viernes, 1 de noviembre de 2019

CAMINAR



   Dejó de existir el árbol de la vereda, porque había que barrer las hojas secas, con lo lindo que es sentir el cric crac en el otoño. Era un privilegio para las fregonas, porque sin árbol la vereda se limpiaba con la lluvia. La única desgracia eran los perros que deponían en las aceras. Les siguió la perversión de matar a los perros, originaron crímenes bestiales, por los resbalones y esas maldades.
   Las paredes, con luz color hepatitis, llegaron a asombrarme, cuando andaba de noche. Yo caminaba solo y delante de mí una sombra se trasladaba, pegada a la pared. Después me reí, era mi propia sombra, ¿qué otra cosa había de ser? Raro, porque era gorda y yo soy flaco, alta pero soy petiso. Me planté dejando de caminar y la sombra siguió su camino. Me apuré para alcanzarla y llegué a tocarla con la mano contra la pared. Era una sombra con autonomía.
   Allí me detuve y ella siguió caminando. La curiosidad me creció y le pregunté a un chico borracho: —¿Vos viste una sombra caminando sola?
   El chico miró con cara de bodega: —¿Cómo?, ¿yo me tomo todo el vino y el pedo te lo agarrás vos?
   No tenía respuesta y la sombra se me había escapado. Igual la divisé. Era una sombra joven, la seguí como veinte cuadras hasta casa, ya no daba más. Entré en el zaguán y estaba prendida esa lamparita triste, que pone mi Vieja. Cuando iba a cerrar, la sombra entró conmigo, incrustada en la pared. Abrí mi pieza, me quité la ropa, quedé en calzoncillos y me hice un bollito, así me gusta dormir. Iba a apagar la luz y descubrí la sombra, sentada en frente de la pared.
   Me pareció promiscuo invitarla a dormir conmigo. Saqué el catre de las visitas y le armé una cama con sábanas limpias y la frazada marrón. Acomodé la almohada y abrí la cama, se despegó de la pared y la sombra se acostó. No me quise hacer la cabeza y dormí enseguida.
   Al rato escucho una voz finita, que provenía del catre: —Muchas gracias por todo, fue agradable caminar con usted, que sueñe con las sombritas.

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