta ternura, que dormí con él, abrazado.
   —¿Por qué dormiste conmigo anoche?
   Yo pensaba que me diría “Porque te quiero”. Contestó con esa voz ronca terminante: —Porque Ramón hizo lo de siempre, me ocupó toda la estera. Pero te juro que es la última vez, vos transpirás mucho y a mí no me dejás dormir, además roncás.
    Me hizo llorar Stephan y cuando fuimos caminado hasta el mar, me dijo: —Verinia, el collar que me regalaste, es de todos el más lindo, si no es mucha molestia, ¿no podés hacer uno más chico, para Ramón, que me pidió?

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