—Si no salís de
tu casa, no te interesan las amistades, las películas te deprimen, las plantas
del balcón se están secando porque nunca las regás. Te da vergüenza toda vos,
de la cabeza a los pies. Odiás tus pensamientos, tus vísceras. ¿Y querés tener
un romance?
Le iba a señalar
otras cosas, pero Begonia la interrumpió.
—Cuando me estoy
bañando, dejo la ventana abierta, que es larga como la bañera y tiene vidrios
corredizos, es profunda y transparente. Tal vez sea una fantasía, pero alguien
me está mirando, pensá que todo esto es una ensalada de edificios. En alguna ventana
o ventanita, un romance en cierne se debe hacer el bocho conmigo.
—Si no salís de
tu casa, nadie vendrá a tocar el timbre y te va a decir: “Oh, mi soñada
Begonia, cómo me gustaría tener un romance con vos”.
Pasaron los
recolectores y se pusieron a compactar, justo bajo las ventanas donde ellas
hablaban en serie.
—Mamá!, vos no
entendés, yo no quiero que me vengan a tocar el timbre del departamento, esos
ya tienen su utilidad, yo te cuento de mis timbres, los que vinieron conmigo,
cuando me pariste y ahora que soy joven, tienen hambre de que alguien los
toque, en cualquier lugar encerrado, en un romance ancho y lujoso…
Se escuchó el
portazo con una voz que gritó en el pasillo: —¡Begonia, vos estás loca!
Pasaron unos
minutos y el ascensor se detuvo en el palier. Tocaron el timbre: —Disculpá que
no usé el portero eléctrico, pero cuando descubrí tu piso, bajé de mi edificio
por las escaleras, sentí que le ganaba al ascensor. En la calle empujé cuatro
personas, cuando crucé la Avenida, casi me atropellan, un camión, dos Uber y un
micro. Te digo que los tipos se manejaban todo, frenaban a dos milímetros de mi
cuerpo, hay que tener oficio. No te cuento qué me dijeron, para no perder
tiempo uno y para no arruinar el lenguaje, dos. Me llamo Jacinto. ¿Y vos?
—Mi nombre es
Begonia y te espero hace mucho.
—Ah, ¿me
conocías?
Ella buscó en la
memoria, a ver si se había olvidado algo, pero estaba todo vacío, menos un
pasillo, que daba a la imaginación, con la forma de él.
—No te conocía,
pero te imaginaba.
—Yo conozco tu cuerpo, sé a qué hora te
bañás, me gusta tu pelo, cuando te acaricia casi hasta los pies, me apasiona tu
distribución, ese cuello de cisne, esas tetas, que entrarían en mis manos, la
panza hundida y el culo que flota, cuando te bañás de inmersión y esas piernas.
Aquí me detengo, porque parezco el lobo feroz que te va a comer.
Ella puso un
disco suave de Yo-Yo-Ma, prendió un candelabro y apagó las luces. Mientras
Jacinto hablaba, Begonia le quitaba la ropa y él, con esa cara de medio oriente,
la dejó sin camisón. Begonia llenó la bañera, tomó la mano de él y se metieron
a nadar, en un romance ancho y lujoso.

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