Trabajadores
arreglando la casa de enfrente. Por fin me sentí protegida, trabajaban y
dormían ahí. Les llevaba pastafrola, o sánguches de salame. Un día me dijeron
que no era necesario, ellos todavía guardaban la costumbre del asadito. Ese
olorcito me daba ganas de pedirles, pero no quise enterarlos de mi pobreza.
Una noche se
presentaron tres con capuchas negras, me amenazaron, buscaban dinero…
—No tiene nada,
para el pan de mañana. Habíamos acordado que esto era un ensayo, le pegamos
unas trompadas, podemos darle a una várice, con la sangre se va a impresionar.
Es una vieja cobarde.
Otro dijo: —El
plan era la casa de la esquina, vuelven de noche, hay de todos los viajes que
se mandaron, fueron para comprar enormes conteiners. Tiene hasta una caja de
seguridad, con el puro billete. Marcelo la abre, no tiene códigos, con un
alambre y una cucharita de café, listo, la guita es nuestra. Ahora viene la
novela, tenemos el camión de mudanzas que afanamos la semana pasada. Por acá
sólo transitan hojas secas. No olviden que la plana mayor de la yuta, son mis
mejores amigos, con media docena de pizzas y varias botellas de vino, los tipos
quedan hechos.
Ni bien
estacionaron el camión apareció la familia. Un matrimonio y cuatro hijas, que
eran una papa.
Tincho dijo: —¿Vieron
que el ensayo nos sirvió? Vamos a cagar a palos a los viejos, tenemos
dormitorios para trincarnos las cuatro. Seguro que son virgo, nosotros somos
maestros, les enseñamos. Traé la cinta de embalar, Marcelo, para que no armen
quilombo y quién te dice, por ahí lo disfrutan, no sabemos.
Cargaron el
camión con todo, hasta las botellas de Whisky Ye Monks del Viejo y dos cajas
medianas con heroína.
—¿Qué hacemos
con las chicas?
—Gil de cuarta,
las metemos en el camión, por si nos dan ganas. Si gritan las zorras, las
arrojamos a los cocodrilos de la reserva y nos vamos al carajo.
—¿Y después?
Tincho le
contestó: —Listo, Viejo, la Novela terminó.

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