domingo, 24 de noviembre de 2019

UN ESTABLO


   Compró esas escenas con que algunos creyentes decoran la Navidad. Era un tinglado de ovejas, en el medio en una cuna, estaba el Niño Dios con ojos abiertos desesperados. La Virgen María, del tamaño de una mujer, con el rostro descansado, los ojos pintados, ojitos de Jerusalén y un rimel exagerado para una virgen que se precie como tal. Ella miraba al Niño y parecía interrogarse: ¿Quién lo habrá parido?, pensaba preguntar al Espíritu Santo, pero lo vio tan alto y soberano, que le dio mucha vergüenza.
   Del otro lado del pesebre, estaba José, dando los últimos toques de un buen carpintero, porque el pesebre, tenía que durar. Tenía fama de cornudo, pero si nunca tuvo mujer, salvo la Virgen María, que no quiso dejar de ser virgen, habrá tenido sus razones. Había un figurón del Dios Padre todo omnipotente, creador del Bing Bang.
   Figuras de los Reyes Magos, que venían en camellos y transportaban muy bien los regalos para el Poder Judicial y otros andamios, de dineros mal habidos.  
   Los Reyes, difuminados, portaban falsas identidades, Melchor, Gaspar y Baltazar. Todo esto lo compró mi profesora de yoga, en Salta, encargó el envío emocionada y cruzó a la vereda de enfrente, a tomar merca y conchetear, con algún hombre o mujer. Le daba igual. Basta que tuviera algún ladrillo, para comprar y regalar o vender, en “Lugar Soñado”, su domicilio constituido.
   No aguanté más tanta hipocresía: — Las chatarrofilias como vos, que sos adicta a las cirugías con pelapapas y cuter,  para ahorrar te las hace la Cholita, que trajiste del Norte, gratis. No creo que nadie te diga de frente, tu realidad inexistente. Me encantó encontrarte en internet imitando a Tinelli. Saltando con un micrófono, al grito de: Alegría! Alegría! Que todos seamos alegres, partiendo del piso, felices felices.
   Como decía mi Tía Ema: —¡Ah, qué chica tonta!   

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