martes, 19 de noviembre de 2019

MAMÁ


   Papá me contó que cuando quedó embarazada, se pegaba en la panza y se quejaba. No quería tener un hijo.
   Ella trabajaba para que Papá terminara su carrera. Por suerte y gracias, lo tenía a mi Papi, que me explicaba que Mamá, estaba mal de la cabeza, la diagnosticaron Histeria Angustiante. Me obligaba a estudiar Inglés, el idioma que más odio, desde los cinco a los dieciséis. Si no quería ir de chiquita, me arrastraba de los pelos y cuando fui más grande, las cachetadas eran más comunes que los besos.
   Cuando le daban los ataques, decía que yo era una niña fea, bien fea. —¿Por qué no tuve un varón rubio de ojos claros, como mi Madre? Y nació esta chica negra, que a veces dudo si la cambiaron por otra.
   Yo le hacía caso en todo lo que mandaba Mamita querida. No recuerdo haber recibido algún beso de su parte, nunca. Capaz que me olvidé. No me compraba ropa hasta que no me entraba nada y me sangraban los pies, porque los zapatos me quedaban chicos.
   Mi Abuela, me llevaba a Bs As y me compraba todo lo que quisiera.
   —En vez de gastar plata en ésta, -yo me llamaba ésta- podría morir de una vez y dejarnos el campo.
   Si el día entero me torturaba con mandados, ordenar la ropa, ayudar a secar los platos y después, no me dejaba salir a jugar en la vereda. Pasaba toda la noche llorando. Papá se levantaba y me contaba cuentos absurdos, después me arropaba, tan ajustada, que no podía ni respirar.
   A los 13 empecé a juzgarla, me creaba y me creía impotente.
   Hasta que me fui de casa, pisoteó mi autoestima de tal forma que juntar mis pedacitos, me llevó toda la vida.
   Tuve un ejército de ayuda, mi Padre, que me consideraba su Princesita, mis tres Psicólogos y mis dos Maridos, que me quisieron y me amaron. Como debió haber hecho mi Madre.
   Ahora soy vieja y tengo mi propia familia, que son: mi Marido, mi gato y las ganas de escribir. De leer fue toda la vida, en parte porque me gustaba y era la forma de esconderme de una realidad, que ningún niño merece.
   Así fue que nació mi propio niño, salió bastante malcriado, de tanto amor que recibió. Se hizo fuerte y siguió hasta la actualidad. Tiene su propia familia, con una Mujer y un Hijo. Sufrí el síndrome del nido vacío, hasta que al final comprendí.
   Con una mano en la cabeza y otra en el corazón, en realidad, nunca entendí un carajo. Por eso voy al Analista, para volver a desenredar, los nudos que todavía se me hacen, por tejer desprolija.
   Y no saber perdonar.   

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