Papá me contó
que cuando quedó embarazada, se pegaba en la panza y se quejaba. No quería
tener un hijo.
Ella trabajaba
para que Papá terminara su carrera. Por suerte y gracias, lo tenía a mi Papi,
que me explicaba que Mamá, estaba mal de la cabeza, la diagnosticaron Histeria Angustiante. Me
obligaba a estudiar Inglés, el idioma que más odio, desde los cinco a los
dieciséis. Si no quería ir de chiquita, me arrastraba de los pelos y cuando fui
más grande, las cachetadas eran más comunes que los besos.
Cuando le daban
los ataques, decía que yo era una niña fea, bien fea. —¿Por qué no tuve un
varón rubio de ojos claros, como mi Madre? Y nació esta chica negra, que a
veces dudo si la cambiaron por otra.
Yo le hacía caso
en todo lo que mandaba Mamita querida. No recuerdo haber recibido algún beso de
su parte, nunca. Capaz que me olvidé. No me compraba ropa hasta que no me
entraba nada y me sangraban los pies, porque los zapatos me quedaban chicos.
Mi Abuela, me llevaba a Bs As y me compraba
todo lo que quisiera.
—En vez de
gastar plata en ésta, -yo me llamaba ésta- podría morir de una vez y dejarnos
el campo.
Si el día entero
me torturaba con mandados, ordenar la ropa, ayudar a secar los platos y después,
no me dejaba salir a jugar en la vereda. Pasaba toda la noche llorando. Papá se
levantaba y me contaba cuentos absurdos, después me arropaba, tan ajustada, que
no podía ni respirar.
A los 13 empecé
a juzgarla, me creaba y me creía impotente.
Hasta que me fui
de casa, pisoteó mi autoestima de tal forma que juntar mis pedacitos, me llevó
toda la vida.
Tuve un ejército
de ayuda, mi Padre, que me consideraba su Princesita, mis tres Psicólogos y mis
dos Maridos, que me quisieron y me amaron. Como debió haber hecho mi Madre.
Ahora soy vieja
y tengo mi propia familia, que son: mi Marido, mi gato y las ganas de escribir.
De leer fue toda la vida, en parte porque me gustaba y era la forma de
esconderme de una realidad, que ningún niño merece.
Así fue que
nació mi propio niño, salió bastante malcriado, de tanto amor que recibió. Se
hizo fuerte y siguió hasta la actualidad. Tiene su propia familia, con una
Mujer y un Hijo. Sufrí el síndrome del nido vacío, hasta que al final
comprendí.
Con una mano en
la cabeza y otra en el corazón, en realidad, nunca entendí un carajo. Por eso
voy al Analista, para volver a desenredar, los nudos que todavía se me hacen,
por tejer desprolija.
Y no saber
perdonar.

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